Ejercicio de estilo
En determinadas ocasiones, las buenas películas no sólo entusiasman a los espectadores de medio mundo. También provocan en la mente de los propios cineastas una forma de contagio tal que, en años posteriores, no paran de surgir pequeñas peliculitas tan claramente imitadoras de la original que es imposible dejar de compararlas. Es el caso de El tren de Zhou Yu, cuarto largometraje del chino Sun Zhou (y primero que se estrena en España), que tiene como clarísimo referente a In the mood for love (Deseando amar), la obra maestra dirigida por Wong Kar-Wai en el año 2000.
Con una estética semejante, una música casi calcada y utilizada de la misma manera (ambas películas comparten al compositor Shigeru Umebayashi), y un análogo empleo de la ralentización de la imagen, El tren de Zhou Yu sigue la estela de la película de Kar-Wai incluso en las intenciones crípticas a la hora de exponer su doble historia de amor: la de una pintora de porcelana que viaja dos veces por semana en el tren del título para ver a su amante poeta; y la relación de éste, posterior en el tiempo aunque contada en paralelo, con una moderna e independiente mujer.
EL TREN DE ZHOU YU
Dirección: Sun Zhou. Intérpretes: Gong Li, Tony Leung, Sun Honglei. Género: drama. China, 2003. Duración: 92 minutos.
Sin embargo, el director confunde las pequeñas obstrucciones narrativas con el simple y llano embrollo. Así, sin que haya más razones que el despiste y las ganas de resultar llamativo, Zhou otorga a la hermosa Gong Li los dos papeles femeninos de la función, lo que lleva al espectador a un desconcierto del que nunca consigue escapar, sobre todo porque el director no acaba de unir ningún cabo suelto al final de su película.
El recurso del desdoblamiento de personajes (o el de la duplicación de intérpretes para un único papel, utilizado, por ejemplo, por Luis Buñuel en Ese oscuro objeto del deseo) debe ir acompañado de un río de sensaciones, algo que Zhou sólo logra en esporádicas escenas, entre las que destaca el desmayo de la protagonista en el vagón, enfrentado a la imagen de su amante viendo en una televisión el desfallecimiento de nada menos que Penélope Cruz en Jamón, jamón.
El continente
Da la impresión de que el autor está tan preocupado por el continente, por la forma, que se olvida del contenido, del fondo, lo que rebaja sin duda las prestaciones de un ejercicio de estilo en ocasiones muy brillante. Ante esto quedan dos opciones, dejarse llevar por las emociones o darle mil vueltas a la cabeza intentando encontrar una explicación.
Cierto que algunas películas incomprensibles terminan alzándose sobre su oscuridad e iluminándose gracias exclusivamente a su envoltorio (cosa que por momentos parece que va a conseguir El tren de Zhou Yu), pero al final el filme no puede ser visto más que como uno de esos jarrones chinos que a veces adornan las esquinas de los salones: preciosos, cuidados hasta el último detalle y más bien inservibles.
Babelia
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