Un verdadero nuevo curso escolar
Por estas fechas acostumbran a publicarse los artículos sobre el inicio del curso escolar y, más o menos, casi todos van analizando lo mismo: el costo de los libros de texto, las incidencias o problemas que ha habido, las nuevas estadísticas y sus comparaciones con épocas anteriores, etcétera. Son temas recurrentes de todos los años. A veces uno piensa que, con pequeñas modificaciones, los artículos podrían ser los mismos cada curso.
Aun así, este curso tiene algo de especial, o de muy especial. Es la primera vez en muchos años que se empieza un nuevo curso con una nueva administración tanto estatal como autonómica. Y no es únicamente la novedad, sino que es un curso que da la sensación de dejar atrás varias cosas y volver a cierta tranquilidad después de los avatares del curso pasado. El curso anterior fue todo un récord de sobresaltos: las elecciones catalanas, el sí o no de los pactos, las elecciones estatales con sus previos días de infarto, quién será o no será consejero o consejera y ministro o ministra de Educación, la inmensa tristeza del atentado del 11-M, etcétera. Un curso pasado difícilmente repetible.
Pero volviendo a la novedad, este curso es un poco la prueba de la nueva Administración, tanto autonómica como estatal.
Esta prueba se realiza en dos niveles y no hay opción de repetir el examen. Si la Administración llega a suspender, el costo será alto. El primer nivel es el macropolítico, que parece que es de más interés por parte de todas las administraciones: ¿Qué normativas nuevas se van a implantar? ¿Qué leyes se van a debatir? ¿Qué planes (de construcción, de integración, de formación...) se van a diseñar? Quizá las nuevas administraciones ya empezaron hace tiempo a estudiar ese primer nivel y, es posible, que tengamos elementos nuevos durante el curso.
Pero lo preocupante es si aprobarán el segundo nivel: la micropolítica. La de la casa por dentro. Las pequeñas cosas de cada día de la educación que la población no percibe o no se entera pero que irrita a las asociaciones de padres y maestros y al profesorado en particular. Son esas pequeñas cosas que al final se convierten en lo grande de la educación: el estatuto laboral de los docentes, las (pre)jubilaciones, la formación de los maestros en las escuelas, los incentivos, las innovaciones en los centros, la flexibilidad de jornada, los horarios, la autonomía de gestión y pedagógica, etcétera.
Una política miope y que suspenderá a final de curso será aquella que únicamente se preocupe de lo que llama la atención del gran público y que aparece en los medios de comunicación de gran tirada. Ya los anteriores gobiernos lo practicaron con ahínco y dejó muchas cosas (algunas actualmente paralizadas), pero también dejó poca innovación en la educación (recordemos que la innovación la hacen los maestros). Es hora de preocuparse de las pequeñas cosas pero que son muy importantes para la mejora del sistema educativo. Esperaremos a hacer el examen en junio.
F. Imbernón es catedrático de Pedagogía de la Universidad de Barcelona y director de la revista educativa Guix
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