Lluís-Agustí Altisent, rezar e investigar
Cuando a principios de la década de 1960 llegó a la Universidad de Barcelona para licenciarse en Historia, era un hombre ya maduro, que, como tantos eclesiásticos en aquel entonces, había obtenido una titulación superior en una universidad del extranjero. Tenía 20 años más que la mayoría de sus nuevos compañeros y una preparación mucho más depurada.
Había ingresado en el monasterio de Poblet cuando tenía ya una cierta edad, y, por consiguiente -y le gustaba presumir de ello-, tras haber vivido las cosas del mundo propias de un joven que había crecido en una gran ciudad. Su vocación monástica fue, pues, fruto de un sentimiento y de una reflexión bien fundamentada. Jamás tuvo la menor duda de que el Dios en quien creía y que se ponía con frecuencia en los labios le había destinado a la labor propia de su estamento, rezar y trabajar.
Desconozco las horas que pasó en el primer cometido, porque ello forma parte de la intimidad que se ha llevado a su más allá, aunque supongo que fueron muchas. Puedo, en cambio, dar testimonio de primera mano de que su trabajo como historiador fue intenso, agotador, y que su vocación por el estudio del pasado fue tan intensa y pertinaz como la que le llevó al sacerdocio.
Su obra de historiador se centró, sobre todo, en el estudio de la vida monástica en la Edad Media, y, de una manera muy especial, en el estudio del monasterio que le acogió en los duros años de la posguerra, cuando Poblet se hallaba en un lamentable estado de conservación. Presumía también, en este sentido, de las horas de trabajo manual que los monjes de su generación hicieron para contribuir a la restauración del cenobio. En el libro Reflexions d'un monjo (Reflexiones de un monje) aborda qué significa ser monje en una sociedad desarrollada como la nuestra.
Tengo para mí que, sin embargo, fue un monje privilegiado. Acudía de manera periódica a las sesiones de la Academia de los Buenos Libros, de la que era miembro, y a los congresos científicos en España y en el extranjero. En el de Nápoles de 1973, él, mi padre y yo fuimos a ver El último tango en París. Era un hombre abierto, y no creo que jamás se confesase por ello.
Como historiador ha dejado una impresionante Història de Poblet, el primer volumen del diplomatario de este monasterio, un impresionante libro sobre la explotación económica de las granjas del monasterio, e infinidad de trabajos monográficos, elaborados con un primor, una minuciosidad y una perspicacia de la que gozan sólo los profesionales más exigentes.
Sus clases en la Universidad de Tarragona, a las que acudían alumnos que no estaban matriculados, son recordadas con gran admiración por quienes asistieron a ellas. La historiografía catalana ha perdido a uno de sus más serios representantes. Algunos hemos perdido a un amigo y consejero. Lluís Altisent, Agustí era su nombre monástico, ha sido ciertamente una persona singular, excepcional, que llevó a cabo con gran rigor todo lo que emprendió a lo largo de su vida.-
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