_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Invitados

Josep Ramoneda

A los ocupantes, ahora, se les llama invitados. Esta es la principal novedad de la resolución de Naciones Unidas sobre Irak. ¿Quiénes son los invitados? Un ejército multinacional liderado por Estados Unidos que llegó, hace más de un año, sin que nadie se lo pidiera y que seguía asentado en el país, mientras se votaba en el Consejo de Seguridad. ¿Quiénes son los anfitriones? Un Gobierno iraquí, constituido durante la ocupación militar, que cuenta, obviamente, con el beneplácito de los ocupantes y que está formado en su mayoría por antiguos miembros del Consejo provisional que presidía el americano Bremer. Es decir, los anfitriones invitan a permanecer a quienes les propusieron para sus cargos. Y esto se describe como un incuestionable acto de soberanía. El eufemismo en política hace estragos.

Las resoluciones de la ONU crean legalidad internacional pero ni describen la realidad, ni son fuente de verdad, ni tienen poderes mágicos sobre los pueblos. EE UU puede decir, ahora sí, que su presencia en Irak está amparada por las Naciones Unidas. Pero, sobre el terreno, el nuevo informe de Mary Kaldor y Yahia Said constata "una pérdida total de confianza en la coalición".

La campaña electoral se había convertido en un via crucis para George W. Bush. La revelación de las torturas que los soldados de la coalición practicaban en Irak abrió la brecha de una crisis moral en la sociedad americana que iba camino de tragarse al presidente. El cowboy de las Azores apareció la pasada semana en Europa como cándido corderito que busca la amistad de quienes tanto había despreciado. Francia y Alemania súbitamente han dejado de ser "la vieja Europa" y las Naciones Unidas, ayer consideradas perfectamente prescindibles, han sido amnistiadas. De momento, sabemos una cosa: que todo esto sólo vale hasta las elecciones de noviembre. Si gana Kerry es probable que se siga por el camino conciliador. Si gana Bush, ¿resistirá a la tentación narcisista de volver a las andadas?

En el escenario iraquí, la violencia sigue. Violencia terrorista, que continuará mientras pueda, y violencia de resistencia y rechazo a la ocupación, que se desactivará si el Gobierno iraquí consigue crear las condiciones de un autogobierno real y de una legitimidad efectiva. Se ha frenado la peor de las opciones: que Bush se empeñara en ganar la guerra a toda costa, atizando más el fuego de la violencia. Pero cualquier idea de estabilidad pasa por la capacidad del nuevo Gobierno de salir de la torre de marfil de la zona verde. La zona verde es la amplia área de Bagdad donde, como describen Kaldor y Said, las autoridades de la Administración Provisional viven absolutamente alejadas de una realidad "rebosante de actividad económica y social, de debate político y autoorganización, pero también de crimen, violencia y extremismo".

La capacidad del Gobierno iraquí de intervenir en las decisiones militares de sus "invitados" no la regula la resolución sino que se establece sobre la presunción de buena fe de unas cartas intercambiadas entre el secretario de Estado americano y el nuevo primer ministro iraquí. Lo cual confirma que son los anfitriones los que, en última instancia, están en manos de los ocupantes. ¿No habíamos dicho que soberanía es el derecho a tener la última palabra?

Zapatero tiene argumentos para decir que la resolución no cumple los requisitos que consideraba indispensables para permanecer en Irak. La ciudadanía, como confirman las encuestas, está encantada con el regreso de las tropas de Irak y, en esta materia, las críticas del PP están amortizadas. Rajoy, que formaba parte del Gobierno que obligó a España a ser un socio a palos de los EE UU, habla de deslealtad. Aquí la principal deslealtad fue la suya con la ciudadanía española. Y le costó una derrota electoral. Sin duda, la retirada española de Irak contribuyó a que EE UU tomara conciencia de la precariedad de su posición. Pero sin Faluya, sin las torturas y, sobre todo, sin elecciones a la vista, Bush no se habría visto obligado a abandonar la cultura de cruzada y buscar formas de cooperación internacional. En la medida en que Bush se ha acercado a las posiciones de Francia y Alemania, lo ha hecho también al Gobierno español. Es en Europa, en el Mediterráneo y en Latinoamérica donde España tiene campo abierto para desarrollar una política internacional incluyente, guiada por la idea de sumar, y sin los complejos de los que prefieren ser empleados del más poderoso antes que ser socios autónomos y respetuosos de aquellos que la geografía, la historia y la cultura nos ha colocado más cercanos.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_