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Reportaje:

Los pasos del rey

En el marco del interés especial que Su Majestad el Rey Mohamed VI, Comendador de los Creyentes, que Dios le ayude, otorga constantemente a los asuntos de nuestra santa religión (...), Su Majestad, que Dios le glorifique, muestra, como de costumbre, una gran solicitud por las Casas de Dios y ha dado sus altas instrucciones para el desarrollo urgente de un programa anual de edificación de varias mezquitas en los barrios desfavorecidos de las grandes ciudades".

Con este comunicado, el Ministerio de Asuntos Islámicos anunciaba, el 23 de julio, la construcción de una serie de grandes templos. Ese mismo día, coincidiendo con el quinto aniversario de la muerte de su padre, Hassan II, el soberano acudía a Al Inbiaat, una paupérrima barriada de Salé, para poner la primera piedra de la futura Al Birr. La nueva mezquita debería disuadir a los fieles de frecuentar esos lugares improvisados donde predican, a veces, imanes que escapan al control de la autoridad.

"Mohamed VI es continuidad entremezclada con su propia visión del rumbo del país", explica André Azulay, el consejero del rey y antes de su padre
"La situación en Marruecos es crítica, porque a los problemas endémicos del país -pobreza, corrupción, gastos militares- se ha añadido ahora el terrorismo"
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Horas después, el monarca estaba en Casablanca inaugurando, bajo un sol de plomo, 1.070 viviendas sociales construidas junto a Sidi Mumen, la explanada atiborrada de chabolas de donde salieron, en mayo de 2003, los 14 kamikazes que perpetraron el atentado más sangriento de la historia de Marruecos.

Hay que impedir, explicaba antes de la ceremonia Abderrahim Haruchi, ministro de Desarrollo Social, que los islamistas "ocupen un terreno hasta ahora descuidado" por el Estado. Mezquitas oficiales y viviendas sociales son las dos vertientes de la carrera contrarreloj que libra Mohamed VI contra el descontento social en el que se ceba el islamismo. Al menos por unas horas vuelve a merecer ese apodo de "rey de los pobres" que tuvo tras su entronización.

"¡Nunca dejó de lado esa sensibilidad!", protesta, en su despacho abigarrado del palacio real, André Azulay, consejero real. "Poco a poco, los elementos del puzzle puesto sobre la mesa por su majestad van encajando", prosigue. "Emerge un proyecto coherente. Mohamed VI es la continuidad entremezclada con su propia visión del rumbo del país".

Con menos retórica, Driss Jettu, el tecnócrata bonachón que encabeza el Gobierno desde hace casi dos años, explica en su casa particular que Marruecos persigue dos grandes objetivos: "la modernización del país mediante reformas económicas y construcción de infraestructuras" y "acabar con el retraso social combatiendo la pobreza, mejorando la sanidad, la educación, etcétera".Tras cinco años de reinado del nuevo soberano, "mi país tiene aún muchos problemas por resolver", reconoce Azulay, "pero se ha hecho el grueso del trabajo". "La monarquía ha encarrilado a la sociedad hacia la democracia, a la que nos acercamos un poco más cada día", concluye este marroquí de origen judío.

Impulso parado

El joven monarca, de apariencia sencilla, suscitó hace un lustro una enorme ilusión. Accedía al trono con una aureola social que él completó con gestos de apertura, como el regreso del célebre exiliado Abraham Serfaty o de la familia de Ben Barka, el opositor asesinado. "Parecía moverse en la buena dirección, pero ahora el impulso lleva tiempo parado", señala John Entelis, de la Universidad Fordham de Nueva York.

Observadores extranjeros que siguen de cerca el Magreb y la heterogénea oposición marroquí -compuesta por semanarios independientes, un puñado de intelectuales de izquierdas e islamistas moderados que sólo aceptan hablar si no se publica su nombre- no comparten la visión idílica de Azulay y los demás cortesanos.

"La situación es crítica", sostiene Laura Feliu, profesora de la Universidad Autónoma de Barcelona, "porque a los problemas endémicos del país -pobreza en auge, elevada corrupción, coste militar y civil para mantenerse en el Sáhara (36% del presupuesto)-, que no han desaparecido, se han añadido otros nuevos, entre los que destacaría el terrorismo", producto de la miseria de la que se nutre el islamismo.

El frenesí social de estos últimos días no es más que un parche ante el incremento de la pobreza urbana provocado por el éxodo rural de campesinos que se hacinan en los océanos de hojalata que circundan las ciudades. Al empezar su nueva vida se topan, a veces, con el peor rostro del Estado, el del mokadem (funcionario de barrio) que les pide unos dirhams para dejarles juntar los ladrillos de su nuevo hogar. Reciben, en cambio, con frecuencia ayuda de asociaciones caritativas islámicas.

