Flins y pilículas
Cuentan que Cesáreo González, el máximo productor del cine español de los años cincuenta, era tan inculto que decía aquello de "Ahora que he aprendido a decir pilícula, resulta que se dice flin". Leyendas. Sobre este empresario gallego que se vinculó a la industria del cine tras haberse hecho con unos dineritos en Cuba y México, parece ser que como vendedor ambulante, y que consiguió ser apoyado por su compatriota de El Pardo, se han escrito ahora dos libros, Un cine para el imperio (Oberón), del exiliado español Paco Ignacio Taibo, divertido y algo superficial, y El empresario espectáculo (Taller de Ediciones), de José Antonio Durán, reivindicativo y bien informado, que pone al famoso productor a caer de un burro. Ambos libros celebran el centenario del nacimiento de Cesáreo González, coincidente en fechas con el de Cary Grant, que estos días se celebra con multitud de reportajes, y sobre quien Lluís Bonet Mojica también ha publicado un libro, bellísimamente ilustrado, El capricho de las damas (T&B). Cien años ya, tantos como hubieran cumplido igualmente Johnny Weissmuller, Joan Crawford, Greer Garson, Jean Gabin, Peter Lorre o Antonio Vico, por hablar sólo de actores que marcaron con su estilo una etapa del cine. ¡Caracoles, cien años ya!
Don Cesáreo arrasaba en los cines de barrio con sus joselitos, saritas y marisoles
Ninguno de ellos sospechó que al cabo del tiempo sus películas iban a ser manipuladas, sobadas, vistas en casas particulares y hasta pirateadas... Trabajaban para el aquí y ahora, con la seducción de un irrepetible Cary Grant o trapicheando por aquí y por allá, como Cesáreo González, en el estilo de la picaresca tradicional. Este hombre marcó una época del cine español, especialmente con sus películas folclóricas, para las que lanzó al estrellato hispano a las tres mi arma, Lola Flores, Carmen Sevilla y Paquita Rico, trío que triunfaba haciendo "las Américas", donde promocionaban sus películas con ahínco, cantando y bailando antes de cada proyección, con actuaciones diarias en radios y televisiones, y por la noche, en salas de fiestas. Paquita Rico llegó a confesar que a veces dormía con el clavel en el pelo por si no le daba tiempo a ponérselo por la mañana.
Don Cesáreo tuvo el instinto de conocer a su público y hacía películas a su medida. En los cines de barrio de cualquier lugar del país (por mucho que ahora se diga lo contrario) arrasaba con sus Joselitos, Saritas y Marisoles, con sus dramas sentimentales o religiosos (preferentemente gallegos para que le gustaran más al generalísimo) o con comedias modernas: no hubo tecla que no se atreviera a tocar. La ignorancia es osada y a él no le dolían prendas. "Un intelectual no debe ver cine", decía, "porque el cine no es para intelectuales: el cine es para gente como yo", aunque, a la vez, se atrevió a producir a Bardem (Nunca pasa nada) y a Berlanga (La boutique). Sin saberlo, estaba reflejando parte de la realidad de este país, y hoy, gracias entre otros al empecinamiento de Enrique Cerezo, que se ha hecho con todas sus películas, podemos verlas en buenas copias. Lo que Cesáreo González hizo sólo por ambición hoy es documento.
Lo serán también las películas que se están haciendo ahora, aunque muchas de ellas tampoco pretendan reflejar expresamente la realidad del momento. Parte de esa realidad se cuela casi inevitablemente por entre sus imágenes, lo cual, desde luego, no obliga a que el público se interese por ellas. Es cierto que las películas españolas actuales no cuentan las mismas tonterías que las americanas, es decir, que no hay en ellas niños que jueguen al béisbol atormentados porque sus padres no han ido a ver el partido, ni dicen "caracoles", como parodia el spot publicitario que acaban de sacar los productores para convencernos de que veamos más películas españolas. Vale, haremos lo posible. Pero ya que no se hacen tonterías a la americana, tampoco hay por qué hacerlas a la española. Y a veces se hacen. Es paradójico que las llamadas "españoladas" llenaran la salas, y que hoy, cuando el cine español es mejor, vayamos bastante menos. Los tiempos de don Cesáreo pasaron a la historia y ya no se atan las películas con longanizas.
Babelia
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