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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La epidemia invisible

Cada dos horas muere una persona por accidente de tráfico en España: hubo 4.435 muertos durante el año 2002. Los accidentes son también la principal causa de mortalidad entre los jóvenes de 18 a 25 años. Y aunque en la última década se ha producido una disminución del número de muertos, la media española aún supera ampliamente la europea. A pesar de estos datos, entre las preocupaciones genéricas de los españoles, los accidentes de tráfico no aparecen ni siquiera mencionados. Son invisibles. Lo contrario de otros problemas de salud pública, como el consumo de drogas, que aparece en lugar muy destacado. Es probable que frente al consumo de drogas se desencadene en los individuos un proceso de culpabilización que en la evaluación del accidente de tráfico está ausente. Demasiados ciudadanos tienden a asociar aún el accidente de tráfico con el azar o la fatalidad. Urge un cambio de conciencia.

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No parece que la adicción a la velocidad y a la imprudencia sean menos tratables que la adicción a la nicotina. Sólo es preciso un empeño social y político que afronte la epidemia con rigor y contundencia. Es evidente que en la versión española de una epidemia que tiene alcance mundial -700.000 muertos y más de 15 millones de heridos se producen cada año por accidentes, según la Organización Mundial de la Salud- influyen determinadas carencias estructurales como el estado de las carreteras, la relativa antigüedad del parque móvil, o la insuficiente preparación de los conductores. Las medidas sancionadoras previstas en los códigos no están a la altura de la tragedia que se presenta cíclicamente en las carreteras y quizás en este terreno sí convenga un endurecimiento que ha dado resultados esperanzadores en otros países europeos.

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Sin embargo, la prevención de los accidentes de tráfico es también un reto cultural. Resulta traumático ver tanta juventud desangrada en las carreteras sin que tal desolación merezca reflexiones que vayan más allá de la habitual cantinela sobre los peajes de la vida moderna. Y resulta también una seria ocasión de meditación el tratamiento que los medios de comunicación dan generalmente al asunto. Porque quizá haya llegado el momento de plantearse si una epidemia de tal magnitud puede seguir reducida en el imaginario colectivo a la rutina del parte frío, sucinto y convencional de las cifras de víctimas en fines de semana terribles como éste, cuando se acaba de producir un caudal de muerte masiva y evitable.

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