"En los años sesenta éramos un 15% de marroquíes en zonas urbanas", recordaba Driss Benhima, director de la agencia que impulsa el desarrollo del norte. "Ahora, el 55% estamos en las ciudades, y el 45%, en zonas rurales (...). Dentro de poco, el 85% de la población estará urbanizada". "Para alcanzar este porcentaje", prosegue este tecnócrata, "no necesitaremos 40 años, sino que bastarán 5 o 10. Para mí es un gran motivo de preocupación".

La preocupación está tanto más fundada porque después de la primera piedra, puesta por el soberano, de viviendas sociales o mezquitas como la de Al Birr, no siempre se coloca una segunda. El propio rey se quejaba, a finales de abril, ante sus ministros. "Cuando paso, un año después, por algún proyecto inaugurado, observo que no se ha hecho nada", les recriminó el soberano, según el semanario Le Journal, antes de tacharles de incompetentes.

Estas disfunciones no son siempre responsabilidad del Ejecutivo, al que el monarca deja sólo "migajas" de poder, resalta Ignace Dalle, que en septiembre publicará en París Los tres reyes, su nuevo libro sobre Marruecos. La presencia en el Gobierno de ministros llamados de soberanía -nombrados por Mohamed VI y que dependen directamente de él-, las interferencias de consejeros reales y el creciente papel de comisiones designadas por el monarca complican la tarea de Jettu.

Todo esto sin contar los periodos de ostracismo a los que ha sido sometido el primer ministro, privado, durante semanas, de despacho con el jefe del Estado. Fue la sanción por las palabras apaciguadoras que Jettu pronunció hace un año en París sobre la suerte de Alí Lmrabet, el periodista encarcelado por ultraje al rey.

"Clase política y sociedad civil denuncian la creciente marginalización del Gobierno y del Parlamento en las grandes decisiones", resumía en junio La Vie Économique, un semanario nada sospechoso de hostilidad al régimen.

Escaso crecimiento

Marruecos no crece tampoco a un ritmo suficiente para reabsorber la pobreza. En el año 2003 se situó en el 5,2% (un 2% superior al del año anterior), pero, según el Banco Central, "sigue siendo insuficiente, y sobre todo tributario del comportamiento" de la agricultura, dependiente, a su vez, de la pluviosidad.

"Para despegar, Marruecos necesita crecer al menos al 6%", aseguraba Luis de Guindos, ex secretario de Estado de Economía, en un seminario en Rabat. Por debajo de ese porcentaje, el paro sube, como sucedió en 2003. Alcanzó el récord de 1,3 millones.

Desde la llamada ventanilla única, para facilitar trámites administrativos, hasta exenciones fiscales, Rabat multiplica las facilidades para fomentar la inversión. La proliferación de acuerdos de libre comercio, recién firmados o aún en negociación con multitud de países, empezando por EE UU, "obedece también al mismo empeño", afirma Taieb Fassi Fihri, ministro adjunto de Exteriores.

La oleada de privatizaciones ha atraído, como nunca, a empresas multinacionales. Pero está por ver si, cuando acabe, el capital extranjero seguirá fluyendo. Subsisten rémoras del pasado, como la lentitud y corrupción de la justicia, señaladas por el Banco Mundial, que desaniman al inversor.

Otras iniciativas más recientes desconciertan, cuando menos, a los hombres de negocios. A finales de 2003, el Banco Comercial de Marruecos, perteneciente al holding real Siger, compró el grupo Wafabank. Tras esa adquisición, el 60% de los títulos que cotizan en la Bolsa de Casablanca está en manos de la familia real. "Así no se inspira confianza al inversor", observa un diplomático europeo.

Esta operación forma parte de lo que Ignace Dalle llama la "gestión de amateur" llevada a cabo por la monarquía. En ella incluye también la toma del islote de Perejil, el socorro tardío a las víctimas del terremoto de Alhucemas, el encarcelamiento del periodista Alí Lmrabet, la actuación diplomática en el Sáhara -un conflicto que el monarca proclamó haber resuelto en 2001- o el anuncio, por el rey, del descubrimiento de petróleo en Talessinet. "Muchos marroquíes tienen la sensación de que no hay un piloto en el avión", sostiene el autor de Los tres reyes.

Aboubakr Jamai es uno de ellos. Director de Le Journal, el semanario francófono más leído, asevera que la actuación del soberano "es contradictoria". "Todo esto tiende a demostrar que carece de un proyecto nítido para Marruecos, pese a que el país lo necesita con urgencia", agrega. "Lo único evidente es que desde la independencia seguimos teniendo constituciones que concentran todo el poder en manos del rey".

