"La escuela de samba salva"
El salesiano brasileño Raymundo Mesquita, de 72 años, lleva 30 luchando por los m
eninos da rua (niños de la calle) en Brasil. Hoy participa en Florencia en la Conferencia Mundial sobre Trabajo Infantil, y en Madrid ha intervenido, invitado por la ONG Jóvenes del Tercer Mundo, en las jornadas La calle de atrás. Fue premio Unicef de Infancia y Adolescencia en 1990.
Pregunta. ¿Tendrá algún día solución el problema de los niños de la calle en Brasil?
Respuesta. Los avances son ya reales. Hace 10 años, la policía hizo de noche una matanza de criaturas en la plaza de la Candelária, en Río. Vi los cuerpos, la sangre. Era terrible, porque entonces estábamos en un momento crítico, empezando a reivindicar lo que hoy está ya asumido entre los políticos y en la sociedad civil: que los niños y adolescentes tienen derechos humanos y que la Constitución debe garantizárselos. La solución depende de crear una cultura real de esos derechos. Pero si antes la imagen era siempre del niño de la calle mísero, ladrón, condenado a no salir nunca del abismo, ahora Gobierno, Iglesia y sociedad saben que la esperanza es posible.
"Un crío tiene que ser muy listo y competente para ser capaz de sobrevivir en la calle"
P. ¿Hay una política específica del Gobierno Lula?
R. Las políticas sociales están coordinadas. Desde la presidencia de Fernando Henrique Cardoso puede hablarse de una atención en este campo, y ahora se ha profundizado. Hemos avanzado mucho desde que en 1988 conseguimos un artículo de la Constitución en consonancia con el Convenio de Naciones Unidas sobre Derechos del Niño. Y ahora incluso existe un frente parlamentario integrado voluntariamente por diputados que dialogan entre sí con la sociedad civil y con la Iglesia, para quien la caridad consiste hoy en crear ciudadanos.
P. ¿Cuál es la peor amenaza para los niños de la calle?
R. Para las niñas, la prostitución. No son prostitutas, sino prostituidas. Estamos vigilantes ante el turismo organizado, que promueve esta lacra. Aparentemente hay menos niñas que niños de la calle, porque ellas tienen que tirar en casa de toda la familia. Tenemos que comprender el concepto de familia que les rodea: una madre prostituida con un hombre que está temporalmente por allá y varios hijos de padre diferente. Y los chavales viven ahora la violencia de la droga: son utilizados como aviôes, correos de las mafias.
P. La frontera entre la calle y el trabajo clandestino debe de ser delgadísima.
R. Sí. Antes, la esclavitud era más humana, porque permitía a los esclavos vivir juntos y comer. Ahora, tienen que apañárselas. En Brasil hay aún mucho trabajo infantil: en las ciudades, venden flores en los bares, caramelos en los semáforos; en el nordeste, cortan caña de azúcar; en Mato Grosso, mantienen encendidos los hornos de carbón natural; en Bahía, son picapedreros, se dejan las manos trenzando sisal...
P. ¿Qué cabe hacer en el día a día?
R. Lo primero, confiar en la capacidad de esos niños. ¡Un crío tiene que ser muy listo y competente para ser capaz de sobrevivir en la calle! En la Obra Salesiana veo continuos ejemplos de que desde la calle puede llegarse a aprender un oficio, incluso ir a la universidad. Pienso en un ejemplo de mi ciudad, Belo Horizonte: un chico de la calle, hijo de prostituta, con varios hermanastros, que llega a dentista y ahora tiene un autobús-clínica con otros colegas y los fines de semana van a la favela a pasar consulta: un retorno social. O el ejemplo de otra favela de Río, Jacarenzinho, con 120.000 habitantes: nuestra obra tiene en funcionamiento, de 6.00 a 11.00, una escuela infantil, formación profesional, preparación al ingreso en la universidad... Y una escuela de samba. ¡La escuela de samba salva! Es un desastre que favelas históricas como Rocinha no tengan escuela de samba: es el sitio donde la gente aprende a juntarse, a colaborar; donde crea cultura y alternativas.
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