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Reportaje:CONFLICTOS URBANÍSTICOS

Un año sin casa y con secuelas

Los vecinos de un bloque de Sevilla destruido por una explosión lamentan el trato de las autoridades

Reyes Rincón

Un insoportable olor a gasolina despertó la madrugada del 14 de agosto de 2003 a los vecinos del número 4 de la calle Consuelo de Los Aflijidos, en el barrio sevillano de Las Letanías. Diez minutos más tarde, una fuerte explosión hizo saltar de la cama al resto del barrio. Matías Martínez, de 72 años, quien ya había amenazado con volar el inmueble porque, según él, las niñas del piso de arriba hacían mucho ruido, vació una garrafa de gasolina, encendió una bombona de gas y prendió fuego.

Martínez murió en el acto, como el matrimonio que dormía en el piso de abajo. Otra mujer, a la que la explosión le sorprendió limpiando la gasolina de la escalera del bloque, falleció a los seis días. El edificio quedó semiderruido, el Ayuntamiento ordenó su demolición y una quincena de familias se quedaron en la calle.

Todos se han movilizado esta semana para protestar ante la sede de la Presidencia de la Junta y el Ayuntamiento. Se quejan de que, un año después de la tragedia, el Gobierno andaluz no ha iniciado las obras de reconstrucción del edificio siniestrado. "Nos dijeron que empezarían después de Semana Santa y ahora dicen que en octubre, pero no nos lo creemos hasta que no lo veamos", cuenta Ángel Sánchez, presidente de la comunidad del bloque siniestrado.

La intranquilidad de ver que las obras no empiezan se suma a un año de secuelas físicas y psicológicas, peleas con las compañías de seguro para que les indemnicen por las pertenencias perdidas y la "desagradable sensación" de saber que el Ayuntamiento debe meses de alquiler en los pisos en los que realojaron a las familias y de cuyo pago se hizo cargo el gobierno municipal. Esta semana tres de los afectados tuvieron que dejar las viviendas que ocupaban en el barrio de Bami porque el dueño se ha negado a renovarles el contrato. "Son pisos de estudiantes y sabe que en esta época los ocupa seguro. Prefieren alquilárselo a ellos que al Ayuntamiento", subraya Sánchez.

El aniversario de la explosión casi coincidió con el polémico desalojo del asentamiento chabolista de Los Bermejales previo pago de 42.000 euros por familia, una operación que ha indignado a los afectados de Las Letanías, que se quejan de la "diferencia de trato" de las administraciones públicas. Según el presidente del bloque siniestrado, el apoyo que la Junta y el gobierno les prestaron los días siguientes a la explosión se ha diluido con el tiempo. "Ahora nos sentimos abandonados", dice.

La última información la han obtenido de Obras Públicas, aunque eran malas noticias: la reconstrucción de cada piso cuesta 57.000 euros y la Junta entiende que los vecinos han de pagar la diferencia entre lo que costaba la vivienda que perdieron y la nueva. Sólo el presidente de la comunidad y su cuñada tenían la vivienda en propiedad, y si quieren volver tendrán que abonar alrededor de 30.000 euros. El resto, que pagaba una renta antigua de menos de dos euros, deberá asumir un alquiler mensual de entre 72 y 90.

"Me devolvieron las cintas de vídeo, pero no la ropa"

Antonio Cambrollé, de 48 años, es uno de los tres vecinos del bloque siniestrado que esta semana han tenido que mudarse otra vez de casa porque el Ayuntamiento debía cinco meses de alquiler en la que ocupaban hasta ahora. El gobierno les ha adjudicado otra vivienda, pero la que le ha tocado a Antonio, en la calle Almirante Topete, no tiene ni luz, ni agua, ni muebles.

Después de un año negro, este electricista que vive solo y salió ileso de la explosión se toma las adversidades con paciencia. Desde el lunes vive en un hostal en el centro de la capital. "Vale 40 euros la noche y los estoy pagando yo, aunque el Ayuntamiento dice que me los dará después", cuenta.

