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Reportaje:ELECCIONES LEGISLATIVAS EN RUSIA | LA TIERRA

Los campesinos rusos siguen sin tierra

Las trabas burocráticas ponen freno a la privatización de la propiedad agraria

Pilar Bonet

Terminar con la herencia comunista en el campo está resultando mucho más difícil de lo que parecía. Acceder a la propiedad privada de la tierra, que existe legalmente desde este año, resulta una hazaña: es lento, caro y burocrático. Ante esta situación, muchos prefieren trabajar la tierra sin comprarla, exponiéndose a la arbitrariedad de la Administración. En el campo ruso, los que salen adelante lo deben a su propio esfuerzo y no a la Ley de Compraventa de tierras agrícolas, que entró en vigor este año tras ser firmada por el presidente Vladímir Putin en 2002. En perspectiva, a pocas semanas de las elecciones legislativas del 7 de diciembre, el futuro del agro en Rusia parece más cercano del latifundio que de las empresas agrícolas modernas.

Muchos agricultores tienen que ceder sus terrenos y trabajar como asalariados

Rusia experimenta de nuevo una transición a la economía de mercado en la que unos medran y la mayoría se queda al margen: los cheques de privatización repartidos en los noventa no dieron a los obreros la oportunidad de transformarse en propietarios de sus fábricas. Ahora, las parcelas que los campesinos recibieron al reestructurarse los koljoses (propiedad cooperativa) y sovjoses (propiedad estatal) tampoco les permiten afianzarse como empresarios agrícolas.

Lastradas con facturas de electricidad y combustible cada vez mayores, las haciendas que Peremyshl heredó de la época soviética no podían pagar sus deudas. Peremyshl es un distrito de la provincia de Kaluga, a unos 200 kilómetros de Moscú, con 13.500 personas y 65.000 hectáreas de uso agrícola. Leonid Grómov, el alcalde, ha recurrido sistemáticamente a la quiebra para solucionar el problema. Diez de las 13 haciendas del distrito fueron sometidas a este procedimiento mientras él buscaba inversores capaces de pagar las deudas y explotarlas como propietarios o arrendatarios. Sus esfuerzos atrajeron a una empresa foránea, dedicada al cultivo de flores, que ha invertido 60 millones de rublos (1,76 millones de euros) en el arriendo, con opción de compra, de explotaciones "saneadas" por la bancarrota.

Grómov está contento con esta fórmula que le permite recaudar impuestos. La aparición de nuevos inversores marca una segunda etapa de la reforma agraria en la Rusia poscomunista, tras una primera que cambió la etiqueta a los antiguos koljoses y sovjoses y los convirtió en sociedades. Pero los nuevos empresarios que adquieren las explotaciones (en subastas, en teoría) no se convierten automáticamente en propietarios. Ante el nuevo inversor, el campesino tiene pocas alternativas. O se queda solo en su parcela, privado de los activos comunes de la sociedad arruinada, o cede su terreno al nuevo amo (en venta o alquiler) y pasa a trabajar como asalariado.

Una de estas nuevas empresas agrícolas es Gremiáchevo, que conserva el nombre del antiguo koljós cuyas tierras explota. Su director, Vladímir Samóilov, explica que 170 campesinos le han entregado ya sus parcelas con una extensión total de 700 hectáreas y, convertidos en asalariados, reciben una media de 2.600 rublos (unos 76 euros) al mes.

Sin embargo, Samóilov, que representa a una sociedad anónima, se queja de que no ha podido formalizar la propiedad sobre la tierra. "Llevo ya un año tratando inútilmente de comprarla", dice. El problema no es sólo registrar una operación mercantil, sino que empieza desde mucho más atrás: primero hay que deslindar y registrar las parcelas y luego ayudar a los campesinos a obtener sus títulos de propiedad correspondientes para que así puedan formalizar la venta.