Marruecos no se encamina, desde luego, hacia una reforma constitucional que equipare su monarquía con las que prevalecen en Europa, pero poco a poco apuntan los primeros indicios de un cambio político sustancial: la incorporación al poder de los islamistas legales y moderados del Partido de la Justicia y del Desarrollo (PJD). El mismo Le Journal revelaba recientemente que desde el palacio real "se ha entrado en contacto con el PJD para sondearle sobre su disposición a formar parte de un Gobierno dirigido por el Istiqlal" (nacionalista).

Dos elecciones sucesivas, legislativas y municipales, y algún que otro sondeo de opinión efectuado por institutos extranjeros, como el norteamericano Pew Research Center, han puesto de relieve que el Marruecos de principios del siglo XXI es islamista, moderado en su mayoría y algo más radical en una franja pequeña, pero activa. Un garbeo por los suburbios urbanos, por las universidades o por los institutos de enseñanza media da también la medida del avance de la marea verde.

Inserción islamista

"La gran cuestión del Marruecos de hoy es", para el catedrático Bernabé López, de la Universidad Autónoma de Madrid, "la integración de esa corriente moderada en el corazón del sistema político", más allá de su presencia en el Parlamento o de su gestión en un puñado de ayuntamientos.

"La clase política tradicional ha perdido toda credibilidad", asegura Pierre Vermeren, autor de varios libros sobre Marruecos. De ahí que la corona, después de probar el recambio tecnocrático, "no tenga ahora otra alternativa que la plena participación de los islamistas en el juego político".

Además, añade Mohamed Darif, profesor de Ciencias Políticas de la Universidad de Mohamedia, "el Estado marroquí necesita socios político-religiosos que le ayuden a combatir el salafismo", esa vertiente extremista del islam importada años atrás de Arabia para hacer frente a los izquierdistas. El PJD puede ser uno de esos aliados. Más eficaz sería aún Justicia y Caridad, el movimiento ilegal, pero tolerado, con más arraigo.

¿Están los islamistas dispuestos a formar parte del Gobierno? "Hay un sector que lo desea, con Otmani a la cabeza", contesta Laura Feliu, "pero hay otro, vinculado a Mustafá Ramid -ex presidente del grupo parlamentario y dirigente de gran popularidad-, que lo considera un error porque el partido perdería su esencia", y parte de sus bases, que se radicalizarían.

El PJD del año 2004 no son los socialistas de 1998 a los que Hassan II entregó la jefatura del Gobierno. "Cuando accedieron al poder habían perdido a buena parte de su militancia", recuerda Pierre Vermeren, profesor en la Universidad Montesquieu, de Burdeos. "El PJD está, en cambio, en la cresta de la ola", afirma Bernabé López. "La gente está detrás de él", insiste. "Mientras que los partidos políticos clásicos buscan conquistar el poder, los islamistas se dedican a conquistar la sociedad", constata el diario L'Économiste.

Dar carteras a ministros islamistas es, para algunos, como introducir al zorro en el gallinero. "Se corre el riesgo de que acaben desbordando al poder", admite Vermeren. El PJD marroquí no es equiparable al PJD turco, cuya gestión no preocupa ya a Occidente. Los exabruptos de algunos de sus dirigentes exigiendo cierres de centros culturales extranjeros en Marruecos, instando a cortar extremidades a los ladrones, a censurar películas o arremetiendo contra los festivales musicales -"madrigueras de la homosexualidad y consumo de drogas"- inquietan.

Para que la corriente islamista "no devore a todos los que tiene enfrente" hace falta, según Bernabé López, que antes de abrirles las puertas "el sistema se blinde". "Sólo el rey posee la suficiente autoridad para forzar un pacto nacional entre todos los protagonistas que fije los límites infranqueables".

¿Sabrá el trono alauí llevar a buen término esta arriesgada experiencia? "Pese a lo que dijo el difunto soberano, el príncipe heredero Mohamed no estaba preparado para coger las riendas", sostiene Dalle. "La opinión general es que le ha cogido gusto al poder sin querer asumir todas sus obligaciones. El jueves por la tarde", cuenta un acostumbrado de palacio, "la semana de trabajo del soberano está terminada. Se divierte, hace que le proyecten películas en una sala ultramoderna, recibe a sus amigos, se desplaza...".

