La matanza de los inocentes
Los atentados contra las comunidades cristianas de Irak marcan, según el autor, una nueva escalada en el intento de los extremistas por provocar una guerra religiosa.
Entre tantos mensajes sinceros ya expresados, presento mis más sentidas condolencias a las desoladas familias y a las comunidades de nuestros hermanos cristianos de Irak por los atentados de los que han sido objeto sus templos. Cristianos y musulmanes seguimos siendo por igual muy conscientes del contexto en el que tantos centenares de ciudadanos iraquíes inocentes han sido ilícitamente asesinados. Que quede bien claro que esta trágica ocasión marca una nueva escalada en el esfuerzo de los extremistas por provocar una guerra religiosa. Se trata de una blasfemia particularmente obscena contra el espíritu del islam y el carácter de Irak. Como moderador de la Conferencia Mundial de las Religiones para la Paz, convoqué hace sólo unos meses una reunión de líderes religiosos iraquíes. En ella, sentí esperanza. Estos hombres buenos, de muchas confesiones religiosas, se propusieron enérgicamente forjar juntos una sociedad fuerte y pacífica. Formaron un Consejo Interreligioso que, con el reconocimiento y respaldo de las autoridades de ese momento, podría haber invocado el poder de las redes populares de sus fieles: las redes de amistad, convicción moral, ayuda mutua y beneficencia de las que se nutre la sociedad civil. Era y es crucialmente necesario que en Irak se reconozca y se respalde a estas fuerzas religiosas positivas.
Ahora, en Oriente Próximo, nuestro sentido más básico de quiénes y qué queremos se ha visto herido en lo más profundo por quienes traicionan nuestra historia y nuestro futuro. Estamos orgullosos de las comunidades cristianas de nuestra región. Se originaron en esta tierra abrasada por el sol siglos antes de que se estableciera el primer califato musulmán, antes de que llegaran Gran Bretaña o Estados Unidos; desde los comienzos del dominio islámico, han buscado refugio entre nosotros frente a la intolerancia de otras potencias cristianas; hasta hoy, han vivido bajo el ala protectora del respeto musulmán hacia el profeta Jesús y la revelación cristiana. Que se recuerde, ningún iraquí ha atacado una iglesia. Si un iraquí tuviera que señalar un marcador definitorio de la "iraquidad", éste sería la resistente y pujante variedad de los credos y las gentes que viven entre el Tigris y el Éufrates. La comunidad musulmana internacional siempre se ha enorgullecido, con razón, de la protección brindada a las minorías religiosas que vivían y se refugiaban entre nosotros. Trabajé en el proceso de paz entre Jordania e Israel; contemplé la destrucción de vidas humanas que nos partieron el corazón en Sarajevo; llevo décadas trabajando en un alto nivel con sociedades mixtas. Una y otra vez he advertido que "la guerra contra cualquier cosa" no es más que armas sin pan, el palo sin la zanahoria. Sin una verdadera construcción de la paz, sólo contemplaremos la división reaccionaria de todas las sociedades según líneas étnicas y sectarias, hasta que la sangre vertida clame justicia al cielo y nadie escuche detrás de las barricadas.
Este nauseabundo atentado contra las pacíficas comunidades cristianas iraquíes que dependen del gobierno musulmán es un desafío directo contra el sagrado mensaje del Corán y contra el ejemplo del propio profeta Mahoma. Es el indicativo más claro, si hiciera falta alguno, de que los perpetradores no son creyentes, sino los desechos más rastreros de una banda impía y hambrienta de poder, que pronuncian frases robadas de los textos sagrados meramente para convencer a los crédulos de que ésta debe ser una lucha entre credos, y no simple política. Cada día de terror que pasa es un enjuiciamiento a la sociedad civil por no haberse preparado. Cada día de terror que se retransmite en imágenes de sangre y lágrimas es un éxito para el programa extremista de extender una sombra aún mayor de impotencia, resentimiento, angustia, temor, desesperación y culpa con la cual inmovilizar una oposición eficaz y reunir un respaldo confuso en el mundo árabe musulmán. Así que sigo preguntando: "¿Por qué en tiempos de paz no se construyen defensas contra la violencia?". A pesar de nuestras repetidas advertencias, los políticos nunca nos han dado una respuesta satisfactoria, pero pronto será demasiado tarde para construir esas defensas.
Independientemente de la cultura en que vivamos, ¿durante cuánto tiempo creemos que podremos seguir racionalizando los actos de "nuestros" criminales interesados sólo en sí mismos, basándonos en que "nosotros" somos las eternas y únicas víctimas? ¿Cuándo vamos todos a apartarnos de un statu quo en rápida descomposición para avanzar hacia el único modelo concebible, el cumplimiento transparente y responsable de las normas internacionales? Tenemos que dar ese salto. Es extremadamente miope y peligroso languidecer a merced de la inercia y la cobardía por temor a atraer noticias negativas de los medios de comunicación. No basta con tener esperanza y seguir pronunciando hermosas palabras para salvar las apariencias. ¿Con qué fin, si nuestro mundo se está haciendo pedazos?
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