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Columna
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Crecerse

Algunos lo dejábamos caer. Otros miraban hacia otra parte. Y hasta había quien desde su inconsciencia ignoraba una situación más bien evidente. La economía valenciana renquea y acusa problemas que no son producto de circunstancias actuales. Quien sabía de qué iba el baile, no se ha extrañado de los recientes diagnósticos. El textil no va bien. Del mismo modo ocurre con el juguete, el calzado, los ladrillos y en casi todas las industrias manufactureras. La construcción tira del carro y los servicios, con el turismo al frente acusan desequilibrios internos y una competencia que sale del letargo se despabila y está dispuesta a dar guerra.

La agricultura vive horas bajas. No de ahora, sino desde hace años, cuando la industria vivía su dulce despertar y los servicios fueron tomando fuerza. La agricultura está dolida y así lo manifiesta el presidente de la Asociación Valenciana de Agricultores, Cristóbal Aguado, cuando pide más atención y sensibilidad para los intereses agrarios. Potenciar la Conselleria de Agricultura, que tiene unas posibilidades desaprovechadas, es un reto para quienes gobiernan. Podemos tomar nota de otras zonas que han sabido pensar hacia adentro y valorar sus recursos naturales. Rioja, Navarra, Ribera del Duero, Priorato, Galicia son denominaciones de origen que impulsan su propio porvenir.

La cultura y ese entorno amplio de la economía del ocio son más importantes de lo que pudiera parecer. Ayudan a conformar una imagen profunda y respetable de la sociedad. La actividad editorial, tan ligada a los resortes de influencia y poder, tiene una estructura endeble que acusa su propia constitución arcaica y ajena a los usos que prevalecen.

Seguimos muy deslumbrados por la Copa del América y el advenimiento del ferrocarril de gran velocidad, pero en el segundo fin de semana del mes de febrero no había forma de trasladarse en tren entre Madrid y Valencia. En ningún tipo de tren y a ninguna hora. Más importante que tener el AVE es asegurarnos que el transporte como servicio público funcione con capacidad de atender la demanda que puede preverse, pero cuyas medidas necesarias -poner en servicio más vagones y más trenes- puede que no sea una idea brillante en términos de rentabilidad, pero procura mejor nivel de vida a los ciudadanos y su correspondiente calidad existencial.

El planteamiento es duro y la situación no es precisamente espléndida, pero de peores hemos salido. Lo primero es formular un diagnóstico que se debe asumir para conseguir dar solución a los problemas. Habrá que poner en marcha la imaginación y ponerse a trabajar. Necesitamos cuadros y profesionales formados. Tendremos que aplicar las innovaciones y los avances tecnológicos. Investigación, innovación y diseño no son tres banalidades inconexas entre sí, sino necesidades para sobrevivir en un mundo globalizado. Y esos efectos de la internacionalización de la economía son quizás menos controlables porque no dependen únicamente de nosotros. Los mercados han de responder, las paridades de las monedas nos deben ser favorables y los mercados de materias primas quisiéramos que permanecieran estables. Aún así habrá que darle solución al enigma, siendo más flexibles y manteniendo la mente despierta.

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