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Una jaima en medio de Bruselas

La visita de Gaddafi a Bruselas ha roto todo protocolo y reglas fijas existentes en la UE. La invitación correspondió al Gobierno belga. De hecho se entrevistó con su primer ministro, Guy Verhofstadt, los belgas le ofrecieron una cena anoche y hoy hablará ante su Parlamento. Pero fue Romano Prodi quien organizó el viaje y quien lo recibió en el aeropuerto, algo inusual. Y fue el líder libio quien tuvo la deferencia con el presidente de la Comisión al aceptar trasladarse a la sede del Ejecutivo comunitario, donde estuvo más de cuatro horas. Por el contrario, el alto representante de la UE, Javier Solana, tuvo que desplazarse hasta la jaima, desplegada en Val Duchesse, en el extrarradio, en una zona oficial de las autoridades locales, donde le recibió amablemente por espacio de 20 minutos.

Gaddafi levantó el puño en alto cuando dos centenares de espontáneos seguidores le saludaron a su llegada a Breydel, sede de la Comisión, con tambores, retratos del líder y carteles en los que se leían eslóganes a favor de la cooperación entre la UE y África. En la otra esquina, un grupo menos numeroso, se atrevía a desplegar una pancarta: "Gaddafi es un lobo con piel de cordero". Eran exiliados de la oposición libia que denunciaban "el silencio de la matanza de la democracia" en su país y la mala situación de los presos políticos.

A Solana le ofreció té en la tienda beduina, lo invitó a Trípoli y le transmitió su compromiso de integrarse en el Proceso de Barcelona. Con Prodi almorzó, se interesó de muchas cosas de la ciudad y aceptó montarse en uno de los ascensores del edificio, pese a su terror a estos aparatos. Se reía mientras subían las cinco plantas hasta el despacho del jefe del Ejecutivo comunitario y confesaba en árabe que era una de las peores sensaciones de su vida.

Pero tal vez lo más espectacular de su presencia fue el despliegue abusivo y obsesivo de su guardia pretoriana, compuesta en buena parte por mujeres, en uniforme militar azul y boina negra, y de numerosos agentes de su servicio secreto. Cuando bajó a la sala de prensa cuatro mujeres de su guardia personal se colocaron detrás de él ante el desconcierto y estupor de los servicios de la Comisión. Nunca se había visto una situación igual en la sede europea.

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