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Tribuna:Los 'papeles de Salamanca'.
Tribuna
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Un relicario me voy a hacer

Agobiado por los magnos temas intelectuales que consumen las mejores mentes de mi tiempo -si devolver a Cataluña los papeles requisados del archivo salmantino reabrirá la Guerra Civil y si el Fórum de las Culturas barcelonés es o no una pifia- entré en la exposición Objecte i memòria, que, con guión de Francesc Vicens, luce estos días en el Museo Frederic Marès. Tras este título, algo abstracto, se esconde una inteligente presentación histórica de las reliquias en múltiples contextos. De la visita saqué unas reflexiones dialécticas.

Sin ir más lejos, la porfía por las reliquias resulta intrínseca a la cultura europea, desde fines del Imperio Romano, en olas de entusiasmo acaparador e iconoclasmo destructivo, a través de las cruzadas, la Reforma, la Contrarreforma y las revoluciones contemporáneas. Su posesión favorecía no sólo a las pretensiones del poder (de la Sainte-Chapelle al Escorial), sino también el comercio, en especial las peregrinaciones a lugares (Tierra Santa, Roma) que eran en sí una especie de reliquia territorial. De ahí el ansia urbana por la posesión colectiva de una reliquia -o de muchas- para así convertir lo simbólico en propiedad y, ello mediante, en identidad.

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Hoy en día, entre personas cultas, cuesta considerar a tales restos sobrenaturales, despojados de sus envoltorios, como bienes espirituales, como se les preció en tiempos crédulos. A la luz de la Ilustración, pretendemos que tales idolatrías son supersticiones. Pero adoramos bienes culturales, objetos que nosotros preferimos santificar, como el cultural muestrario de la antigua reliquia convertida ahora en obra de arte, religiosamente guardada en un museo.

Si el impulso es rancio, la actualidad exige fetiches adecuados a los imaginarios mágicos del presente. Sin duda, la disneylandización del pasado, su reinvención pertinaz, que acompaña el nuevo superturismo de masas, requiere una museística reverencial. No obstante, las técnicas de exposición necesitan cada vez menos el objeto en sí y más su decorado didáctico, para el cual el objeto sirve sólo como garantía. Por eso, se ven unas cuevas de Altamira artificiales. Para participar en el misterio místico está la reproducción, que, como observó Walter Benjamin, altera el significado de la posesión de un objeto.

En el caso salmantino, ni siquiera se trata de material fácilmente presentable al gran público. No es cuestión de devolver papelorio confiscado sólo a Barcelona, sino a Valencia, Bilbao, Madrid, entre otros lugares, ya que la documentación refleja la conquista del territorio republicano por los nacionales. Los llamados papeles de Salamanca consisten en los fondos recogidos, con considerable arbitrariedad, por unidades que acompañaban a las tropas franquistas y recuperaban documentación para una sostenida purga, bajo auspicio de lo que se constituiría como Tribunal para la Represión de la Masonería y el Comunismo. Se suponía la existencia de una conspiración criminal conjunta, que se debía perseguir mediante la alusión a nombres en el acumulado papeleo, en el supuesto de que cualquier nombre mencionado por dos rojos conocidos debía ser asimismo un enemigo peligroso, para lo que se elaboró un considerable fichaje. Tan ingente esfuerzo tiene un interés en tanto que recopilación sui generis, con el fin de entender la naturaleza del control del régimen franquista, como lo puede tener el fondo de la PIDE en Portugal o de la Stasi en Alemania. Pero de ahí a la necesidad de poseer el papel en sí hay un trecho.

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Así, la pugna por los papeles salmantinos prima la posesión simbólica del objeto físico, dado que su contenido, las palabras, están ya microfilmadas en el caso de la documentación confiscada en Cataluña y la misma reproducción (u otra técnica) se puede extender al resto, si existe la voluntad del poder público de pagar el esfuerzo (empeño planteado tiempo ha para el Archivo de Indias). El debate, pues, no es historiográfico, sino político: ¿qué vale más, la esencia republicana de la Generalitat de Cataluña (y de sus apoyos asociativos o particulares) o la supuesta troncalidad estatal del Tribunal y sus objetivos en una Salamanca que fue capital personal del Caudillo? Luego, hay apego al objeto por su valor inmanente en su forma física: o sea, los papeles son una reliquia, en su sentido literal, religioso. Dicho de otro modo, el retorno de los papeles carece de importancia científica, con lo que, una vez tomadas las medidas correspondientes de reproducción para mantener el contenido conceptual de cada texto y el conjunto fichado del fondo del Tribunal, se puede devolver cartas, cédulas o ejemplares de libros a sus debidos propietarios.

Pero, ¿a quién pertenecen? Más allá de las exaltaciones contrapuestas, su retorno presenta un problema de propiedad, ya que se han juntado instituciones y particulares en la reclamación y, para mayor complicación, hay materiales de un lugar entre los fondos de otro. El problemático retorno destapa dificultades mucho más amplias, en la museística mundial, su deontología y la epistemología que la sustenta. Las pinacotecas están afectadas por la compra de obras robadas y luego comercializadas: ¿quién debe poseerlas? ¿Se pueden exhibir restos amerindios (o bosquimanos) o es una falta de respeto? En resumen, ¿cuándo es una reliquia una reliquia?

Enric Ucelay-Da Cal es catedrático de Historia Contemporánea de la UAB.

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