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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Guiños de Imaz

Con la proclamación ayer de Josu Jon Imaz como nuevo presidente de su Ejecutiva Nacional, el PNV entra en una etapa inédita en su historia centenaria. No sólo porque Imaz va a relevar a un líder, Xabier Arzalluz, que ha marcado el nacionalismo vasco durante un cuarto de siglo, sino porque le toca hacerlo en unas circunstancias singulares. La apuesta de Lizarra, redoblada en la ponencia política que aprobó la Asamblea General, ha resquebrajado el principio de la bicefalia que regía en el PNV. El partido ha depositado su liderazgo en el lehendakari Ibarretxe con el beneplácito de Arzalluz. Ahora, el nuevo presidente del PNV debe compartir el timón con el jefe del Gobierno vasco, del que ha sido consejero y portavoz. Y, por el momento, no podrá establecer su propio rumbo, ya que éste le viene marcado por el plan soberanista de Ibarretxe y la ponencia política elaborada a modo de testamento por Arzalluz y su frustrado delfín, Joseba Egibar.

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El que Imaz vea definida su hoja de ruta por el sector derrotado en la contienda electoral interna es ilustrativo de las peculiaridades del PNV. Del mismo modo que no se entiende el encarnizamiento que se ha registrado en el proceso de sustitución de Arzalluz -y el que se anuncia para la renovación de las ejecutivas regionales-, cuando los dos sectores enfrentados dicen abrazar como único credo el plan de Ibarretxe. Quizás haya que esperar al momento en que encalle la propuesta de nuevo Estatuto del lehendakari para comprobar cómo funciona la experiencia iniciada ayer.

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De momento, se apunta un cambio de discurso, a tono con el talante más conciliador de Imaz. Las palabras que éste pronunció ante la Asamblea, apostando por una "nación cívica" vasca en la que quepan desde el independentista al centralista y sus llamamientos a la negociación y el diálogo, no las habría expresado Egibar de haber ganado, ni tampoco el Arzalluz de los últimos años. También resulta significativo que Imaz aclarara que el proyecto de ETA no es el del PNV y que subrayara la herencia de dos de los dirigentes históricos menos sectarios del partido, José Antonio Agirre y Manuel de Irujo, y el espíritu abierto e integrador de un intelectual como Koldo Mitxelena.

Sin embargo, las palabras no son lo esencial en política. El nuevo presidente peneuvista va a tener que demostrar con hechos cómo se concilia la construcción de esa nación abierta y plural, hecha por y para los ciudadanos, con los enunciados de la ponencia política de su partido y del propio plan Ibarretxe. Porque en ambos textos lo que se propugna es una nación concebida por y para los abertzales, que orilla a la mitad de la población vasca que no comulga con el nacionalismo. Tampoco lo va a tener fácil Imaz para restaurar los puentes rotos con las fuerzas no nacionalistas. Tender la mano en esa dirección resulta incompatible con la estrategia de unidad nacionalista que más entiende el PNV como medio para perpetuarse en el poder. Aunque es sabido que en la historia del PNV han resultado más decisivas las personas, y su talante, que los documentos programáticos.

La deriva de los seis últimos años ha impregnado profundamente todas las estructuras del PNV, arrinconando su alma más liberal y humanista, la que precisamente representaron Agirre, Irujo y Mitxelena. El nuevo presidente ha hecho un guiño en esa dirección, pero los pies y el programa los tiene todavía en Lizarra. El tiempo, y sus actos, evidenciarán si Imaz es capaz de abordar la renovación ideológica del nacionalismo.

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