El viaje de Omar y Aus desde la guerra
Dos niños iraquíes, uno en silla de ruedas y otro con cáncer, buscan cura en España
Hace más de un año que Aus Ahmad, de 12 años, no juega al balón. Una ráfaga de metralla norteamericana le dio de lleno en un costado cuando iba en autobús al colegio en Bagdad. Durante días, sus inmensos ojos negros estuvieron cerrados. El chico venció a la muerte, pero a cambio, sus débiles piernas permanecen inmóviles. Su amigo Omar Ohamsh empuja entre juegos su silla de ruedas. Omar nació con un grave cáncer de piel que a los 13 años le alcanza el cuello. Ambos llegaron a Barajas el sábado pasado desde Bagdad, acompañados por sus madres y desde allí fueron trasladados a la residencia de ancianos que Mensajeros de la Paz tiene en La Bañeza (León), un antiguo seminario ocupado desde hace varios años por 225 ancianos. Esta ONG, con el padre Ángel al frente, busca ahora una solución médica a los problemas de los dos chicos.
"No estoy curado todavía, pero me siento casi feliz aquí, dormimos a gusto y me siento protegido. Desde que pasó todo no había salido de casa", chapurrea Aus en inglés y árabe con una sonrisa en los labios. Rachid, un joven musulmán de 21 años que vive desde hace 10 cerca de La Bañeza, hace de intérprete para los chicos. "Ellos, tienen ahora, al menos, una esperanza, se sienten contentos y agradecidos".
Aus será trasladado dentro de unos días a La Paz o al hospital Gregorio Marañón, donde le harán un completo chequeo médico para conocer si en una segunda operación se podrá extraer la metralla que queda en su cuerpo y devolverle así la movilidad.
Más tarde, se rehabilitaría en el hospital de parapléjicos de Toledo. El coste correría a cargo de los hospitales y de Mensajeros de la Paz. "Estoy deseando operarme e ir andando al cole, jugar al fútbol", insiste Aus con mirada ilusionada.
"No sé si será posible que Aus camine, pero hay que intentarlo", comenta esperanzado David Cordero, gerente del
centro de Mensajeros de la Paz. Desde el día del atentado Aus no ha vuelto a tocar una pelota ni ha visto a sus amigos del colegio. Su vida quedó truncada y sus sueños de futbolista se desvanecieron como el humo de las bombas que tanto recuerda.
Desde su llegada, los chicos han revolucionado la vida cotidiana de los ancianos y ya conocen hasta el último rincón del edificio. Omar pasea la silla de ruedas de Aus entre las de los mayores que ocupan la residencia de ancianos; o juegan al ping pong, ajenos a un futuro incierto. "¡Cómo me gustan los niños, qué morenitos más guapos!", exclama una anciana.
Las madres de los muchachos, Ban y Shrook, sólo tienen palabras de agradecimiento para el pueblo español. "Le damos las gracias al Rey, a las tropas españolas, al pueblo español. Nos han recibido como hermanos".
Shrook se ha pasado el día llorando, emocionada por las horas que está viviendo junto a su hijo. "He aprendido mucho estos días", reflexiona. Aún no sabe que a su hijo le verá el martes un especialista de piel en el hospital Niño Jesús, en Madrid. Ella y Ban pidieron a los militares americanos ayuda para sus hijos y ante la falta de respuesta optaron por acudir a "los españoles".
Los dos niños se conocieron en el avión que les llevó a Madrid y dicen que nunca se separarán, que sus destinos están unidos. "No sabía que la gente de España fuese tan amable; estamos en buenas manos, seguro", dice Omar con una firmeza impropia de su edad. Son entonces las dos de la tarde, es la hora de comer en el centro de Mensajeros de la Paz. La conversación se relaja cuando los niños hablan de la comida: "Qué rica la tortilla con patata dentro...".
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.