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Reportaje:

Víctimas pasivas de la violencia doméstica

Expertos señalan que debe replantearse el régimen de visitas a los hijos de los padres maltratadores

Soledad Alcaide

Cada vez que su padre llegaba a casa con ganas de pelea, su madre la mandaba a su habitación, para que no fuera testigo de las palizas que le propinaba. Sólo tenía siete años, pero ella permanecía todo el tiempo detrás de la puerta, alerta, como único testigo, escuchando y culpándose por no poder ayudar a su mamá.

Esa niña es hoy una de las pacientes de la psicóloga infantil Rosario Naves, especialista en psicología clínica, quien explica que los hijos de mujeres maltratadas son víctimas de la misma violencia que ellas, porque el padre es tan agresivo con los niños como lo es con la madre. Esa conclusión lleva a los expertos consultados a pedir un replanteamiento del régimen de visitas a los hijos de padres con sentencias firmes como maltratadores. "Las visitas llenan de pánico a los niños. Es horrible, porque van a ver al enemigo", dice Naves.

"Si no sacamos a los críos de ese contexto, estamos educando personas violentas"
"Salvo que intervenga un terapeuta, el futuro de esos niños es negro", sostiene una psicóloga

En lo que va de año han muerto ya 26 mujeres a manos de sus parejas o ex parejas, casi las mismas que el año pasado por la misma fecha. En algunos de esos hogares murieron también siete niños, todos menos uno junto a sus madres. La única niña restante fue acuchillada por su padre para vengarse de la madre, a quien había intentado quemar unas semanas antes.

"Si hay violencia en el entorno, se reparten por igual las bofetadas a los niños que a las mujeres. Es casi imposible que se respete a los pequeños si no se respeta a las mujeres", corrobora Juan Merín, coordinador general de programas del Comité Español de Unicef, quien cree que, sin embargo, a esos críos no se les considera víctimas. Se atiende a la madre, que es lo más urgente, pero los niños crecen en el miedo.

"Salvo que tengan una intervención inmediata e individualizada por un terapeuta, el futuro de esos niños es negro, porque surgen patologías personales y sociales y es habitual que en su vida tengan muchas alteraciones emocionales", sostiene Naves.

Aún en el caso de que el padre maltratador no les ponga la mano encima, esos niños padecen violencia psicológica, que la Convención Internacional de los Derechos del Niño -ratificada por España- considera una forma de maltrato infantil y la recoge en el artículo 19 como "violencia mental". La organización Unicef, en su informe Innocenti Report Card, insiste en que como maltrato se deben considerar "también los efectos indirectos de la violencia familiar sobre los niños. Estudios acerca de la violencia intrafamiliar han puesto de relieve los efectos psicológicos potencialmente adversos que tienen sobre los niños presenciar o escuchar situaciones violentas entre sus progenitores".

"Es como si tuvieran antenas. Están viendo, oyendo o intuyendo, les llega todo. Y más con los niños más pequeños, porque no hay un manejo verbal claro, sino uno preverbal. Si la madre está temerosa, angustiada, destrozada... es difícil que pueda transmitir seguridad", explica Naves. Esa angustia se traduce en múltiples transtornos físicos: terrores nocturnos que alteran el sueño, con resultado de insomnio o cansancio crónico, problemas alimenticios, ansiedad, estrés...

Pero lo más grave es que esos niños, al estar en una fase de crecimiento, conforman su personalidad en función de la violencia y toman como modelo los que les ofrecen sus padres: el de maltratador o el de maltratado. El de la víctima o el del verdugo. No consiguen mantener relaciones de iguales con el otro sexo. Por eso, muchas maltratadas eran hijas de maltratadores, porque no saben distinguir dónde está el abuso. E igualmente muchos varones son maltratadores porque no entienden otra forma de relación.

"Si no sacamos a los niños del contexto de violencia, favorecemos su transmisión intergeneracional: estamos formando y educando a personas violentas", sostiene María Antonia Herránz, psicóloga especialista en violencia sexista y terapeuta de la casa de acogida a mujeres maltratadas de la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas. Apunta que se habla mucho de prevenir el maltrato, pero que la única medida clara es cortar el ambiente de violencia en el que viven los niños. "A ninguna persona quemada se la expone al fuego. En este caso, se trata de proteger a los menores de los adultos", agrega. Herránz lleva 10 años trabajando en el centro de acogida de mujeres maltratadas. "Los niños se pueden recuperar, pero necesitan tiempo. Cuando tienen visitas del padre, el trabajo se viene abajo. No es que supongamos que esa visita le hace daño al niño, es que lo hemos visto durante años", explica. En su trabajo ha escuchado frases de niños que le confiesan: "Mamá, ya no tiene miedo y no llora" o "Ahora duermo por las noches".

Su opinión la corroboran otros profesionales consultados. "Por encima de todo está el interés del menor, que muchas veces no se visualiza", explica el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, Pedro Núñez Morgades. "Dentro de ese interés, debería replantearse el régimen de visitas de un padre maltratador, no sólo por las consecuencias del temor que provoca en el niño, sino como efecto disuasorio a otros maltratadores. Aunque esa decisión debería tomarse con muchos informes previos".

