Apuntar antes de disparar
Más justificadas en unos casos que en otros, la oleada de ampliaciones de los museos nacionales, que, entre estos días y aproximadamente el fin del año, nos llevan del Museo Thyssen-Bornemisza al Centro de Arte Reina Sofía y al Museo del Prado, no debe ser simplemente celebrada sin reflexión. En primer lugar, porque multiplicar el espacio de un museo supone la equivalente multiplicación de su gasto corriente, lo cual, si la ampliación correspondiente no está debidamente justificada o su diseño arquitectónico no es el adecuado, puede volverse en contra de la institución supuestamente beneficiada y poner en peligro su futura viabilidad.
Es cierto que vivimos la moda internacional de dotar a los museos con rutilantes carcasas, pensando que las fachadas espectaculares pueden servir como reclamo publicitario que atraiga a más público, pero esta estrategia es peligrosamente efímera y puede generar el efecto perverso de, como dice el refrán, "adorar al santo por la peana", por no hablar del de sólo satisfacer la extendida egolatría política del "inauguracionismo" de edificios, cuyo mantenimiento luego queda crónicamente desatendido.
Los museos de arte contemporáneo parecen estar cada vez más obligados a promocionar lo último
Dejando al margen el Museo del Prado, cuyo endémico agobio espacial estaba, sobre todo, fundamentado en la imposibilidad de prestar un servicio público adecuado al creciente número de visitantes y las actuales exigencias de éstos, las restantes ampliaciones se han producido a los pocos años de haberse inaugurado o haberse profundamente reformado, con todo lo que ello revela de, por lo menos, una notable falta de previsión. De todas formas, el caso, en principio, comparativamente más preocupante es el MNCARS, que está en trance de inaugurar su tercera gran reforma o ampliación, un auténtico récord para un museo que aún no ha cumplido la parva edad de veinte años.
Es cierto que inicialmente se inauguró sin una definición precisa sobre su definitiva función, pero, tras adquirir el inequívoco estatuto de Museo Nacional entre fines de los ochenta y comienzos de los noventa, ya estuvo obligado a comportarse como tal, lo cual significaba haberse dotado del espacio necesario para una colección permanente, para exposiciones temporales y para cuantos servicios de toda índole que hoy exige un centro dedicado a la proteica creación artística contemporánea. Aunque no es justo obviar al respecto la general ansiedad que, en la actualidad, despiertan los museos de arte contemporáneo, cada vez más obligados a inmiscuirse en la promoción de lo último, borrando con ello la distinción entre "museo" y, como se suele decir, "Kunsthalle"; esto es, mera sala de exhibición temporal, concurrente con las galerías privadas, las bienales o las ferias, tampoco se puede alegar que esta deriva fuese una exigencia insólita hace tres lustros. Sea como sea, y aun a costa de incluir en dicho ser la discutible fatalidad de que un museo de arte contemporáneo se haya de convertir en una suerte de espectacular multicentro policultural para la promoción indiscriminada de lo nuevo, el visitante del MNCARS durante estos años ha podido comprobar, no pocas veces, que la oferta allí se multiplicaba alocadamente, más en cantidad que en calidad, como si se diese por sentado el dudoso principio de que "cuanto más, mejor". Sin embargo, el prestigio de una institución cultural se basa justo en lo contrario y a ello deben aplicarse los actuales responsables, si no quieren caer en el estéril y ruinoso agujero negro de agotarse en una frenética actividad sin propósito definido, ni enjundia, que, además de estéticamente inane, acabará por aburrir a un público que ya se sacia con ferias, bienales y otras cuchipandas de este mismo jaez promocional.
De manera que bienvenida sea toda esta hipertrofia de infraestructuras materiales, pero sin olvidar lo que es prioritario en un museo: la riqueza, el mantenimiento y el lustre de su colección permanente y todas aquellas actividades temporales que no están al alcance del resto de las instituciones afines, bien por no poder cubrir esas necesidades en absoluto, bien por hacerlo de forma muy parcial e insatisfactoria.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.