Irreverencia y tradición
Nacido en 1917, Gonzalo Rojas ha vivido, en primera línea, buena parte de las grandes convulsiones experimentadas por la poesía en castellano -en España y en América- a lo largo del siglo XX. Decir en primera línea significa que lo ha hecho como protagonista: como animador e impulsor, como poeta. Adscrito a la chilena generación de 1938, Rojas contribuyó de manera decisiva a la revisión de la poesía protagonizada por las vanguardias, tan fructíferas en América Latina, en un momento en el que, construida la base esencial de la poesía chilena (Huidobro, Neruda, Mistral, Pablo de Rokha), el surrealismo entraba en crisis y aparecía como necesidad la construcción de una poesía más abierta, con una conciencia crítica del lenguaje, que conjurara el hermetismo y reforzara el diálogo con el mundo, que acentuara la vocación universalista iniciada por los poetas mayores frente a las asechanzas del localismo. Pese a sus vínculos (desde una lateralidad crítica) con el grupo Mandrágora, de filiación surrealista, a finales de los años treinta, Gonzalo Rojas trazó un camino personal. En ese camino, el compromiso con el mundo, de manera especial con los desfavorecidos (después de desvincularse de Mandrágora fijó residencia en una región minera de Chile, donde enseñó a leer a los mineros con un silabario hecho con textos de Heráclito), y la conciencia crítica respecto al lenguaje actuarían, a lo largo de casi setenta años, como elementos catalizadores. Desde su primer libro, La miseria del hombre (1948), hasta el recién aparecido No haya corrupción (2003), su poesía ha crecido sobre dos ejes sustanciales. De un lado, el universo del erotismo y la dialéctica de la relación amorosa. De otro, lo que en su prólogo a uno de sus textos más emblemáticos, Materia de testamento (1988), definió como el derivado de "ser testigo inmediato de la vida inmediata" o, de manera más concreta, ser "testigo político pero sin consigna". Sobre esos dos ejes, su ejercicio poético ha sido -lo es hoy- un intento permanente de descifrar los misterios del mundo, de un mundo fragmentario, incompleto. Mediante la indagación en la relación del poeta con los otros y a través de la búsqueda en el universo de los sentidos, allá donde el placer se hace fronterizo con la muerte. El juego, el acercamiento al lenguaje poético con una actitud irreverente, tan respetuosa con la tradición como amiga de los quiebros, de las rupturas, de lo que en algún momento el propio Rojas definió como "relámpago intuitivo", confieren a su poesía una singularidad extrema. Lo erótico se amalgama con lo místico, lo aprendido en el Arcipreste se funde con las enseñanzas de poetas como santa Teresa o san Juan de la Cruz, la sequedad quebrada que tiene a Cesar Vallejo como referente se funde con el afán lúdico, rupturista, de Vicente Huidobro. Y, como no podía ser de otro modo, la búsqueda del misterio del ser en la relación del poeta con el mundo -en su poesía hay también un sustrato metafísico- encuentra en la raíz, en lo telúrico, en el territorio de la infancia y de la tierra originaria (al fondo, Neruda y Mistral) un lugar recurrente.
En el fondo, la trayectoria poética de Gonzalo Rojas es la crónica -tan llena de lúcidas contradicciones y de dudas como de certezas y de iluminaciones- de la permanente pugna sobre la que se asienta la vida del hombre, de la dialéctica de toda existencia: el eros como lugar de lo sagrado, la carnalidad como forma de trascendencia; el tánatos asumido desde la irreverencia, desde el desafío y la búsqueda -su segundo libro, Contra la muerte (1964), fue un exponente claro de esa actitud-, aunque parezca paradójico, de la vida. Títulos como Oscuro (1977), Transtierro (1979), El alumbrado (1986), Las hermosas (1991) o Río turbio (1996), entre otros, conforman un universo de una solidez y de un alcance incuestionables en la lírica contemporánea en castellano. Cuando, en 1999, se publicó en España su Poesía
completa, Gonzalo Rojas ya hacía tiempo que había pasado a formar parte de los clásicos en vida de la literatura española e hispanoamericana. En cierto modo, su poesía, compleja y transparente a la vez, tradicional y heterodoxa a un mismo tiempo, se había convertido en la metáfora viva (y superadora) de la trayectoria seguida, a lo largo del siglo XX, por la poesía chilena, una de las más ricas e intensas de la literatura en castellano. Y ahí sigue en el comienzo del siglo XXI. Con todo su vigor, con toda su capacidad de deslumbramiento. Gonzalo Rojas es, en todos los sentidos, un poeta. Un poeta mayor.
Babelia
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