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Reportaje:

La sutil energía de Chéjov sigue viva

Nuevas versiones de las piezas del autor ruso llenan Moscú en el centenario de su muerte

Pilar Bonet

Las tres hermanas no son tres, ni El tío Vania es uno ni El jardín de los cerezos es un espectáculo único y exclusivo. Cien años después de que Antón Chéjov falleciera víctima de la tuberculosis (el 15 de julio de 1904) en la localidad alemana de Badenweiler, las obras de teatro más famosas de este autor ruso siguen siendo actuales en los escenarios de su país. Los personajes del escritor continúan moviéndose desde la tragedia a la comedia, según la fantasía de los atrevidos, capaces de desafiar a un público que conoce de memoria las réplicas y que tiene sus propias ideas de lo que un montaje de Chéjov debe ser.

Chéjov es un valor constante en los escenarios de Moscú, sobre todo en el teatro del Arte (el MJAT), que Konstantín Stanislavski fundó en 1898. Fue precisamente allí donde Chéjov triunfó aquel mismo año con La gaviota, una obra que rompía moldes y que había fracasado estrepitosamente en San Petersburgo. En el MJAT se estrenaron El tío Vania (1899), Las tres hermanas (1901) y El jardín de los cerezos (1904).

La sutil energía de Chéjov sigue vivaEl poder soviético subrayó su dimensión social y canonizó al autor a su manera
"La actualidad de Chéjov viene de su capacidad de plasmar los valores de la vida", comenta Dodin
Sus admiradores pueden rendirle homenaje con una excursión al pueblo de Mélijovo
Renata Litvínova hace reír al público con una mímica y una manera de hablar inspirada en nuevos ricos rusos

La sede histórica del MJAT, en el centro de Moscú, es hoy un templo a la memoria de Chéjov, donde se siguen representando las mismas obras que hace un siglo. El vestíbulo es apropiado para recordar que el último deseo del escritor antes de morir fue una copa de champaña y también para pasear por su historia recorriendo las fotos de sus primeras puestas en escena y las vitrinas donde se exhiben, preservados del polvo, los trajes de la actriz Olga Knipper, con la que Chéjov se casó en 1901.

Los billetes de teatro en Rusia se pagan hoy a precio de mercado, dependiendo del interés del espectáculo y del tiempo que lleven en cartelera. Un asiento decente para El tío Vania en el MJAT cuesta cerca de 30 euros y las representaciones están abarrotadas, porque este teatro es uno de los preferidos de la nueva burguesía rusa.

El MJAT ha estrenado recientemente nuevas versiones de El tío Vania y El jardín de los cerezos, que han cosechado críticas y alabanzas moderadas, pero no han despertado pasiones ni parecen aportar elementos novedosos en la interpretación y recreación de Chéjov. La puesta en escena de El tío Vania ha sido obra de Mindaugas Karbauskis, joven lituano admirado por el director del MJAT, y el veterano actor Oleg Tabakov, que representa en la obra al egocéntrico profesor retirado Alexandr Serebriakov. Con su aspecto saludable y sonrosado, Tabakov es el triunfador, mientras el tío Vania y su sobrina Sonia son los derrotados, que acaban tapiados en vida (en sentido literal) en su hacienda. La juventud sacrificada de Elena Andreiévna, la esposa del profesor, y la insuperable diferencia de edad entre ambos se evaporan en esta obra, donde los personajes circulan como peces en un acuario detrás de unas cristaleras.

El jardín de los cerezos está al servicio de Renata Litvínova, estrella de cine que interpreta a Liubov Raniévskaya, la propietaria del jardín condenado a la tala. Litvínova parece vivir la pérdida de su hacienda y la desaparición de los árboles como un alivio y no como una tragedia, y hace reír al público con una mímica y una manera de hablar inspirada en la de los nuevos ricos rusos de hoy.

