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Las fotografías del estudio Arqué recuperan la Vitoria de los últimos años del franquismo

Una exposición muestra una ciudad que parece anclada en los comienzos del siglo XX

Fue el último decenio del franquismo, entre 1965 y 1975, pero la Vitoria que reflejan las fotografías del estudio Arqué tiene un mayor parentesco con el principio del siglo pasado que con su final. El Centro Cultural Montehermoso presenta una selección de 170 imágenes realizadas por Federico Arocena y Gregorio Querejazu durante aquellos años, imágenes más próximas a la etnografía que a las bellas artes, aunque no falten destellos de belleza y hasta apuntes surrealistas. El trabajo refleja una Vitoria que vivía la transformación de pequeña ciudad de provincias en núcleo industrial.

Los comisarios de la exposición, Javier Berasaluce y María José Marinas, han realizado un trabajo ímprobo. Revisar miles de negativos que Arocena y Querejazu habían donado al Ayuntamiento de Vitoria es tarea digna del santo Job. En aquella época, la fotografía era una labor artesanal, de laboratorio, poco considerada en la prensa, lo que les llevó a diversificar su tarea. Los dos fundadores del estudio Arqué ejercieron lo mismo el fotoperiodismo que el reportaje de bodas, el retrato familiar y la fotografía publicitaria y promocional. Todas ellas labores que, generalmente, se consideran efímeras.

Pero la fotografía tiene esa capacidad para dotar de prestancia histórica cualquier imagen con más de veinte años, sobre todo si esta realizada en blanco y negro. Y así, en la muestra de Arqué se puede disfrutar con retratos de familia numerosa de 1970 como si fueran expresiones del paleolítico. Como ese en el que aparecen un satisfecho padre junto a la abnegada madre de doce hijos que hoy en día estarán en sus mejores años, aunque nadie diría que esa docena de vástagos pueda ser posible.

En este capítulo de imágenes que cualquier joven de veinte años no sabría explicar merecen especial mención las que recuerdan la vinculación de Vitoria con el Ejército o la Iglesia. Los mozos que acuden a tallarse para el servicio militar o el obispo bendiciendo una nueva capilla forman parte de un periodo prácticamente olvidado y, todavía menos, digno de interés periodístico.

Este pedazo de historia de Vitoria también muestra una ciudad que vive uno de sus principales cambios en los últimos siglos. Buena parte de las instantáneas recogen las obras de ampliación de la ciudad hacia el Norte, por la Avenida Gasteiz o por el portal de Villarreal. Hay que dar alojamiento a las decenas de miles de inmigrantes que llegaron a la capital alavesa en aquellos años.

Los fotógrafos de Arqué también retrataron a muchas de aquellas jóvenes con la minifalda que anunciaba los nuevos tiempos. Hasta hay apuntes surrealistas como el retrato de cinco chicas con tutú en medio de la campiña, digno del mejor Buñuel.

Algunas cosas parece que no cambian, eso sí, con matices. La pancarta que protesta contra el trabajo del entrenador del Alavés, pero que defiende a la directiva, por si acaso. O las corridas de toros, con el público fumando puros, pero con unos astados que saltaban el burladero con una frecuencia hoy desconocida. También hay muestras de lo que hoy se consideraría políticamente incorrecto: unos niños encendiendo un puro en los postres de una boda o la maja de las Vascongadas y sus damas de honor haciendo el saque de honor de un partido de fútbol.

El centro de la ciudad, por su parte, mantiene el ritmo vital más tradicional, a pesar de que por la calle Dato circularan automóviles, como refleja una de las fotografías. La vida era sobre todo provinciana. Ayer lo recordaba Federico Arocena en la presentación de la exposición, cuando se refería a una fotografía de la plaza de la Virgen Blanca. "Es un día de fiestas, pero entonces sólo salían cuatro, y otros cuatro que estábamos trabajando, en total, ocho. Sólo hay que recordar que en tiempos mucho más religiosos que los de ahora, la iglesia de San Miguel no se llenaba en la misa del rosario de la Aurora, cuando hoy la gente se queda fuera", comentaba.

En 1975, el año con el que se cierra la exposición, la colaboración entre ambos, que había comenzado en 1955, se cerró: Querejazu se dedicó a la corresponsalía de Televisión Española y Arocena entró en la plantilla de El Correo Español. Quizás los dos intuyeron que los nuevos tiempos ya no merecían la complicidad de sus miradas.

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