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Columna
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La nueva Europa de los 25

Pese a los esfuerzos de los Gobiernos y de las instituciones oficiales, por celebrar el acontecimiento como se merece, los pueblos de Europa han vivido con bastante indiferencia una fecha tan significativa como el primero de mayo pasado, en que la UE ha culminado su quinta y más importante ampliación. Apatía mayor en los viejos que en los nuevos socios, en los que ha predominado más bien una cierta esperanza, teñida, es verdad, de temores y recelos. Desde la primera ampliación en 1973, Europa se va completando a un ritmo acelerado. Faltan Bulgaria y Rumania, que si todo va bien, ingresarán en el año 2007, y los países de los Balcanes. Con Croacia se empezarán pronto las negociaciones y Macedonia acaba de pedir el ingreso.

No ha sido un buen augurio que los grecochipriotas hayan votado en contra de la unificación de la isla, con lo que entra en la Unión un país dividido que arrastra un viejo conflicto sin resolver. La UE se ha felicitado tan sólo de que la minoría turca, como era de esperar, haya votado a favor de la integración. Late en el fondo el problema de la adhesión de Turquía, que no cumple el principal requisito para entrar en la Unión, ser un país europeo en cualquiera de los términos, históricos y geográficos, que defininamos Europa. Además resulta muy cuestionable que Turquía cuente con instituciones democráticas consolidadas y haya alcanzado un grado de desarrollo socioeconómico que le permita asumir los compromisos comunitarios.

La ampliación a 25 comporta cambios sustanciales de los que todavía están por ver las consecuencias. Algunos, como la torre de Babel que es la nueva Europa, terminarán por resolverse de la única manera razonable, con la consolidación del inglés como lengua europea de comunicación que, al ocupar ya esta posición en el mundo, más que a la cohesión interna, contribuirá a difuminar las fronteras. Sin duda que se encontrarán soluciones a los problemas pendientes de organización institucional, pero al precio de un reforzamiento de la Europa de los Estados.

Con una Unión de 25, Estados Unidos recupera parte de la hegemonía que había perdido por el desplome del bloque soviético y la implantación del euro. Los nuevos socios confían en Estados Unidos, tanto como temen la primacía alemana. En la nueva Europa el eje franco-alemán no podrá ya funcionar como fuerza motriz, incluso si se ensancha con el Reino Unido y España. Frente al modelo franco-alemán de integración, que exige una política exterior y de defensa común, la ampliación refuerza el modelo angloamericano de una Europa de Estados soberanos que cooperan en un mercado único. No era cierto que podría combinarse profundización y ampliación; había que elegir qué precedía a qué. Por razones de peso que todos comparten -consolidar la democracia y la economía de mercado en los antiguos países del bloque soviético y salir de la crisis aumentando el área económica integrada- hubo que comenzar con una ampliación que no admitía más dilaciones.

Desde la Europa de los 25 la ampliación a Turquía resulta de hecho imparable y, una vez que Turquía esté en la Unión, las ampliaciones continuarán, primero, a los países del norte de África, después a los caucásicos, de modo que Europa podría desaparecer en un proceso ilimitado de ampliaciones, en buena parte por no haber sido capaz de definir sus fronteras al Oeste. Los que hablan de los límites de Europa suelen olvidar los más difíciles de establecer, los occidentales. El tipo de relaciones transatlánticas que han caracterizado a Europa desde el final de la Segunda Guerra Mundial es la explicación más satisfactoria de este proceso indefinido de ampliaciones. Se comprende que los europeos seamos cautos y contengamos nuestra alegría. En este paso de gigante que completa Europa, que no cabe más que aplaudir, tal vez se esconda el principio del fin de un sueño, el de una Europa unida, con entidad propia.

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