La fidelidad lírica
Gonzalo Rojas es un lírico profundo. Es un poeta de la memoria, de la fidelidad al pasado personal, pero expresadas, siempre, en palabras, en lenguaje, en un tono y un sonido originales. El ritmo de su verso, aquello que se podría llamar su respiración, es único en la poesía contemporánea de la lengua. La poesía de Rojas, para mí, por encima de otra cosa, se traduce en grandes imágenes de un sur de Chile convertido en mito, visiones de algo parecido a un sueño de la infancia:
"Veo un río veloz brillar como un cuchillo, partir / mi Lebu en dos mitades de fragancia, lo escucho, / lo huelo, lo acaricio, lo recorro en un beso de niño como entonces / cuando el viento y la lluvia me mecían, lo siento / como una arteria más entre mis sienes y mi almohada".
A pesar de la intensidad de ese paisaje y de esa experiencia de una región, Gonzalo Rojas, entre los poetas actuales de América Latina, es el de raíz literaria más hispánica. Nos transmite una visión de allá con palabras en las que resuenan ecos del Siglo de Oro y hasta de los poetas de la generación de 1927. Pero son ecos, son resonancias alteradas. Se escucha a los clásicos, desde luego, pero también se escucha a César Vallejo, el peruano, el andino, con quien tuvo mucho en común en los comienzos y de quien nunca se ha separado en forma completa. Lo que ocurre es que Gonzalo Rojas, ensayista, profesor, hombre de universidades, tiene una cultura poética sólida, que se abre en diversas direcciones. Alguna vez declaró que en su adolescencia, en la época de sus primeras lecturas, le entraba Guillaume Apollinaire por una oreja, el autor de Alcools, el maestro de su maestro Vicente Huidobro, "junto con lo que me suministraba la otra oreja, que me entregaba a fray Luis, a san Juan, a Lope, a lo que fuere".
Instalado con fuerza, con autoridad, en la tradición clásica, Rojas inventa, transforma, descuartiza, como explica él mismo en algún lado, los vocablos, y así construye un universo original. A diferencia de otros dos grandes poetas chilenos, Pablo Neruda y Nicanor Parra, autores que sintieron siempre la necesidad de romper etapas, de cambiar, de renovarse en forma extrema, dramática, la poesía de Gonzalo Rojas tiene un desarrollo continuo, en cierto modo circular. Necesito explicar aquí que la región sureña de Concepción, de Lebu, de Lota, es el centro de lo que fue hasta un pasado reciente la gran minería del carbón, la de los piques subterráneos que penetraban kilómetros por debajo del mar, la de los primeros escritos de protesta social en la literatura latinoamericana. Pues bien, la poesía de Rojas, hombre de familia de mineros, está dominada por un tono sombrío, por una especie de oscuridad esencial, no del sentido sino de la atmósfera general, de su mundo como escritor. El poema que cité más arriba, Carbón, pertenece a una colección cuyo título es Oscuro y que fue publicada en Venezuela, en el exilio, en 1977. No se trata sólo de una coloración, de una alusión atmosférica. A mí me parece que el procedimiento de Gonzalo Rojas consiste en excavar, en penetrar en la mina del lenguaje y extraer pedazos de pirita negra, chispas, minerales de colores variados. Es un lírico profundo, como dije, pero es también un gran poeta de la profundidad, de lo subterráneo, de la memoria enterrada.
Gonzalo Rojas tuvo desde sus comienzos y tiene hasta ahora una relación libre con la vanguardia literaria y estética. No fue ajeno al surrealismo ni a su fuerte rama chilena, el grupo de La Mandrágora, pero en definitiva, con buen instinto, con perspicacia, se mantuvo fuera de escuelas. Ha sido a su manera un hombre de la vanguardia, pero apegado, por paradójico que esto parezca, a la tradición. Si por uno de los oídos de su adolescencia le entró Apollinaire, tiene que haber sido, me imagino, el Apollinaire de La bella pelirroja, el de la lucha del orden y la aventura, de la tradición y la invención. En este aspecto, Rojas es un clásico moderno. Se asoma a los espacios de la aventura, pero se mantiene dentro del orden: un orden, eso sí, modificado. Es un relector, un recreador, alguien que en el movimiento de la recreación consigue crear.
La poesía de Neruda corresponde al sur verde, acuático: al de la selva virgen austral, un escenario que ha inspirado a los poetas de nuestra lengua desde la llegada a esos parajes de Alonso de Ercilla en los primeros años de la conquista. Vicente Huidobro, el autor de Altazor, es el poeta del aire. Nicanor Parra es un gran acróbata verbal e intelectual, un lúdico, un crítico que utiliza en forma sorprendente el humor negro. Gonzalo Rojas representa una visión más sombría, de ritmo sostenido y reiterado, más insistente y dramático.
Éste es un gran premio Miguel de Cervantes y, a la vez, una oportunidad perfecta para poner de relieve a muchas de las grandes figuras de la poesía chilena, una provincia fértil y señalada, para citar a Ercilla, que existió desde mucho antes que Pablo Neruda y Gabriela Mistral y que se ha desarrollado con fuerza después de Nicanor Parra y Gonzalo Rojas. Miramos todas estas cosas, desde ambas orillas, con visiones parciales, simplificadas: ahora podemos revisar y tratar de ir más lejos.
Jorge Edwards es escritor chileno y premio Cervantes 1999.
Babelia
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