Una colección tan rica como singular
Aunque teníamos sobrada noticia de la existencia de la colección de Carmen Thyssen-Bornemisza, entre otras cosas porque años atrás fue objeto de una exhibición pública temporal en España y en el extranjero, sólo ahora, cuando se inaugura la ampliación del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid precisamente para acogerla, nos podemos hacer una idea exacta de su contenido y alcance. No se trata de ninguna cuestión baladí, porque nos encontramos con varios centenares de obras de prácticamente toda la historia del arte occidental, aunque haciéndose más hincapié en el de los últimos siglos. En todo caso, nada se puede entender del contenido formidable de esta colección de Carmen Thyssen-Bornemisza, que se suma a la muy impresionante de su marido, sin señalar algunos aspectos determinantes, como, por ejemplo, en primer lugar, que lo que podemos ahora contemplar es fruto de un acuerdo con el Gobierno español para que se exhiba durante los próximos 11 años en condición de préstamo temporal, un paso imprescindible para ultimar la deseable consolidación pública de su propiedad.
En segundo lugar, el visitante actual debe estar advertido de que una parte del contenido ahora expuesto ha estado ya colgado antes en el museo, porque fue producto de las compras que los barones realizaron después de que el Trust negociara con el Gobierno español la creación de la Fundación Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid y Barcelona hace ya más de una década. Algunas de estas compras posteriores se entremezclaron con las obras pertenecientes al museo, pero sólo ahora, tras la muerte del barón y la liquidación de su herencia familiar, se nos muestran en su titularidad jurídica definitiva. En tercer lugar, que la propia baronesa siguió, por así decirlo, por su cuenta, una colección personal. De tal manera que lo que ahora vemos en la ampliación es fruto de fuentes muy diversas, lo que explica que sólo actualmente podamos deslindar la urdimbre del conjunto, cuyo intríngulis jurídico antes era sólo accesible a unos pocos.
Estas raíces de la colección nos sirven para comprender el espíritu de lo que ahora se nos presenta también desde el punto de vista artístico, porque, por lo dicho, en parte sigue las líneas maestras del criterio establecido por el barón Thyssen-Bornemisza, que, por una parte, trató de completar el contenido de lo heredado de su padre, dedicado monográficamente al arte antiguo, y, por otra, formó él mismo una colección de arte de la época contemporánea. En cuanto a lo primero, hay esculturas, tapices, muebles y pinturas de altísimo valor, que abarcan desde el siglo XIII hasta el XIX, entre lo cual, por su abundancia y variedad, es casi imposible hacer calas individuales. En efecto, ¿como hacerlo si nos encontramos con nombres tan relevantes como los de Simone Martini, Carlo Saraceni, Van Dyck, Jan Brueghel El Viejo, Van Goyen, Ruysdael, Emanuel de Witte, Jan Steen, Pieter de Hooch, Giuseppe Maria Crespi, Piazzetta, Guardi, Giaquinto, Mattia Preti, Vernet, Boucher, Fragonard, Van Vitelli, Canaletto o Goya? Si esta lista es ya de por sí apabullante, añádase los nombres de Constable, C. D. Friedrich, Courbet o, en fin, el muy diverso conjunto de pintores americanos del siglo XIX, de los preimpresionistas e impresionistas franceses, etc., a lo cual la baronesa ha añadido un buen lote de obras del XIX español.
Así, con todo, una parte cuantitativamente muy significativa de esta colección, lo forma lo perteneciente al arte del siglo XX, tomando como punto de partida el posimpresionismo finisecular, con mucho acento en las corrientes expresionistas de Centroeuropa y, en general, una amalgama de los restantes estilos y movimientos vanguardistas. De nuevo aquí nos encontramos con el problema de una lista nominal apabullante, en la que, sólo a título de ejemplo, citaré a Rodin, Gauguin, Bonnard, Signac, Ensor, Dufy, Vlaminck, Gris, Picasso, Braque, Matisse, Léger, Miró, Derain, Delvaux, Delaunay, Morandi, Munch, Kirchner, Kandinsky, etcétera. De todas formas, estas indicaciones, si bien pueden servirnos para apreciar la riqueza del conjunto, no deben ocultarnos la singularidad del resto, donde hay decenas de artistas y obras, de resonancia popular comparativamente menor, pero en absoluto desdeñable, sobre todo cuando pensamos en esta colección formando parte de lo exhibido en un gran museo.
Como apreciación final, y al hilo de lo que hemos venido comentando, podemos afirmar que con esta nueva aportación nos encontramos, por una parte, con una especie de "duplicación" de la realidad consolidada del museo ya conocido, con, eso sí, bastantes enriquecimientos en detalles, y, por otra, con la incorporación del arte español, algo que antes sólo estaba representado a través de las figuras capitales de la vanguardia del XX, pero que ahora se amplía con la presencia de artistas internacionalmente menos famosos, pero cuya significación local no puede desdeñarse en una institución ubicada en nuestro país.
Babelia
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