"Olga Chejova se hizo espía por sentido práctico"
La historia se puede resumir de manera muy sucinta así: Olga Chejova (1897-1980), sobrina del gran escritor ruso Antón Chéjov, se sumerge en el mundo del teatro y, tras padecer la revolución rusa y la Guerra Civil, viaja a Berlín, donde triunfa como actriz a las órdenes de grandes figuras del cine mudo como Murnau. La llegada del nazismo la convierte en una estrella muy próxima a los círculos de poder, lo que termina por convertirla en espía de los servicios secretos soviéticos. Cuando termina la Segunda Guerra Mundial y cae Berlín, los vencedores, tras un minúsculo equívoco, la tratan como a una reina.
El historiador británico Antony Beevor, después de sus libros Stalingrado; Berlín, la caída: 1945; La batalla de Creta y París. Después de la liberación: 1944-1949, se ha sumergido en El misterio de Olga Chejova en la tarea de resumir algunas de las grandes borrascas del siglo XX a través de la atípica biografía de una actriz y de su familia. El libro, como todos los anteriores, acaba de aparecer en Crítica.
"El pasado no se puede interpretar en función de las ideologías"
Pregunta. La revolución rusa y la Guerra Civil posterior marcan los primeros pasos de Olga. No lo tiene nada fácil...
Respuesta. Lo que me interesaba de su familia era precisamente eso: el que estuvieran entre dos aguas, entre los blancos y los rojos. Viven en Rusia, pero su origen es alemán. Así que cuando las cosas van mal, Olga decide probar suerte en Berlín. No es una decisión basada en cuestiones ideológicas, es sólo una cuestión de supervivencia. Lo que le mueve es el sentido práctico. Su hermano Liev es un oficial del Ejército Blanco. Es difícil conocer qué reacciones produce la terrible presión que existe sobre la gente común durante una guerra. No sabemos, por ejemplo, el grado de convicción con el que Liev defiende entonces esa causa, porque más adelante se entregará a la causa enemiga. Su origen alemán será una buena carta de presentación para convertirse en espía del nuevo régimen. En las cartas que escribe a su tía vemos cómo se esfuerza en convencerse de las virtudes del estalinismo. Tiene que creer en el sistema porque no tiene otra alternativa.
P. Olga triunfa en Berlín durante los felices años veinte.
R. En Alemania hay entonces mucha pobreza. Es quizá por eso que los ciudadanos se refugian bajo una capa de cinismo. Ya que todo es un desastre, vivamos intensamente, pensaban. Es la época de los night-clubs y los cabarés. Tiempos difíciles donde reina la irresponsabilidad. Quizá sea ese cinismo el que propicia la llegada de Hitler al poder.
P. Llegan los nazis, efectivamente, y tratan a Olga como a una gran estrella.
R. Hay una imagen en el libro que muestra la verdadera estatura del Führer. Está junto a Olga Chejova, la elegante y sofisticada actriz rusa, y el amo de Europa parece un niño pequeño fascinado por la gran dama. El círculo nazi era muy poco cultivado y por eso se rodeaba del brillo de las estrellas. Bajo esa capa de esplendor y poder avasallador no había gran cosa.
P. Hitler liquidó a cuantos cantaban La Internacional, pero luego fueron sus versos los que se entonaron para recibir a las autoridades soviéticas cuando se firmó el coyuntural pacto entre esos dos regímenes de signo ideológico radicalmente distinto...
R. No todos los soldados de la Wehrmacht que avanzaron sobre Moscú fueron unos asesinos, ni fueron violadores todos los soviéticos que tomaron Berlín en 1945. La gran lección de la historia es que las cosas no son ni blancas ni negras, sino que se gradúan en una infinidad de matices del gris. Otra lección: que el pasado no se puede interpretar en función de las ideologías. La mayoría de los hombres no son héroes que defienden una gran causa, sino simples supervivientes. A veces su valor se reduce al coraje de decir no cuando son obligados a practicar atrocidades. Cuando Olga Chejova acepta espiar para los soviéticos, no lo hace por creer en su causa, sino porque le preocupa la suerte de los suyos que quedaron en Rusia. El misterio aún no resuelto es descubrir hasta qué punto se implicó en esta tarea. Y no se sabrá hasta que se puedan consultar todos los archivos que están ahora cerrados. Lo que sí se sabe es que Olga Chejova fue muy bien tratada por los soviéticos cuando llegaron a Berlín. ¿La mimaron por lo mucho que ayudó o simplemente porque les encantaba presumir de haber tenido espías en Alemania? Quién sabe.
P. ¿Cuál es su desafío como historiador?
R. Creo que es importante contar a las nuevas generaciones de una sociedad posmilitarizada que hubo un tiempo en que los individuos no eran dueños de su destino. Ahora, en Occidente, todos pueden hacer planes y tienen detrás una sociedad de servicios (la sanidad, el paro, la educación...) que los protege. Durante el siglo XX no siempre fue así. Y creo que hay que acercarse a las cosas desde arriba y desde abajo. Desde las grandes decisiones políticas y militares, y desde la manera en que los ciudadanos vivieron y padecieron esas decisiones.
P. En el nuevo siglo parece que los horrores del anterior no han desaparecido del todo.
R. Todos los que participan en una guerra pueden llegar a explotar el poder que les dan las armas. En el caso de las torturas de Irak, es necesario buscar a los responsables que dieron las órdenes. Parece que salieron de algún despacho de Washington. La humillación es uno de los procedimientos más eficaces para obtener información, y eso lo saben los servicios de inteligencia. Durante la guerra fría, a los oficiales británicos se los entrenaba para resistir esas humillaciones. Y, como es lógico, quien ha padecido esos entrenamientos puede aplicarlos si recibe las órdenes de hacerlo.
P. ¿Cómo ve entonces el panorama actual?
R. La situación es muy deprimente. La guerra de Irak se inició a partir de una información errónea de los servicios de inteligencia. Ahora, salir de allí significa producir un vacío de poder que puede dar lugar a una cruenta guerra civil.
Babelia
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