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Columna
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Pajaritos

Rosa Montero

Una doctora guatemalteca, Gabriela Picco, me envía un interesante trabajo sobre el sida en las mujeres indígenas de Guatemala. Vivimos en un mundo muy grande y muy confuso en el que, sin embargo, todo está estrechamente relacionado. Ya lo dijo James Lovelock en su hermosa teoría sobre Gaia: nuestro planeta puede ser considerado un todo pensante capaz de autorregular su propia atmósfera. Yo además creo que lo que hacemos cada uno de los humanos sobre la Tierra repercute en los demás. Cada acto generoso, cada risa, cada lágrima; los comportamientos dignos, por mínimos y anónimos que sean, contribuyen al equilibrio del mundo. Pero también el dolor y la iniquidad nos manchan y envenenan globalmente. Las torturas de los prisioneros iraquíes, las mujeres y los niños asesinados por la violencia doméstica, incluso los cientos de miles de focas apaleadas y despellejadas aún medio vivas (qué decepcionante Canadá). Todo ese sufrimiento nos envilece.

Hay muchas penas en el mundo, y la mayor parte son penas calladas, situaciones de extrema indefensión de las que nadie habla. Cuenta Gabriela que las indígenas de Guatemala sufren una triple discriminación: por ser mujeres, por ser pobres, por ser indias. Y ahora, además, por ser seropositivas. El sida avanza de modo vertiginoso en las mujeres de los países subdesarrollados; tienen menos cultura, menor acceso a la sanidad que los hombres, y son usadas sexualmente de manera tiránica y violenta: la mayoría ni siquiera podría imponer el uso del condón, aun en el caso de que llegara a tener acceso a los preservativos. En América Latina las mujeres ya representan entre el 14% y el 45% de los enfermos, y las cifras siguen subiendo. Y su situación es doblemente desesperada: "Murió mi esposo de sida y ahí me quedé sufriendo entonces como una niña", cuenta una indígena seropositiva guatemalteca en el trabajo de Gabriela: "Yo no podía manejar dinero ni trabajo. La vida de una mujer cuesta entre los hombres, y peor la vida de una mujer enferma y sola con hijos. Me quedé como un pájaro entre ramas secas". Vidas olvidadas, vidas brutalmente desprotegidas. Pajaritos inermes que forman parte de ese fardo de dolor innecesario e injusto que nos ensucia a todos.

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