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Columna
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Con 340 millones

¿Qué se podría hacer con 340 millones de euros? ¿Qué se le podría hacer, por ejemplo, a una ciudad cualquiera, pongamos que hablo de Madrid? Sin duda, muchas cosas. Se podrían construir hospitales o escuelas; guarderías o aparcamientos; viviendas protegidas, residencias de ancianos, polideportivos municipales, parques públicos, bibliotecas o nuevas estaciones de metro. Se podrían dar becas a estudiantes, artistas o investigadores. Se podrían repoblar bosques y crear puestos de trabajo. Se podrían abrir centros de ayuda y acogida a mujeres maltratadas. Se podrían iluminar algunas carreteras oscuras. Sí, con 340 millones se podrían hacer muchas cosas. Se podría cambiar un poco la realidad, esa cara en sombra que, igual que la luna, siempre tiene la realidad.

En sus recientes memorias, tituladas En la distancia (Alfaguara), la novelista Josefina Aldecoa cuenta que una vez, allá por el año 1950, ella también tuvo la idea de cambiar un poco el mundo. Aquel mundo tenebroso de la España franquista que ella y otros compañeros de la generación del 50 como su marido, Ignacio Aldecoa, Rafael Sánchez Ferlosio, y más adelante, Carmen Martín Gaite, Ana María Matute y Jesús Fernández-Santos, combatían a base de copas y conversaciones interminables en los cafés de la capital. Josefina acababa de volver a Madrid, tras una larga estancia en Londres, y pronto le concedieron una beca del Centro Superior de Investigaciones Científicas para escribir su tesis universitaria. Todas las tardes iba a hacer algunas tareas al Instituto de Pedagogía San José de Calasanz y a trabajar en su proyecto, y así fueron pasando los meses hasta que un día se le ocurrió abrir un cajón de la mesa a la que solía sentarse y encontró una lista que contenía la relación de títulos y autores que se habían seleccionado en la época de la República para ser enviados a las escuelas. Aquel papel inadvertido por los censores franquistas provenía, sin duda, del Museo Pedagógico de la República, con cuyos muebles y archivos se había nutrido el Instituto San José de Calasanz. Un poco atemorizada, Aldecoa siguió curioseando y otro día encontró un libro, también traspapelado, que se titulaba Memorias de las Misiones Pedagógicas, y copió de él algunas notas y un inventario de los pueblos a los que habían viajado veinte años antes, por encargo de la República, escritores como Luis Cernuda, en su papel como propagadores de la cultura. A Josefina Aldecoa no se le ocurrió otra cosa que retomar por su cuenta el proyecto y volver a poner en marcha las Misiones Pedagógicas en plena dictadura franquista.

Aunque parezca increíble, la escritora lo consiguió, con el apoyo cómplice del director del propio Instituto San José de Calasanz, Víctor García de la Hoz, que llegó a prestarles su coche para los desplazamientos a los diferentes pueblos de Madrid, y más delant,e de Andalucía, y en compañía de algunos compañeros de su facultad. De un modo casi surrealista, y atesorando experiencias dignas de que hasta el gran Luis García Berlanga hiciese una película contando su historia extraordinaria, Aldecoa y sus compinches recorrieron zonas deprimidas y llevaron su mensaje a personas que vivían en condiciones inhumanas, gentes abandonadas a las que, al llegar, Josefina decía unas palabras inspiradas en las que habían dicho los antiguos misioneros de la República, y a las que contaban cuentos, proyectaban algunas películas, organizaban sesiones de marionetas o ponían música en su viejo tocadiscos. Al final, el régimen debió darse cuenta de que aquellas actividades sonaban a República y las prohibieron, sustituyéndolas por las Cátedras Ambulantes de la Sección Femenina, para dar sus clases de cocina, gimnasia y costura. El sueño de Aldecoa había terminado, pero mientras duró fue como una isla rodeada de caimanes, una especie de III República en miniatura que existió en medio de la España siniestra del caudillo. Toda una hazaña.

Yo creo que deberían haberle dado esos 340 millones de euros a Josefina Aldecoa, por ejemplo, porque los hubiera utilizado bien. Pero no lo hicieron, claro, porque esas cosas no pasan. En lugar de hacerlo y convertir ese dinero en hospitales, escuelas y demás, se lo gastaron en mandar un ejército a Irak y en hacerse cómplices de una guerra, porque ésa era su idea de cambiar el mundo, de promover otra realidad. Imagínenselo. Imaginen cuántas cosas se podrían construir en una ciudad con el dinero que se han gastado en destruir otra.

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