"Son niños a los que se les deja en manos de personas que no pueden ser tiernas porque no saben. Demostrar interés por sus hijos es la manera de negar su maltrato y de acercarse a la madre, para seguir atacándola", asegura Naves, quien recuerda cómo su paciente temblaba y lloraba cuando debía ver a su padre. Hasta que el abogado consiguió que fueran visitas con alguien delante.

El doctor José Antonio Díaz Huertas, pediatra social del Hospital Niño Jesús de Madrid y director del Programa de Atención al Maltrato Infantil de la Comunidad de Madrid, afirma que hay que estudiar cada caso, en función del interés superior del niño "recogido en la Convención de sus derechos". Pero cree que no se podrán evitar las situaciones de maltrato mientras no se hagan programas generales de violencia, que consideren a la familia como unidad. "No se puede estar separando cada cosa y proteger a las madres por un lado y a los hijos por otro", añade.

Por otro lado, opina que las medidas penales no solucionan el problema y que debería incidirse en la educación: "Si a los niños se les mete en la cabeza que sólo la violencia resuelve los problemas y se les educa en la falta de respeto a la mujer, habrá violencia".

Una mujer con su hijo, el martes pasado, en la casa de acogida para mujeres maltratadas donde vive.
Una mujer con su hijo, el martes pasado, en la casa de acogida para mujeres maltratadas donde vive.RICARDO GUTIÉRREZ

Duchas frías para niños duros

Una pequeña sentada en el suelo practica con la flauta ante su cuaderno de música. Es una niña completamente normal, si no fuera porque vive en la casa de acogida para maltratadas de la Federación de Mujeres Separadas y Divorciadas, junto a 28 mujeres y 32 niños. Pero precisamente es normalidad lo que se intenta dar a estos menores en la casa, según explican las psicólogas María Antonia Herránz y Sonia Lamas, "especialistas en violencia de género".

"Cuando llegan, hay mucho recelo, sobre todo con los adultos, y apenas hablan", explica Lamas. Cuenta que los niños que han visto el maltrato en su casa se siente muy culpables. "Se educa a los niños en que, si se portan mal, se les castiga. Así que ellos creen que como están siendo castigados es porque se han portado mal. ¿Cómo van a verbalizar así lo que les pasa?", añade. Por otro lado, el niño trata de transmitir lo que le ocurre a otros niños, pero cuando ve que a ellos no les pasa, inconscientemente certifica que la culpa es suya. Entre otras cosas porque el pequeño no concibe que sus padres le puedan hacer daño y, por tanto, creen que el comportamiento del maltratador es lo normal. Pero, a la vez, se sienten muy culpables por no haber podido defender a la madre. "Con la madre se establece una relación protectora: ella intenta hacer de escudo protector y no se da cuenta de que el crío se entera de todo. Y el niño nunca va a confesar a la madre que lo sabe", agrega Herránz.

Ambas terapeutas señalan que el maltratador es "perverso" con los hijos. Y empiezan a contar anécdotas y no paran: padres que someten a sus hijos a duchas frías continuas ("porque se tienen que hacer duros", apostillan); interrupciones del sueño constantes; pequeños obligados a estar frente al televisor, sintonizado en un canal erótico...

"Son niños con las emociones bloqueadas, que es una de las secuelas más graves", apunta Herránz. "El maltratador es ultracontrolador. No permite a los niños que se relacionen con otros, ellos no van a las excursiones del colegio, ni otros niños van a su casa a jugar. A las niñas ni siquiera las dejan hablar con los niños", continúa.

Y el proceso de recuperación es muy lento. "Nos hacemos habituales en su entorno, hasta que ellos deciden cuándo te van a contar. Pero cada niño es un mundo", asegura Lamas. En la casa hay niños que llaman "sangre" al lápiz de color rojo, otros que sólo utilizan el color negro para pintar porque es su única manera de expresar su angustia. Niños que si se enfadan con la madre la insulta como ha oído decirle a su padre: guarra, mierda, gorda...

"No hay una sola pauta que indique que el niño sufre, es todo un puzzle que hay que armar", señala Herránz. "Hay comportamientos extremos: niños que son muy guerreros, y otros, excesivamente retraídos". Señala también que existe el mito del fracaso escolar, pero que también puede ser el polo opuesto: niños de excelentes notas. "El niño se va a dirigir donde haya afecto, que es lo que pide a gritos. Si lo encuentra en el profesor, destacará por su buen expediente". Y apunta que, sobre todo, "hay que dar credibilidad al niño y permitir que hable".

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Sobre la firma

Soledad Alcaide
Defensora del Lector. Antes fue jefa de sección de Reportajes y Madrid (2021-2022), de Redes Sociales y Newsletters (2018-2021) y subdirectora de la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS (2014-2018). Es licenciada en Derecho por la UAM y tiene un máster de Periodismo UAM-EL PAÍS y otro de Transformación Digital de ISDI Digital Talent. 

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