Ejército y líneas rojas

Vermeren se muestra más optimista que su compatriota. "Todos los precedentes han demostrado que la monarquía marroquí siempre ha sabido mantener el control", afirma. "Ese know how sigue estando ahí. Y en caso de excesos, siempre quedará el ejército y las fuerzas de seguridad, que marcarán las líneas rojas, y a los que nadie se atreverá a desafiar".

Para este profesor francés, el ensayo que se vislumbra merece la pena porque ese islamismo no violento es el cauce a través del cual las clases populares se adueñarán de la modernidad política y social. El islam político cumplirá, en el norte de África, el mismo papel que el comunismo que incorporó a la clase obrera al sistema democrático en el sur de Europa.

"Domesticar a los movimientos islamistas y convertirlos en algo parecido a los democristianos", abunda Laura Feliu, "sólo será posible con la construcción de un sistema democrático para todos. La regulación de ese sector con métodos represivos, como sucede con frecuencia actualmente, sólo servirá a la larga para reforzar el ala más radical del islamismo".

Desde mediados de 2002 se acumulan informes y denuncias de organizaciones de derechos humanos locales y extranjeras, e incluso de la ONU, sobre la reintroducción sistemática de la tortura, aplicada ahora a miles de radicales detenidos. Rabat no desmiente del todo y promete enmendarse.

Mohamed VI durante su visita a Moscú, en octubre de 2002.
Mohamed VI durante su visita a Moscú, en octubre de 2002.EPA

El orgullo de mejorar la suerte de la mujer

PARA MOHAMED VI, el principal logro de sus cinco años de reinado es haber mejorado la suerte de la mujer marroquí. "Entre los grandes avances de los que estoy bastante orgulloso figura la nueva mudawana" (estatuto de la mujer), declaraba en mayo a la revista Paris-Match, en una de las pocas entrevistas que ha concedido desde que fue entronizado. "(...) ahora las mujeres marroquíes miran el provenir con mucho más optimismo".

En octubre pasado, el monarca alauí puso fin a años de tergiversaciones. En el discurso de apertura del Parlamento instó a aprobar un nuevo código de familia que estableciese la práctica igualdad jurídica entre los cónyuges, elevase hasta los 18 años la edad del matrimonio para las jóvenes, restringiese drásticamente la poligamia, protegiese a la mujer divorciada o repudiada -reconociéndole el derecho a una vivienda y el mantenimiento de la patria potestad- e instaurase el divorcio por consentimiento.

Los islamistas legales del Partido de la Justicia y del Desarrollo intentaron enmendar el proyecto de ley porque -recordaba, por ejemplo, uno de sus diputados- "los hombres pueden caer fácilmente en la tentación cuando su primera mujer alcanza cierta edad". Pero, en última instancia, no se atrevieron a votar en contra de una iniciativa real. En enero, el Parlamento aprobó por unanimidad la nueva ley.

No ha sido ésta la única decisión real para impulsar el papel de la mujer. Hace dos años el soberano dispuso que cada partido presentase a las elecciones legislativas una lista nacional femenina, en paralelo a las listas por circunscripción, para garantizar que al menos el 10% de los diputados fuesen mujeres. La Cámara baja es ahora, entre los países árabes, la que cuenta con mayor proporción de mujeres.

Más recientemente, en abril, Mohamed VI acometió lo que el profesor Mohamed Darif describe

como una "auténtica revolución". En tanto que comendador de los creyentes, designó por primera vez a una mujer, Fatima Kebbaj, miembro del Consejo Supremo de los Ulemas. Otras 35 fueron nombradas en los consejos regionales. "Implica

a la mujer en la remodelación de la estructura religiosa", resalta Darif.

A su esposa, Lalla Salma, Mohamed VI le ha otorgado el título de princesa, y a veces se exhibe con ella en público. Lalla Latifa, la esposa de Hassan II, no ostenta ningún título, nunca acudió a ningún acto público al lado del anterior monarca ni sus fotos fueron publicadas. Su rostro es desconocido para la gran mayoría de los marroquíes.

No basta, sin embargo, con promulgar leyes como la que modifica el estatuto de la mujer. "Para que las leyes cumplan su propósito hay que acompañarlas de una serie de medidas como su divulgación y la sensibilización" de la opinión pública a través de la radio y de la televisión, recuerda Leila Rahiwi, coordinadora de Primavera de Igualdad, la red que reagrupa a las asociaciones feministas marroquíes.

Para que sea comprendida la reforma "hay que explicarla en árabe dialectal y en los tres dialectos bereberes", insiste esta feminista. "No hacerlo equivale a poner en peligro la puesta en práctica de la ley", advierte Rahiwi, preocupada por la escasa publicidad que se

hace de la nueva mudawana, aún desconocida por los cuidadanos.

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