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Tribuna:EL CONFLICTO DE ORIENTE PRÓXIMO | La opinión de los expertos
Tribuna
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Sharon y la suerte de Gaza

Dos semanas después de que 60.000 miembros del Likud votasen en contra de la retirada de la franja de Gaza, unos 150.000 israelíes atestaron la plaza Rabin de Tel Aviv, haciendo un llamamiento al Gobierno para que siguiera adelante con el plan de retirada. El primer grupo propugna la visión del Gran Israel; el segundo propugna el Estado de Israel. El primer grupo cree que, sin Gaza, Israel será destruido; el segundo cree que, con ella, Israel será destruido. La zona en litigio tiene una densidad de población extraordinariamente alta, pero es una región árida. Cercada por tres lados por una valla de seguridad y por el mar Mediterráneo por el cuarto, Gaza se ha convertido en una prisión para la mayoría de sus habitantes. Allí viven 1,3 millones de palestinos, de los cuales más de 900.000 son refugiados que se trasladaron a esa región tras perder sus casas en 1948. Apenas hay alguna industria en la franja, y son muy pocos los residentes que han podido obtener permiso para abandonar el lugar en busca de trabajo.

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El índice de desempleo se calcula en un 50% y las cifras indican que el 84% de los residentes palestinos viven en la pobreza, con un ingreso medio per cápita de 1,67 euros al día. Si tenemos en cuenta que la franja está al borde de una crisis humanitaria, no es de extrañar que la mayoría de las personas se hayan hecho dependientes de los donativos de ayuda. Prácticamente se han cerrado todas las puertas, excepto, por supuesto, las puertas de la mezquita. También viven en esta desolada región 7.500 colonos judíos, menos del 1% de la población total de Gaza. Ellos creen en el Gran Israel y ahora controlan la tercera parte del territorio de la franja. Mientras que la mitad de los palestinos viven en sórdidos campos de refugiados, los colonos tienen bonitas villas con praderas de césped y campos de juego, y consumen aproximadamente siete veces más agua que sus vecinos ocupados.

No deja de ser una ironía que el plan unilateral de Sharon para desmantelar los asentamientos de Gaza y retirar las tropas que los protegen, cerrando al mismo tiempo todas las fronteras de la franja -incluyendo los accesos por mar y aire-, también estuviera fundamentado en el paradigma del Gran Israel. Sharon se dio cuenta de que los ocupados palestinos siempre tendrían ventaja demográfica en la zona, y ya no está dispuesto a seguir asignando escandalosas cantidades de recursos para proteger al puñado de colonos judíos que viven allí. Un alto cargo de Naciones Unidas me lo explicó hace poco de la siguiente manera: "Sharon tiene la intención de retirar a los vigilantes, atrancar la prisión y tirar las llaves al mar". Sin embargo, la propuesta de Sharon no es sólo de retirada, sino también de anexión. Una de las cláusulas estipula que las zonas que están dentro de Cisjordania "seguirán formando parte del Estado de Israel, entre ellas los asentamientos civiles, las zonas militares y los lugares en los que Israel tiene intereses adicionales". La Administración de Bush dio su apoyo a esta cláusula, legitimando la demanda de Sharon de anexionar de iure lo que ya había sido anexionado de facto. La idea es proporcionar estatus legal a los 220.000 colonos judíos que viven en Cisjordania y a los 180.000 de Jerusalén Este, y, de esta forma, reducir la posibilidad de que tengan que volver a Israel propiamente dicho por cualquier acuerdo futuro. Pero, paradójicamente, los likudniks rechazaron el plan de su líder. El Consejo Yesha, la organización de colonos de Cisjordania, tremendamente eficiente, aunque extremista, se las ingenió para secuestrar al partido gobernante. En los días previos al referéndum, los colonos fueron de puerta en puerta, convenciendo a los votantes del Likud para que rechazaran la propuesta de Sharon; al final persuadieron al 60%.

Uno se podría preguntar ¿por qué rechazaron los colonos de Cisjordania el plan unilateral de Sharon? Después de todo, Bush reconocía, a cambio de realojar a 7.500 colonos, la legalidad de 400.000 colonos y, de esta forma, contribuía a cimentar el sueño del Gran Israel. La respuesta es sencilla. Los colonos sabían mejor que nadie que en los territorios ocupados el principio de derecho cuenta mucho menos que los hechos sobre el terreno. Los colonos aprendieron esto del propio Sharon, que está considerado el padre del rebelde plan de asentamientos de Israel. Por tanto, se preocupan menos por los legalismos y más por la práctica, y una retirada de Gaza sentaría un precedente peligroso: sería la primera vez que se desmantelaran asentamientos israelíes dentro del contexto del conflicto entre israelíes y palestinos. Y si puede suceder en la franja, podría suceder igualmente en Cisjordania. Sharon ya no acepta esta lógica y, aunque puede haber perdido la batalla, aún no ha perdido la guerra.Está decidido a seguir adelante con su plan original, y la campaña militar que ha lanzado en Gaza se adapta a sus propósitos de varias maneras.

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Sharon convirtió Gaza en una cancha para el Ejército hace ya algún tiempo. Pero después de su reciente derrota en las urnas decidió transformarla en una especie de Líbano. Aunque solamente 12 de los 116 atentados terroristas perpetrados dentro de Israel desde la erupción de la segunda Intifada provenían de la franja de Gaza, el 45% de los palestinos muertos por el Ejército israelí son de Gaza (unas mil personas). El Ejército israelí ha destruido cientos de casas en la franja, lo que ha dejado a más de 17.500 personas sin hogar. En los últimos días, la zona sur de Gaza fue separada del norte, y mientras eran asesinados montones de palestinos y se demolían más de cien casas, miles huyeron a Rafah por miedo a sufrir daños. Toda una zona civil fue transformada en zona de guerra. La libanización de Gaza ha sido un éxito. Por una parte, Sharon ha convencido satisfactoriamente a grandes segmentos de la opinión pública israelí de que la campaña militar en Gaza, incluidas las demoliciones masivas de hogares, se está llevando a cabo para "interrumpir el paso de oxígeno a las células terroristas". A diferencia de su invasión de Beirut de 1982, esta vez incluso el Tribunal Supremo ha dado luz verde, haciendo que tanto Sharon como su campaña sean aceptables.

Por otra parte, las muertes sin sentido de 13 soldados israelíes durante los primeros días de campaña han conmocionado al público israelí, recordándoles la inútil ocupación de Líbano. Sus muertes se han convertido en un estímulo para insistir en la retirada de las tropas y el desmantelamiento de los asentamientos. Sharon está destruyendo Gaza para retirarse de ella, o eso parece, dando así a entender que el nuevo Sharon sigue siendo el viejo Sharon. Sus planes miopes, nacidos de temores de seguridad a corto plazo, pasan absolutamente por alto la aspiración de Israel de ser un Estado democrático en Oriente Próximo, y no tienen nada que ver con una visión de paz. Independientemente de que consiga o no llevar su plan a la práctica, la visión de un Gran Israel, en contraposición a un Estado de Israel, ha triunfado, por el momento.

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