Un director teatral capaz de involucrar al espectador en dimensiones más profundas de Chéjov es Lev Dodin, que encabeza el Mali Dramatícheskii Teatr de San Petersburgo. Durante varias semanas, con lleno absoluto, Dodin ha mostrado sus espectáculos en Moscú y ha sumergido al público en una experiencia total. En su montaje de El tío Vania, los actores se apoderan de los personajes desde dentro, gracias a un entrenamiento durísimo que incluye equilibrismo y danza.

"La actualidad de Chéjov viene de su capacidad de plasmar los valores de la vida, las esperanzas que se han cumplido y las que se han evaporado, y también la fugacidad del tiempo y la comunicación e incomunicación entre las personas", comenta Dodin. Según el director, "en la historia del teatro hay tres grandes momentos: la tragedia griega, Shakespeare y Chéjov". Dodin no busca "resolver rompecabezas o crear juegos cibernéticos", sino "recuperar la capacidad de conmover y encontrar la catarsis, hoy olvidada, con ayuda de medios actuales". Su Tío Vania corta el aliento. La atracción entre la esposa del viejo profesor, la joven Elena Andréiev-na y el médico rural Mijaíl Ástrov se transmite como un argumento abierto a un futuro incierto. Por unos instantes, los espectadores llegan a tener la esperanza de que Elena se apartará del camino marcado por Chéjov y abandonará a su fatuo marido por el médico rural. En Dodin, la esperanza y el futuro están con los que se quedan en la hacienda del tío Vania, no con los que se van.

El poder soviético subrayó las dimensiones sociales de Chéjov y canonizó al escritor a su manera. Dodin cuenta, sin embargo, que en los años cuarenta, Nemiróvich-Dánchenko puso en escena una versión de Las tres hermanas absolutamente libre de los clichés soviéticos, e incluso "llena de nostalgia del tiempo pasado". "Stalin miró el espectáculo, no dijo nada y se marchó. Fue uno de los pocos espectáculos del MJAT de aquellos años que no recibió el Premio Stalin. Respondía a una tradición de teatro prerrevolucionario ruso que siguió viva en la URSS hasta bien entrados los ochenta, cuando el teatro soviético acabó de absorberla".

La gama de registros para representar a Chéjov en los escenarios de Moscú no se queda ahí. Hay montajes de Las tres hermanas que parecen sumergidos en el más claustrofóbico y desesperante de los entornos (Serguéi Artsimbáshev en el teatro de Pokrovka), y hay otros que parecen tener seguro a todo riesgo (los del Mali Teatr). El director de cine Andréi Konchalovski (hermano de Nikita Mijalkov) ha hecho su versión -superficial, según la crítica- de La gaviota, obra con la que también ha jugado el popular autor de policiacas Borís Akunin. Éste la recreó de manera tal que Konstantín, el admirador de Nina no correspondido, en realidad no se suicida sino que es asesinado, y, por supuesto, todos los personajes pueden haber cometido el crimen.

Para acabar de completar el cuadro están también La dama del perrito y El violín de Rotchild en versión de Kamas Ginkas, que contrapone la lectura del relato a recursos escénicos muy estilizados, como un malecón o un paisaje de ataúdes, respectivamente. Mientras nuevas oleadas de chéjovs de todos los pelajes se avecinan sobre Moscú y algún crítico sugiere que debería prohibirse su interpretación durante 20 años, los admiradores del escritor pueden rendirle homenaje con una excursión al pueblo de Mélijovo, a 70 kilómetros al sur de Moscú. En Mélijovo está todavía la casa de madera donde Chéjov vivió siete años de su vida, trabajando de médico rural, hasta que la tuberculosis que padecía le obligó a cambiar de clima y trasladarse a Yalta, en Crimea. La casa es hoy un museo donde se exhiben objetos de la vida cotidiana de la familia, retratos, vajilla, muebles y hasta la mesa de fieltro verde, donde escribió, mirando hacia el jardín, obras como La gaviota, La isla de Sajalín y El pabellón número 6. En Mélijovo están aún la escuela que fundó y el estanque que inspiró La gaviota. Desde hace cinco años, cada primavera hay aquí un festival de arte dramático dedicado a Chéjov, gracias al cual se ha arreglado el teatro del pueblo.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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