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VISTO / OÍDO
Columna
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La traición

Vieja palabra. Tiene la oquedad de la ópera, del melodrama del duque de Rivas. Al traidor se le suele mirar con cierto respeto: qué listo, cómo ha sabido adaptarse. Me surge cuando leo los recuerdos que se dedican a los combatientes españoles que tomaron París, y cómo han asistido sus representantes a la fiesta: fueron traicionados. Son parte de una historia: la República fue traicionada desde el mismo 14 de abril, cuando se le negaron los resultados -ya sabéis, se sigue haciendo: en Madrid, en España, en Caracas- y aceptó a sus enemigos. Dio libertad y cargos, y los que la juraron se sublevaron. Hubo una guerra civil, y desde dentro de sus filas y de sus ciudades se traicionaba. Está en los libros, y está la historia de los republicanos españoles en Europa, con las tropas americanas y francesas, creyendo que era un combate contra el nazismo, un frente antifascista. Los libros de Pons Prades relatan la longitud y el dolor de esa experiencia.

Una vez más, fueron traicionados. El sentido público de la guerra, el de sus razones y sus objetivos, cambiaron cuando ellos creían que estaban ganando. Murió Roosevelt; el capitalismo salvaje de Estados Unidos, aquel que había provocado la Depresión y había sido salvado por Roosevelt, comprendió que era la hora de volver a ser: ya tenían en la presidencia a Truman, y éste comenzó a deshacer a Roosevelt y su espíritu. Aún en esos momentos algunos generales alemanes y algunos nazis creyeron que podían aliarse con sus enemigos para atacar a Rusia, pero ya no interesaban; se acabaría antes con ellos, y luego con la URSS. En ese sentido, los republicanos españoles volvieron a ser traicionados. Entraban en la acusación de comunismo, los que lo eran y los que no lo eran. Se revalorizaba de pronto a Franco, cuyo Serrano Suñer gritaba, con la Virgen de Fátima, ¡Rusia es culpable! El país legal, la República española arrasada por el fascismo, que esperaban su liberación, el regreso del exilio, una especie de democracia, se vio otra vez traicionada: Franco era útil a Churchill, a Roosevelt: contra la URSS. Todo está contado, también: en El fin de la esperanza anónimo (firma Juan Hermanos), con prólogo de Sartre. Se encuentra fácilmente en español. Como se encuentra la continua traición a la democracia. No a aquélla: a ésta, que no es ni un residuo.

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