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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Se acabó el recreo

El presidente Zapatero ha pedido a sus ministros más contención en sus propuestas y pronunciamientos. Es una petición justificada porque la lista de declaraciones precipitadas, luego matizadas o rectificadas por el propio autor o por alguno de los vicepresidentes, es ya muy larga para poco más de un mes en el Gobierno. Plazo, por otro lado, demasiado corto para que al ministro de Defensa, José Bono, ya se le haya concedido la Gran Cruz al Mérito Militar con distintivo blanco.

Los mensajes contradictorios afectan ya a muchos asuntos: IVA cultural, mando unificado policial, plan de choque de la vivienda, horarios comerciales... Ha habido declaraciones con aspecto de globo sonda enseguida rectificados, como el de la privatización de la televisión pública; se han puesto en evidencia contradicciones entre partido y Gobierno en relación al déficit cero y al Pacto de Estabilidad. Bono se mostró contrario a la desclasificación de los papeles de CNI, pero fue matizado, cuando no corregido, por la vicepresidenta primera.

En contraste con esta prolijidad, ha habido exceso de parquedad en la definición de posiciones políticas: ¿reforma constitucional previa a las de los estatutos o viceversa? Se han escuchado opiniones en ambos sentidos. Y lo mismo en relación al cuándo de una eventual reforma de la financiación autonómica. No es que sea grave, pero tampoco puede despacharse con una invocación a la libertad de expresión de los ministros;

una cosa es que no tiene por qué existir una única voz, como con Aznar, y otra la falta de coordinación. Para garantizarla están los vicepresidentes. Muchas de sus rectificaciones han sido oportunas, pero sería deseable que no se hicieran necesarias.

Si se repasan las hemerotecas de mayo y junio de 1996 se encontrarán similares amonestaciones a los primeros pasos del Gobierno de Aznar, al que se reprochaba entonces que la invocación al consenso escondía una falta de ideas claras sobre los problemas, que los compromisos eran muy genéricos, que las declaraciones contradictorias de los ministros proyectaban una imagen de confusión, que el Gobierno lanzaba globos sonda por falta de criterio, que las declaraciones de objetivos no incluían la vía para alcanzarlos, que se evitaba tomar decisiones para no agraviar a posibles aliados. Y a Aznar -ver para creer- se le acusaba de demasiado flexible, siempre dispuesto, como el Zelig de Woody Allen, a adaptarse a su interlocutor. Tal vez, por tanto, sea una característica de los debutantes, especialmente cuando, a falta de mayoría absoluta, tantean buscando los apoyos que necesitan.

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