Espera poder mudarse al nuevo piso a principios de esta semana. Él y las pocas pertenencias que le quedaron tras la explosión. Los vecinos no guardan buen recuerdo de la empresa encargada de sacar de los pisos sus objetos personales: "En mi casa se entretuvieron en recoger 12 cajas de cintas de video, pero dejaron muebles, mi ropa y las herramientas de trabajo. Sacaron dos televisores que no funcionan y el ropero con la ropa de mis padres, que ya no viven".

"No entiendo a los que dicen que quieren volver"

Amparo Jáuregui tiró a sus hijos por la ventana la noche de la explosión. Y les salvó la vida. Vivían en el segundo piso y los críos, que entonces tenían seis y nueve años, fueron cogidos en el aire por otros vecinos del barrio. "Intentamos salir por la puerta, pero había muchas llamas. La gente me gritaba que tirara a los niños, el fuego cada vez era más grande y me daba miedo que el piso explotara. No me lo pensé", asegura ahora al recordar la decisión más difícil de su vida.

Después, al ver a los niños sin un rasguño, se lanzó ella. Pero en la confusión del momento, los vecinos no tuvieron tiempo de cogerla y cayó al suelo con las lumbares "reventadas" y 20 fracturas entre el tobillo, el peroné y la tibia derecha. La operaron dos veces en un mes, otra vez más en noviembre y espera una cuarta operación para el próximo octubre.

A la espera de que le reconstruyan su casa, Amparo, sus dos hijos y su marido -quien también se tiró pero sólo sufrió un esguince de tobillo- viven en un piso en el barrio de La Oliva a cargo del Ayuntamiento. La familia espera la reconstrucción de su vieja casa, aunque preferiría que la Junta les ofreciera otro piso. "No entiendo a los que dicen que quieren volver. Nosotros no queremos. Me pongo mal cada vez que paso por allí", cuenta, apoyada en la muleta que aún hoy necesita para caminar.

"No me meto en esa habitación"

María González no vivía en el bloque siniestrado, pero el cabecero de su cama daba pared con pared con el piso de Matías Martínez, el vecino que supuestamente regó con gasolina su casa, las escaleras y los bajos de las puertas de sus vecinos, encendió el gas y prendió fuego. La explosión derrumbó sobre María la pared que separaba las dos viviendas. Su hijo se despertó con el ruido y se encontró con que el dormitorio de su madre "había desaparecido".

"Yo lo que vi fue la pared del 2ºA, no estaba ni la nuestra ni el piso de al lado" dice el hijo, que no sufrió daños físicos, pero sí una severa crisis nerviosa por la que estuvo 15 días ingresado. "Vi la pata de la cama y la pierna de mi madre. No sé de dónde saqué fuerzas para sacarla de aquí", cuenta ante el muro, hoy reconstruido, de aquella habitación. Que antes era de María y que ahora la ocupa él porque ella no quiere ni entrar.

María tuvo que aprender a andar de nuevo después de que la explosión le rompiera el esternón y le aplastara las piernas. Tras dos meses entre el hospital y una residencia de ancianos, su familia le buscó un piso de alquiler por 475 euros al mes mientras le reconstruían su casa. Allí permaneció cinco meses. Los tres primeros los pagó ella de su bolsillo y los dos últimos los asumió el Ayuntamiento.

Por fin, el pasado mes de mayo pudo volver a su casa en el barrio de Las Letanías. El seguro le dio 21.600 euros y la obra costó 15.600. Con los 6.000 que le quedaron tuvo que comprar ropa y muebles. "Se han perdido cosas", lamenta. "Tenía un congelador grande y no sé dónde está. Ni las joyas que había ido juntando".

La vivienda, de unos 70 metros cuadrados, ha quedado aparentemente igual que estaba antes de ese 14 de agosto de 2003. Pero los recuerdos de aquel día han obligado a María a redistribuir las habitaciones. Su dormitorio, el que daba pared con pared con el del vecino que provocó la tragedia, es ahora el de su hijo. Ella procura entrar lo menos posible: "Yo ahí no me meto, yo no me voy a tumbar delante de ese muro".

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Sobre la firma

Reyes Rincón
Redactora que cubre la información del Tribunal Supremo, el CGPJ y otras áreas de la justicia. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora de información local en Sevilla, corresponsal en Granada y se ha ocupado de diversas carteras sociales. Es licenciada en Periodismo y Máster de Periodismo de EL PAÍS.

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