Karzai se apoya en los 'señores de la guerra' afganos para su reelección
El presidente asegura que "forman parte de la realidad del país"
Es un juego peligroso. Los señores de la guerra que destruyeron Afganistán a principios de los noventa no parecen los mejores socios para acudir a una cita electoral. Y sin embargo, el presidente Hamid Karzai da la impresión de estar cortejándoles para garantizarse la reelección. Diplomáticos europeos, altos funcionarios de la ONU y los propios afganos reformistas ven con preocupación una alianza que echaría a perder los esfuerzos realizados durante los dos últimos años para normalizar el país.
Karzai negó ayer que haya sellado ningún acuerdo. Su desmentido no ha convencido. "Claro que ha habido reuniones. No es la primera vez que las hay", admitió el presidente afgano, quien evitó el término señores de la guerra y les mencionó como "líderes muyahidín", en referencia a la yihad (guerra santa) librada contra los soviéticos en los ochenta. "Dos de ellos han sido presidentes de Afganistán, otros fueron personalidades destacadas antes de la derrota del régimen talibán, luego han participado en el proceso de Bonn y son parte de la realidad de este país", justificó durante una conferencia de prensa antes de su viaje a Estados Unidos el próximo lunes.
Karzai negó con rotundidad que las conversaciones hubieran producido un acuerdo para el reparto de poder tras las elecciones generales, previstas para el próximo septiembre. "No ha habido tal cosa; ni hemos formado una coalición ni va a haber una coalición", aseguró tanto en dari como en inglés. Pero sus palabras no terminan de convencer a los sectores que ven con preocupación cómo corteja a quienes se han opuesto a sus iniciativas más importantes, en especial el desarme.
"Sólo un Gobierno que responda a las necesidades y aspiraciones de los afganos tendrá legitimidad y permitirá la estabilidad que requieren las reformas, la reconstrucción y el desarrollo", declara a esta enviada el vicepresidente Hedayat Amin-Arsala. Este reformista evita pronunciarse sobre la existencia del acuerdo. "Los líderes muyahidín tuvieron un importante papel histórico en la liberación de Afganistán, pero eso no les confiere derechos inherentes; si llegan al Gobierno, deben hacerlo como resultado de la voluntad popular", zanja prudente.
"Saben que nunca conseguirán abrirse camino en unas elecciones, por eso recurren a la negociación bajo cuerda", señalan medios humanitarios. "Semejante acuerdo pondría en peligro todo el trabajo que hemos estado haciendo en los dos últimos años para tratar de instaurar la democracia en Afganistán", lamenta un alto funcionario internacional.
"Es un desastre", manifiesta por su parte un importante hombre de negocios que hasta ahora ha apoyado a Karzai, "¿qué sentido tiene entonces el proceso democrático?". Fuentes diplomáticas expresan su temor de que "legitime un reparto de poder que los afganos consideran desequilibrado". "Es como premiar a los que tienen armas", se duele un embajador europeo.
Fuentes reformistas dentro y fuera del Gobierno muestran su preocupación por el contenido de ese pacto. Según el texto de la agenda propuesta por el llamado frente yihadista al que ha tenido acceso este diario, los señores de la guerra proponen, entre otras cosas, "proteger y reforzar los valores y principios de la yihad" y el "establecimiento de un órgano de decisión conjunta sobre todos los asuntos nacionales e internacionales".
"Es importante mantenerse dentro de la Constitución y algunos de esos puntos, en especial el órgano de decisión conjunta, es como mínimo extraconstitucional", apunta una fuente gubernamental. A la espera de que la reacción que ha provocado la noticia del acuerdo lo haga reversible, algunos aliados de Karzai prefieren esperar para hacer pública su discrepancia. "Si la coalición va adelante, apoyaré a otro candidato e incluso consideraré presentarme yo mismo", admite uno de ellos desde el anonimato.
"La agenda es un golpe de Estado silencioso", advierte un diplomático europeo, que, como la mayoría de las fuentes consultadas, asume que el paso se ha dado con el visto bueno de Estados Unidos. Fue Washington quien colocó a Karzai al frente del Gobierno que se estableció en Kabul tras la derrota del régimen talibán en noviembre de 2001. Desde entonces, Karzai ha defendido un programa reformista que incluye el desarme de decenas de miles de milicianos a las órdenes de esos señores de la guerra con los que ahora está negociando. Pocas de sus promesas se han traducido en realidades.
"Un Gobierno que resulte de la voluntad de los afganos hará más fácil el objetivo de la estabilidad y permitirá que Estados Unidos y sus aliados terminen antes su compromiso militar", subraya un ministro convencido de que a Washington no le interesa que se retrase la confrontación con las milicias. Sin embargo, el horizonte de las elecciones presidenciales estadounidenses hace temer que a corto plazo el objetivo sea "no mover ni una piedra", que no se produzca el mínimo problema en Afganistán.
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