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Columna
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Cambios de cara

Cuando a François Mauriac, colmado de gloria, le preguntaron qué le hubiera gustado en verdad ser, respondió: "Moi même mais réussi". Es decir, "Yo mismo pero logrado". Esta respuesta famosa se ha repetido mucho en nuestra cultura porque expresa un deseo generalizado en un tiempo donde la idea de "llegar a ser tú mismo" se ha quedado demasiado corta. Llegar a ser uno mismo, por bueno que sea, no asegura las aspiraciones de estatus, aventura y diversión. En la cultura del éxito que prendió en los años ochenta, ser uno mismo sólo tenía sentido si con ello se llegaba lejos. Y no quería decir exactamente esto Mauriac. Se trataba en los ochenta no tanto de ser ese yo "conseguido" como de desarrollar el tipo que fuera pero en la fama, puesto que la celebridad o el dinero transfiguraba a la persona y se cumplía el deseo supremo de variar para mejor.

Los últimos reality show en la televisión estadounidense, basados en cambiar el aspecto de los participantes mediante sucesivos actos de cirugía estética, constituyen una prolongación extrema de aquellos tiempos centrados en el look y el book. De hecho, el espacio de la cadena de televisión ABC donde se practican las intervenciones ante la audiencia lleva por título Extreme Make Over. Es decir, un maquillaje exacerbado que contribuye no sólo a corregir alguna imperfección del rostro sino a sustituirlo.

La extrema emisora de derechas Fox News fue la primera en introducir este tipo de espectáculo en vivo puesto que Fox ama económicamente el sensacionalismo. Su éxito a través del programa The Swan (El cisne) se ha desarrollado sobre el anhelo general de ser más atractivo ante los demás y siempre en relación al sentido de la vista (el look) puesto que por mucho que se subraye la importancia de la belleza moral, a la hermosura del alma le cuesta más de lo debido emerger, según el ritmo de los tiempos y, entre tanto, los más apuestos reciben las mejores notas en la escuela, disfrutan de mayor número de relaciones sexuales y obtienen empleos con incomparable facilidad.

Ser bella o bello ha ingresado, en congruencia con el imperio de la imagen y la omnipresencia de las fotos, en la circulación mercantil, profesional, identitaria y popular. Pero hay, sin embargo, un paso más. Eliminar los defectos (morales o físicos) todavía pertenece al territorio de la doctrina cristiana. La penitencia interior o el sufrimiento exterior a través de la cirugía forman parte de la misma misión para enmendarse en este mundo y aspirar a la mayor perfección. El salto de grado se registra ahora cuando la cadena MTV no sólo propone cirugía estética para parecer mejor (no se limita a producir "yo mismos, mais réussis") sino que brinda la oportunidad de transfigurarse en otro.

El primer ejemplo expresivo de la nueva tendencia lo han encarnado dos hermanos gemelos adolescentes que han elegido respectivamente ponerse uno el rostro de Brad Pitt y otro el de Keanu Reeves. De esta manera, pues, se supera el círculo de la identificación psicoanalítica, porque no se tratará ya de que uno desee ser como Beckham sino que se le ofrece la ocasión de adquirir su imagen de cotización.

La mejora de la apariencia que se propone dentro del marketing político o en los salones de las esteticistas resulta hoy un gesto menor comparado con el desarrollo de la producción ex novo de los semblantes. O, en definitiva, no se trata ya de desear ser mejor dentro de lo que uno es sino de dejar de ser para reencarnarse en otro u otros.

A la moda de bautizar a algunos niños con nombres de marcas (Kellogg´s, Nike, Harley Davidson) del año pasado, ha sucedido así, en Estados Unidos, la moda de acoplarse rostros de altas firmas. Rostros de clara cotización en el mundo de las pantallas y, en consecuencia, en la realidad de un mundo convertido en reino de la ficción, la simulación o el incesante espectáculo.

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