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Reportaje:

Machetes en alto en Haití

Los rebeldes haitianos rechazan entregar las armas y los partidarios de Aristide esperan pertrechados en los barrios pobres

Juan Jesús Aznárez

La devoción vudú de Gonaives, epicentro de la sublevación esclava contra Francia y, dos siglos después, contra el presidente Jean Bertrand Aristide, funde metales en hogueras para complacer al dios de la guerra, Ogún Feray, que al parecer fue herrero. Los ánimos siguen levantiscos en Haití porque las negociaciones en curso son complejas y bajo asedio. "Cuando uno depone las armas las deja en un lugar donde pueda recobrarlas si las necesita", confesó Winter Etienne, jefe rebelde de Gonaives. La desconfianza sobre las intenciones del prójimo es generalizada.

La sedición contra Aristide depuso las armas, pero no las entrega, las bandas que exigen la vuelta del depuesto presidente amenazan con usarlas, se suceden las protestas y el fatalismo sobre el futuro de Haití evoca la racista conclusión del secretario de Estado norteamericano, Robert Lansing, durante su primera ocupación (1915-1935): "La raza negra tiene una tendencia inherente a la vida salvaje y una incapacidad física de civilización". Pero ni en la primera república negra de América, ni en la América Latina blanca, criolla, mestiza o indígena, floreció la cultura de la cesión patriótica y del respeto a la ley en democracia.

La infantería extranjera difícilmente impedirá la violencia si falla la negociación política
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Partidarios del antiguo cura salesiano salieron el pasado viernes desde los míseros arrabales de la capital para confluir ante las verjas del Palacio Nacional, ocupado por los marines, con la advertencia de que la vida será un infierno en la nación antillana sin el regreso de su líder, cuya expulsión atribuyen a la despreciable burguesía nacional y a sus aliados extranjeros, coligados para seguir chupando la sangre de las masas. La oposición concentró ayer a los suyos clamando que sin la presencia de Aristide es posible el renacimiento. El partido Familia Lavalas (avalancha, en idioma creole), fundado por el gobernante exiliado, deberá llamar a la calma para evitar nuevos choques.

Todos mueven sus fichas. El comandante Guy Philippe facilitó el derrocamiento número 33 de la historia haitiana y ahora imposta sumisión ante la Embajada norteamericana y ante el grupo que designará el nuevo Gobierno. El ex comisario de policía, implicado en otro golpe hace tres años, repartió comida entre los pobres de la capital, vestido de civil, y probablemente sueña con hacerlo desde palacio. "¿Cuántos de ustedes quieren a Philippe en un cargo político?", preguntó a gritos el espiritista indio Paul, que orienta su ánimo. La muchedumbre aclamó al artero samaritano y, entre viva y viva, continuó lanzada sobre los sacos de patatas y las barras de chocolate.

El centurión de Cabo Haitiano y los ex militares que en febrero secundaron su alzamiento contra Arsitide, algunos asesinos convictos, piden el restablecimiento del Ejército, abolido a finales de 1994. El hechicero Paul es más ambicioso. Sentado junto a Philippe en el camión de reparto de demagogia, alzó las manos de su protegido y miró al cielo: "Si Dios quiere que él sea el nuevo presidente o primer ministro, eso es lo que él hará. Estamos orando acerca de eso. Si hay unas elecciones en estos momentos, Guy Philippe sería elegido". Acertaría, porque la condición de golpista ha sido garantía de éxito electoral en las democracias más débiles de Latinoamérica.

Uno de los objetivos de la comisión tripartita formada por el Gobierno, la oposición y la comunidad internacional es cerrar el paso a dirigentes de ese perfil. Esa comisión creó un Consejo de Sabios de siete miembros, que propondrá al presidente interino, Boniface Alexandre, un candidato para el puesto de primer ministro y será consultado también durante la integración del Ejecutivo que convocará elecciones. El panorama es incierto. La infantería de marina extranjera asegurará la operatividad de los aeropuertos o del Palacio Nacional y podrá evitar el reagrupamiento ofensivo de la soldadesca de Philippe o del ex Ejército Caníbal de Gonaives, pero difícilmente impedirá el rebrote de la violencia si las negociaciones políticas fracasan.

Los machetes continúan en alto. El empresario opositor Charles Henry Baker recomienda a los marines andarse con ojo porque en las barriadas más peligrosas de Puerto Príncipe viven entre 1.000 y 2.000 partidarios armados del ex presidente, que escupirían a Bush. Los soldados de Estados Unidos, Chile, Francia y Canadá "tienen grandes posibilidades de sufrir bajas", según Baker. Los yanquis patrullan desde sus vehículos y garitas y la policía gubernamental, a pie y con nuevo armamento. "Los marines tendrían que quedarse aquí 10 o 15 años", piden no pocos haitianos. Estuvieron 20 después de la invasión de 1915 y poco cambió en la república.

Los índices sociales se desploman y el grueso de los ocho millones y medio de haitianos deberá seguir viviendo de las remesas enviadas por el más de un millón de compatriotas en Estados Unidos o de la caridad internacional. Otros prefieren el pillaje: sólo el 30% de los 1.500 a 2.000 contenedores del puerto capitalino se salvaron durante los pasados disturbios, según un recuento de las autoridades de la terminal.

Marcha de la oposición, ayer, en Puerto Príncipe en la que se registró un muerto.
Marcha de la oposición, ayer, en Puerto Príncipe en la que se registró un muerto.REUTERS

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