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Columna
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Los hombres del presidente

La estructura de poder del clan Bush se compone de dos núcleos concéntricos, cuyos componentes, unidos por un pasado común, comparten intereses y ambiciones. Al primero, inscrito en la secuencia Bush sénior y sobre todo Reagan, pertenecen Dick Cheney, Donald Rumsfeld y Colin Powell, con la tardía incorporación de Condoleezza Rice. A este grupo que dispone de la legitimación del conservadurismo histórico, se agrega la escuadrilla formada en el proyecto para un nuevo siglo americano. Richard Perle, Douglas Fath, John Bolton, Lewis Scooter Libby, Elliott Abrams, bajo la conducción de Paul Wolfowitz, son sus principales elementos y la punta de lanza de la política y de la ideología ultraderechistas. Dejando el análisis de esta ideología y de sus principales centros de producción para una próxima columna, hay que anotar que constituyó a la moral en piedra angular de su corpus doctrinal y afirman que el poder económico y militar de EE UU -Robert Kagan y William Kristol, Present dangers, Encounter Books, 2002- no es sino el reflejo de su autoridad moral. Lo que es una insoportable provocación cuando la trampa, la corrupción y la impunidad aparecen como las características dominantes de la actual cúpula política norteamericana.

No cabe en el espacio analizar aquí los comportamientos de los Hombres del Presidente que justifican la afirmación anterior. Los negocios de Richard Perle con Arabia Saudí simultáneos a la descalificación política y moral de dicho país, o las prácticas del todopoderoso consejero presidencial Karl Rove recibiendo habitualmente en la Casa Blanca a los directivos de la firma Intel, de la que es accionista importante, son ilustrativos a este respecto. Por no hablar de Thomas White, actual secretario adjunto responsable de las fuerzas armadas americanas, quien en 1990 dejó su posición de general de brigada y se incorporó a la Sociedad Enron, como director de los servicios de energía, en cuya función gestionó los contratos de aprovisionamiento de gas y electricidad de la base de Fort Halmilton, consiguiendo que se exonerase a Enron de las reglas de seguridad y de protección del medio ambiente impuestas por el Estado de Nueva York y exigidas a todos los otros ofertantes. Cuando la pérdida de más de 500 millones de dólares y el olor de los escándalos a los que no era ajeno le llevaron a dejar Enron y a entrar en la Administración de Bush, lo hizo con un paquete de acciones y de stock options que, según las cotizaciones en esa fecha, sobrepasaba los 120 millones de dólares. Buen comienzo para un militar novato en los negocios. Pero el personaje principal de esta intriga es el vicepresidente, Dick Cheney. Después de haber dirigido el Pentágono durante cuatro años, se sitúa en 1995 a la cabeza de Halliburton, uno de los gigantes mundiales de la industria petrolera, y da pruebas de tener muy controlados sus principios patrióticos y moralizadores. En efecto, ya en 1997, en pleno embargo iraquí, sus filiales Dresser Rand e Ingersoll Dresser Pump actúan, a través de sociedades francesas, como proveedores importantes de material petrolero por un importe cercano a los 50 millones de dólares. La racha continuará con la concesión directa, y sin concurso alguno, de contratos de reconstrucción, tanto a Halliburton como a las otras empresas del grupo cuando los bombardeos no habían cesado aún. Entre ellas, y de forma principal a Kellog Brown & Root, a quien se le otorga una concesión importante de petróleo iraquí y con la que el Pentágono firma, en diciembre de 2001, un contrato de 10 años de duración y sin límite máximo en cuanto a volumen, en el marco del Programa LOGPAC. Su propósito es sustituir al Ejército en los aspectos logísticos de las operaciones militares, desde la construcción de bases y campos militares hasta la prisión de Guantánamo. La sobrefacturación y la falsificación de presupuestos fueron tan frecuentes que KBR fue acusado de haberlos inflado en más de 200 proyectos militares. En cualquier caso, la capitanía de Halliburton por Cheney permitió duplicar el volumen de los contratos federales y aumentar considerablemente los créditos gubernamentales. Lo que justifica que Cheney se fuera de Halliburton con 45 millones en stock options y que tuviera la inmensa suerte de vender a 52 dólares la acción, que poco después valdría apenas 13 dólares. La moral bien entendida es segura garantía de éxito.

Bush conversa con sus asesores en el Despacho Oval.
Bush conversa con sus asesores en el Despacho Oval.REUTERS

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