Göttweig en Normandía
En el monasterio benedictino de Göttweig se han podido escuchar estos pasados días muchas palabras de gratitud que se echan en falta por otros lares. Göttweig es como el muy cercano monasterio de Melk, un foco de sabiduría y reflexión desde hace casi mil años cuyos monjes y escritos llegaban e influían tanto en los fuertes de los Caballeros teutónicos en el Báltico, hoy capitales de Estados miembros de la UE, como en Santiago de Compostela o Santo Domingo de Silos.
Decenas de políticos e intelectuales de toda Europa, entre ellos los presidentes de Gobierno de Grecia, Konstantinos Karamanlis, y el de Austria, Wolfgang Schüssel, los ministros de Asuntos Exteriores croata, esloveno y austriaco, se reunieron en tan espléndido marco para hablar de la larga e insólita experiencia del viejo continente, de sus nuevos retos y sus cuitas. Se habló de la nueva Constitución de una Europa que tras cientos de años de luchas fratricidas y un siglo XX anegado en sangre por las dos grandes ideologías redentoras del nazismo y el comunismo vuelve a acercarse a la unidad que sobreentendían los monjes de Göttweig como los de Silos o Marienburg.
Pero ante todo -quizás sea la influencia del entorno que induce tanto a la memoria- se ha hablado mucho de gratitud. La cumbre de Mtteleuropa que es la reunión danubiana, con representantes de todos los países que desde el 1 de mayo ya son miembros de la UE y los candidatos de los Balcanes, incluida Turquía, saben muy bien lo que es la precariedad de la libertad y la seguridad y son conscientes de que estos bienes no son un derecho adquirido como algunos piensan en las sociedades más afortunadas de Europa Occidental.
El Montecasino austriaco ha evocado Normandía como un inmenso acto de generosidad en el que un presidente norteamericano decide mandar al sacrificio a decenas de miles de sus ciudadanos para salvar a Europa de su peor tormento cuando se batía en una guerra propia contra Japón. Sólo el Reino Unido había demostrado tal gallardía al entrar en una guerra contra el nazismo en 1939 cuando su aliada Polonia fue atacada. Cierto que la URSS combatió a Alemania con más víctimas que EE UU. Pero sólo lo hizo después de su plena colaboración y complicidad con el nazismo durante dos largos años trágicos en los que nazismo y comunismo se aliaron para matar al alimón y sólo se enfrentó a Hitler en autodefensa cuando fue atacada en 1941. Otros aliados miraron allá en 1939 hacia otra parte cuando Polonia fue arrasada por los dos grandes asesinos, creyendo que así estarían más seguros y evitarían bajas propias. Un año más tarde tuvieron que ver humillados que los pactos por separado con los enemigos de la libertad no generan más que desprecio. Quienes consideran que pueden apaciguar al matón sacrificando a otros siempre acabarán comprobando que la cobardía ha sido en vano.
Ha sido esta semana buena para rememorar e intentar que lo hagan quienes viven con tanta energía las pugnas del presente que no parecen tener tiempo o capacidad para forjar los anclajes con el pasado que evitarían mucha irresponsabilidad al despreciar los peligros del presente. Y para combatir esa pose de superioridad moral tan arraigada en Europa, el continente que más debiera reflexionar sobre sus actitudes porque ningun otro ha generado crueldades y miserias semejantes a las suyas.
En Göttweig también se recordó a Ronald Reagan, que casi parece que eligió el 60º aniversario del Día D para morir a los 93 años. Resuenan aún los insultos al "ex actor idiota" de Reagan que se oían en Europa durante sus ocho años de mandato. Como suenan aún los comentarios despectivos al papa Juan Pablo II por su "anticomunismo cerril". Los ciudadanos libres reunidos junto al Danubio eran plenamente conscientes de la deuda de gratitud hacia esos dos hombres que los sacaron, en Tallin, Riga, Vilnius, Bucarest, Varsovia, Budapest o Praga, de una vida sin esperanza y que les abrieron el camino a esa reunificación europea y a la libertad que sólo infravaloran quienes desprecian lo que tienen y por ello lo ponen en peligro.
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