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Reportaje:LA EUROPA DE LOS VEINTICINCO | El papel del Reino Unido

¿Estar o no estar? Ésa es la cuestión

Los euroescépticos fuerzan al Reino Unido a reabrir el dilema sobre su papel en la UE

Cuando el Nuevo Laborismo llegó al poder en 1997 trajo consigo una nueva manera de mirar hacia Europa desde el Reino Unido que contrastaba con la desconfianza permanente de 18 años consecutivos de dominio conservador. Donde Margaret Thatcher y John Major habían visto riesgos, Tony Blair veía oportunidades. Incluso el euro se presentaba como una oportunidad que había que aprovechar, aunque, eso sí, en el momento oportuno.

Siete años después, esa primavera parece marchita. Tony Blair sigue haciendo hermosos discursos sobre Europa, pero la libra continúa fuera del euro y no hay perspectivas de cambio, el Reino Unido se ha alineado con Estados Unidos en la mayor crisis trasatlántica de los tiempos modernos y el primer ministro británico vuelve a destacar en la mesa del Consejo Europeo por sus posiciones nacionalistas y contra la integración. El Partido Conservador se ha envuelto en la bandera de la renegociación de las condiciones de la adhesión británica a la Unión Europea y un pequeño partido contestatario que tiene la retirada del Reino Unido de Europa como plato casi único de su plataforma electoral ha conseguido el 16% de los votos en las elecciones europeas, escorando el debate político sobre Europa hacia el dilema de retirada o permanencia. La UE está otra vez en cuestión y los euroescépticos creen que si los británicos dicen no a la Constitución europea, el siguiente paso será la retirada.

Los partidos euroescépticos de Reino Unido creen que si los británicos dicen 'no' a la Constitución, el siguiente paso será la retirada
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¿Es esa retirada posible sin arruinar al Reino Unido? La Confederación de la Industria Británica (CBI) opina que la economía se resentiría. "Aunque es verdad que nuestras relaciones comerciales podrían quedar bien cubiertas a través de acuerdos bilaterales con Estados miembros de manera individual, (...) también es verdad que no tendríamos un sitio en la mesa cuando se establezcan las normas y leyes que regulan el comercio y las inversiones de nuestros principales socios comerciales. Nos veríamos penalizados con problemas y con costes sobre los que no tendríamos la capacidad de influir", sostiene Digby Jones, director general de la CBI.

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El Instituto de Directores, una entidad creada en 1903 y que representa a 55.000 directivos, ve menos problemas. "Ha sido siempre un debate muy emotivo", subraya Graeme Leach, su economista jefe. "La posición oficial del Instituto es que el Reino Unido debería seguir siendo miembro de la UE, pero también sabemos que los estudios que se han hecho durante años sugieren que, en realidad, si estuviera fuera el daño económico no sería significativo", afirma. "Principalmente porque el Reino Unido importa más de lo que exporta a la UE y seguramente seguiríamos manteniendo derechos de mercados abiertos. Aunque podríamos perder algunas inversiones extranjeras directas, fuera de la UE hay menos impuestos y menos regulación, y eso podría compensarlo. Al final, estar dentro o fuera no es tan diferente", concluye Graeme Leach.

Allan Sked, profesor de Historia Internacional en la London School of Economics, se define a sí mismo como euroescéptico y cree que "los resultados de las recientes elecciones demuestran que para Tony Blair va a ser casi imposible ganar un referéndum sobre la Constitución, ponen de relieve el espíritu anti-UE que hay en el país y significan que no hay ninguna posibilidad de entrar en el euro en el futuro inmediato e incluso a medio plazo". "Si hay un acuerdo sobre la Constitución, llegará un momento en que Gran Bretaña tendrá que decidir entre entrar en el euro y aceptar la Constitución o marcharse, que creo que es lo que a la mayoría de los británicos les haría más felices. La inmensa mayoría de los británicos quieren comercio libre con Europa, pero no quieren la superestructura política europea", sostiene Sked. "No tenemos ninguna ventaja especial por estar dentro de una Europa con imagen de corrupta y burocrática".

A su juicio, "la diferencia esencial entre el Reino Unido y Europa es psicológica". "Los británicos no han tenido nunca la necesidad de entregar su independencia o de sentirse absorbidos por un ente europeo superior. Después de la Segunda Guerra Mundial, los alemanes y los franceses decidieron tratarse como iguales, otros países se han convertido en satélites económicos de Alemania, españoles y portugueses han querido reforzar su democracia después de Franco y [Oliveira] Salazar, los griegos han buscado la democracia después de los coroneles, los europeos del Este quieren reforzar su democracia una vez que se han ido los rusos, pero Gran Bretaña nunca ha estado en esa posición. Gran Bretaña salió de la guerra sintiéndose absolutamente feliz de sus instituciones, santificadas por el resultado de la guerra", explica el profesor Sked.

"Siempre hubo un gran escepticismo sobre la entrada en la UE. En la medida en que fue vista como una organización comercial, no importaba; pero cuando la gente se ha dado cuenta de que no se trata sólo de una institución meramente de libre comercio, sino el abanderado de un potencial superestado, el euroescepticismo ha vuelto porque los británicos no quieren formar parte de eso. Quieren llevar su política exterior, que su diplomacia apoye a Europa o a Estados Unidos en función de los intereses nacionales de Gran Bretaña. No creen que esta Europa sea un gran protagonista mundial porque, desde el punto de vista británico, su economía está estancada, su población está en declive, militarmente depende de Gran Bretaña, tecnológicamente se está volviendo más obsoleta. Es una Europa que va a quedarse cada vez más al margen de los asuntos internacionales. Así es como los británicos ven Europa, lo siento", concluye Sked.

Stephen Hayward, en cambio, se confiesa "eurófilo". Quizás porque habla y escribe italiano, francés y español, y chapurrea el gallego y el alemán. Pero parece compartir el tamiz euroescéptico que Allan Sked atribuye a los británicos. "Es verdad que hay millones de británicos que veranean en Francia, en España, en Italia, pero en realidad donde de verdad se sienten a gusto es en Australia. Pero les queda demasiado lejos. Si Australia estuviera a un par de horas de avión, no irían a Europa a pasar sus vacaciones", dice con cierta amargura.

Hayward, que tiene una editorial, cree que la retirada de Europa sería un desastre económico para el país, pero reconoce que a su empresa no le afectaría. "Si yo hiciera bolsas de plástico sí que me afectaría, pero mis contactos son fundamentalmente con el mundo anglófono". A pesar de eso, opina que "aislarse del resto de Europa sería un desastre cultural" y estima que en realidad el escenario de retirada "no es real", aunque "la presión política es muy fuerte". "Estamos pagando 20 años de propaganda antieuropea de la prensa tory", denuncia. "Pero hay también cosas que no funcionan, como la política pesquera o la corrupción. En los británicos influyen mucho las historias de la corrupción, pero también el mandarinismo de los políticos proeuropeos que niegan el derecho a criticar a Europa. El escepticismo, el poner las cosas en cuestión, es propio de la izquierda. Siempre hay que dudar y plantear preguntas difíciles. Pero como la derecha, que en realidad es eurófoba, se ha adueñado del término euroescéptico, es como si estuviera prohibida la crítica a Europa desde posiciones eurófilas".

Tony Blair, junto al luxemburgués Jean-Claude Junker,  en Bruselas.
Tony Blair, junto al luxemburgués Jean-Claude Junker, en Bruselas.EFE

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