Un monasterio del siglo XII, regalado al pueblo
El arquitecto Mariano García Benito dona a Pelayos de la Presa la abadía más antigua de Madrid, cuidada por él desde 1973
El municipio madrileño de Pelayos de la Presa acaba de recibir un regalo insólito: Ni más ni menos que un olvidado monasterio altomedieval, el de Santa María la Real de Valdeiglesias, fundado hace casi mil años por Alfonso VII de Castilla. Es, presumiblemente, el más antiguo de la Comunidad madrileña. Se encuentra junto a la carretera comarcal, sobre el mojón que marca el kilómetro 49. Su estado puede considerarse a medias entre la rehabilitación y la ruina, aunque muestra la belleza de un vigoroso conjunto arquitectónico que en su día dominó el feraz paraje de pinares y praderas que lo circunda. Su singularidad reside en que sus muros han recibido todos los estilos artísticos entre la Edad Media y el siglo XVII -mozárabe, románico, gótico, plateresco y barroco-. Por ello, se ha convertido en un modelo didáctico vivo que hoy visitan una veintena de arquitectos recién titulados en escuelas de Arquitectura que, conducidos allí por un puñado de profesores entusiastas dirigidos por Javier García-Gutiérrez Mosteiro, siguen un curso de especialización en Patrimonio Artístico para completar su formación.
Fundado en 1150 y abandonado en 1837, su retablo fue a dar al Prado, y su sillería, a la catedral de Murcia
El donante del monasterio y anfitrión de los visitantes es Mariano García Benito, de 76 años, doctor- arquitecto que en el año de 1973 adquirió, por 10 millones de pesetas de entonces, una parcela de siete hectáreas que albergaba el cenobio cisterciense, no lejos del río Alberche. "Estaba a punto de ser derribado e integrado en una urbanización cercana", explica el arquitecto madrileño, de cuyo estudio salieron rascacielos como Cuzco 4, en la plaza del mismo nombre, así como otras sólidas construcciones.
Sin recibir ayuda de institución oficial madrileña alguna -"unos decían que no era de su demarcación, otros se limitaban a callar ante mis demandas", subraya-, se comprometió consigo mismo en rehabilitarlo con dinero de su bolsillo: así, decidió mimar el contorno, ajardinándolo; afirmó muros; afianzó una torre; revocó fachadas; salvó arcos y columnas; cimentó, enfoscó y recobró todo cuanto la ruina no había destruido y la rapiña no había expoliado desde que en 1837 el monasterio fuera abandonado tras la desamortización de bienes de la Iglesia. Sacó adelante el conjunto monacal.
Ahora, 30 años después de iniciar aquella gesta personal, García Benito ha decidido donar a una fundación municipal tal patrimonio arquitectónico, peritado en 540 millones de pesetas, unos 3,2 millones de euros. Pelayos de la Presa ha recibido la noticia dedicándole una avenida con su nombre. Se adivina ya el compromiso de recobrar por completo el conjunto de la ruina que le acecha. "Una fundación podrá culminar todo aquello que yo no pude hacer", dice confiado. Y evoca la historia de cómo llegó a sus manos el monasterio cisterciense: "Me enteré por un anuncio en un diario de que se hallaban en venta unas ruinas en esta localidad madrileña", explica. "Tras visitarlo y comprobar los estragos causados por la rapiña en siglo y medio, me pareció un desafío adquirirlo y me puse manos a la obra", señala. "Me tentó la idea de rescatar de la ruina este magnífico conjunto". Los primeros años fueron difíciles: "De noche, muchas parejas se adentraban en los claustros con graves riesgos y había que desalojarlas", dice con una sonrisa.
El casal ocupa un tercio de la superficie de la pradera levemente inclinada sobre la que se halla. Un cuerpo de edificio en granito, rematado por una torre levantada en el siglo XVI, recibe al visitante. Tinajas de barro mojonan el acceso, en cuyo suelo el propietario ha ordenado las piezas de piedra labrada de un antiguo pórtico. Varios trampantojos con frailes pintados saludan desde los balcones. Los alumnos del master del profesor García-Gutiérez Mosteiro, junto con otros siete profesores asistentes, recorren el monasterio. El profesor José Miguel Merino de Cáceres descubre analogías con el monasterio cisterciense que él restauró en Sacramenia (Segovia).
Una capilla con vestigios bizantinos provoca la emoción de los visitantes; también, la magna fábrica de sus claustros ojivales, su iglesia con ábside de ventanales incisos en piedra o el juego de arcos de dovelas abotonadas, isabelinas... Todo revela la presencia sucesiva de arquitectos diestros en arte mozárabe, románico, gótico, mudéjar, plateresco y barroco. "No existe en España un caso de tanta riqueza estilística en un único monasterio", comenta el profesor Antonio Lopera a los doctorandos, que admiran la belleza de sus ojivas, sus nervaduras y sus bóvedas, desvencijadas unas, milagrosamente enhiestas otras, por la sabiduría de sus constructores y por la tenaz ayuda de su donante.La importancia de este cenobio puede asemejarse con las de los monasterios de El Paular, en Rascafría, y San Lorenzo de El Escorial, con los que comparte la riqueza de sus bosques y sus aguas, más la fertilidad de sus suelos.
El emplazamiento revela una sabiduría capaz de hacer posible que aquel eremitorio original, que dio nombre al valle de las 12 iglesias en que se alza, perviviera 10 siglos, pese a un ominoso olvido oficial que ha durado hasta ayer mismo.
Escenario de filmes de misterio
La riqueza de elementos tectónicos y ornamentales que atesoró el monasterio de Santa María la Real de Valdeiglesias lo convirtió en codiciada presa para saqueadores y desalmados desde que fuera abandonado en el año de 1837. No obstante, su retablo pudo ser rescatado y conducido al Museo del Prado, y su sillería, por orden de Isabel II, enviada a la catedral de Murcia, que había perdido la suya en un incendio.
Varios directores cinematográficos aprovecharon el monasterio para hacer filmes de misterio goethiano, como La noche de Walpurgis, de León Klimowsky, rodada en 1971, y otros del género romántico y de terror. "Recuerdo una película con la sueca Anita Ekberg por estos claustros", comenta el propietario del monasterio, García Benito.
Por el suelo, donde no es difícil ver asilvestradas higueras, se esparcen mil piedras labradas a cincel y ahora recubiertas de verdismo musgo; dovelas, fustes y capiteles exhiben acanaladuras, rosetones y aristas, en panoplia vivaz que da testimonio de las canterías que enlucieron siempre con su compañía a la arquitectura. Distintos abatimientos de su coro y de algunas de sus naves han dejado huella en su fachada barroca a poniente, la de construcción más moderna. En ella destacan tres escudos: uno con el águila bicéfala carolingia -la cruz de Malta a sus pies- y dos otros abaciales, cuya caliza se resistió a ser fisurada por la deflagración de barrenos que acompañó la construcción de la cercana presa del pantano de San Juan, que da nombre al municipio de Pelayos. "Es sencillamente fantástico", señala una titulada sevillana que recorre los claustros.
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