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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El 'seguroso' y Fidel

Antonio Elorza

En el lenguaje popular cubano, seguroso es el miembro de la Seguridad del Estado, en sus distintas versiones: el policía, el delator, el confidente. Norberto Fuentes, de paso magnífico escritor, reunió todas esas condiciones a lo largo y ancho de su prolongada colaboración con la dictadura de Fidel Castro. Lo cuenta el también exiliado César Leante: cuando en 1971 tiene lugar la abyecta confesión pública de Herberto Padilla, prueba del cordón umbilical que unía y une castrismo y estalinismo, su amigo Norberto Fuentes juega la carta de la insobornable pureza revolucionaria. No se doblega, como otros. Farsa. Claro, está a cubierto desde arriba y esa manifestación fraudulenta de hombría y de sinceridad se explica porque interesa que siga representando su papel. El hombre a quien encontramos, en su Dulces guerreros cubanos, en compañía de García Márquez y de Raúl Castro, pero también refiriendo manejos con Perote en la casa de Mario Conde, no es, pues, un tipo simpático, a pesar de su dominio del lenguaje. Representa la cara oscura de una revolución que pronto se traicionó a sí misma, por deseo expreso de su líder, con la participación de personajes como él y mediante un recurso permanente tanto a la vigilancia obsesiva como a la violencia. Fuentes es al mismo tiempo un macho puro y duro, satisfecho de sí mismo hasta la saciedad. A quien, no obstante, es preciso leer. Como buen seguroso situado en los aledaños del poder, gozando de la confianza del líder supremo, ha llegado a saber muchas cosas. Otra cosa es que debamos fiarnos de todo lo que nos cuenta.

LA AUTOBIOGRAFÍA DE FIDEL CASTRO, I. EL PARAÍSO DE LOS OTROS

Norberto Fuentes

Destino. Barcelona, 2004

886 páginas. 30 euros

Tal vez lo más juicioso sea admitir la información transmitida para las etapas menos implicadas en la formación del régimen dictatorial, como es la juventud de Fidel, y leer con cautela cuanto implica la presentación de una coyuntura política. No es la primera vez que un exiliado, en apariencia de oposición, conserva el cordón umbilical que le vincula de un modo u otro con quienes han sido sus perseguidores. Ahora bien, será en el siguiente volumen, a partir de 1959, cuando dicha cautela habrá de ser puesta seriamente a prueba.

Escrita en primera persona, esta ficticia autobiografía no consigue una reconstrucción del estilo de Castro. Quizá tampoco lo pretende y ello ya es un regalo hecho al dictador: prestarle la excelente prosa de Fuentes, de la que el lector puede disfrutar en pasajes memorables, tales como las descripciones de las voraces relaciones amorosas o el relato de la conspiración de Batista. Los retratos de personajes son asimismo magníficos: pienso entre otros muchos en los de Naty Revuelta y de Martha Frayde. Flaquea en cambio con frecuencia la dimensión estrictamente política, donde lo que cuenta Fuentes apenas añade nada a lo ya conocido muchas veces, mientras en otras ocasiones tropezamos con el vacío. Eso no excluye la aparición aquí y allá de fogonazos reveladores: caso de la lectura y el impacto del Estado y la revolución de Lenin. En conjunto, un libro que sin duda gustará al viejo dictador que por estos días, el 13 de agosto, alcanzó los 78 años y se acerca a los 45 años de ejercicio solitario del poder.

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