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AGENDA GLOBAL | ECONOMIA
Columna
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Alemania: "Cuando los muertos despertemos"

Joaquín Estefanía

EN LA HISTORIA del movimiento sindical hay una fecha paradigmática, 1984, en la que los obreros alemanes consiguieron la jornada laboral semanal de las 35 horas en algunos sectores (automóviles, metalurgia...). La organización protagonista de esas luchas civilizatorias fue IG Metall. Hace escasos días, el mismo sindicato IG Metall y la multinacional Siemens llegaron a un acuerdo para ampliar la jornada de 35 a 40 horas semanales, sin compensación salarial; a cambio, la empresa acepta retrasar dos años la decisión de trasladar a Hungría algunas de sus fábricas de teléfonos móviles.

Es difícil encontrar un ejemplo mejor que el anterior para retratar la depresión que asuela Alemania. Pero los hay a centenares. Trabajadores que, temerosos, piden la reducción de sus ventajas sociales (vacaciones, horarios, subidas de sueldos, eliminar festivos, pagas extra...) a cambio de que su empresa no cierre o se vaya a otra parte. Una gigantesca regresión social en el país que mejor ha representado en el mundo las ventajas del Estado de bienestar que puso en marcha Bismarck.

Una regresión social sin precedentes: menos vacaciones, salarios, pagas extra, seguro de desempleo; más horario de trabajo, copago en la sanidad pública... son fórmulas que se aplican para combatir la deslocalización

Con una peculiaridad: que la velocidad de las propuestas concretas en muchas empresas, los pactos entre sindicatos y patronos, supera a la de los cambios legislativos (la llamada Agenda 2010), que, por otra parte, siguen avanzando. El Grupo Volkswagen pretende reducir en un tercio sus costes de personal; DaimlerChrysler amenaza con trasladar sus nuevos modelos a otras fábricas, alguna de ellas en Suráfrica. Siempre buscando sueldos más bajos, más horas de trabajo y menor protección social.

El recurso a la deslocalización quiebra el modelo de relaciones laborales obtenido desde la posguerra. Una de las partes ha de ceder sin contrapartidas, o con la única de que la empresa no eche el cierre y se vaya a un nuevo paraíso -para ella- de esas relaciones laborales, sin sindicatos. Si a la deslocalización se le añade una coyuntura recesiva, la situación no pueder ser peor. Alemania tiene más de 4,3 millones de trabajadores en paro (el 10,5% de la población activa), de los cuales 3,2 millones son desempleados de larga duración; su economía sufre uno de los menores crecimientos de la UE (el FMI estima para este año un 1,8%), y supera el tope de déficit público autorizado en el Pacto de Estabilidad y Crecimiento (3,3%). Para no incumplir la Constitución del país -que dice que las inversiones de cada año han de superar el endeudamiento-, el proyecto de Presupuestos para 2005 contempla la privatización de las últimas joyas de la corona: la venta de las acciones del Estado en correos y teléfonos.

El Gobierno acaba de aprobar la Ley de Reforma Laboral, calificada como el mayor recorte de los derechos de los trabajadores desde el año 1949. Según la misma, los parados de larga duración serán considerados como indigentes que viven de la asistencia social, lo que significa que no cobrarán un porcentaje de su sueldo como seguro de desempleo, sino una cantidad fija que oscila entre los 331 euros en el oeste del país y los 345 euros en el este. Ello se añade a otras medidas, como el pago de un euro cada vez que se acude a un médico de la Seguridad Social, y 10 euros en caso de que el ciudadano se salte al generalista y vaya al especialista.

¿Se imaginan ustedes qué ocurriría en España si el Círculo de Empresarios (única organización capaz de hacerlo) pidiese que se redujesen la vacaciones de los ciudadanos una semana? Pues en Alemania ha ocurrido, y la propuesta ha entrado en el cóctel de todas las que se manejan con el objetivo de salir de la crisis. El canciller Schröder pasa por unos índices de popularidad nulos, y ha tenido que soportar la humillación de que su partido, el SPD, sufra una escisión por la izquierda, apoyada por grupos de sindicalistas que no entienden que la deglución de la unificación alemana, la ampliación europea, la deslocalización y una gran crisis económica sólo se pueda superar con recortes en el Estado de bienestar. Y recitan las palabras de Ibsen: "Cuando los muertos despertemos..."

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