"Nos hemos gastado casi un millón de rublos (unos 29.000 euros) y aún no lo conseguimos. Hemos perdido un año y cada día se inventan nuevos papeles. El mecanismo no está elaborado y hay una terrible confusión entre el centro de deslinde y el de registro. Algunos campesinos que nos vendieron sus tierras son jubilados y, si mueren, hay que hacerlo todo de nuevo", afirma. Sin propiedad de la tierra, Gremiáchevo, que produce leche y vacuno, carece de avales para pedir créditos hipotecarios.

La empresa cultiva 2.000 hectáreas de un total de 8.000, en su mayoría arrendadas a Grómov. El alcalde asegura que hay tierra para todo el que quiera comprarla, a 8.500 rublos (248 euros) por hectárea, pero admite que los compradores son escasos. Sólo 100 campesinos entre 2.000 han registrado sus propiedades.

Hoy por hoy, los granjeros de Peremyshl no tienen prisa por registrarse como propietarios. Un ejemplo es Alexandr Loktiónov, capitán de la Armada rusa. Residente en Estonia al desmoronarse la Unión Soviética, Loktiónov se vio convertido de la noche a la mañana en un "ocupante" de esa república báltica y decidió seguir el ejemplo de un compañero que se mudaba a Kaluga. En un día gestionó los papeles para explotar 35 hectáreas en Peremyshl. Pasó cuatro inviernos en un vagón en pleno campo, vigilando la construcción de su casa, que avanzaba según las dificultades financieras. De los 10 oficiales que iniciaron aquella aventura, sólo tres siguen en Peremyshl. Loktiónov ha ampliado su hacienda, pero prefiere pagar 300 rublos (8,75 euros) por hectárea anuales a comprar.

"No tengo necesidad de comprar", dice este hombre, que, junto a su esposa Ludmila, asegura haber encontrado una fórmula óptima. Cultivan patatas y forrajes, crían cerdos y ganan entre 100 y 200 dólares limpios al mes. En comparación con las casuchas locales, su hogar es un palacio: aunque, por falta de camino, haya que llegar a él campo traviesa, tiene agua caliente, retrete en el interior, sauna, sótanos y una gran cocina. Mientras, Vechna, el pueblo más próximo, agoniza. La escuela tuvo que cerrar y dos veces por semana les visita un camión tienda. El médico más cercano está a 15 kilómetros.

Alexandr Loktiónov y su esposa, Liudmila, en su granja.
Alexandr Loktiónov y su esposa, Liudmila, en su granja.SERGUÉI LOKTIÓNOV

"Soy juez, fiscal, padre y madre"

Vladímir Samóilov, el director de la empresa Gremiáchevo, fue expulsado de la escuela de agricultura y enviado al ejército por haber tirado un retrato de Lenin por la ventana durante una juerga. Tras haber servido en Afganistán y en el Lejano Oriente ruso y perseguido reclutas como comisario militar responsable de las levas, el oficial ha podido al fin realizar su sueño de juventud en Gremiáchevo, donde se encontró con "ordeñadoras borrachas, suciedad, desorden y saqueo".

Samóilov explicó a sus empleados que debían llegar a las ocho, "sobrios o al menos afeitados", y confeccionó un programa de entrenamiento por etapas de corte militar. "Uno, dos; uno, dos. Mis campesinos van al paso que les marco, pero a veces se descontrolan. Hay quien se pasa una semana empinando el codo en su casa y luego vuelve como si nada. A algunos les perdono, pero no a todos. He suprimido los alambiques de destilado clandestinos y no explico cómo, porque lo hice de forma totalmente ilegal. Yo soy aquí el juez, el fiscal y el jefe de policía, y también el padre y la madre. Ayer, una de mis trabajadoras me dijo que no tenía para comprar pan, porque todo cuesta muy caro y había tenido que equipar a los niños. Yo la creí y le di el dinero para el pan", explica en un monólogo. "Las ordeñadoras cobran de 3.000 a 4.000 rublos [de 88 a 117 euros] y viven peor, porque ahora no pueden robar la leche y los forrajes como antes. Creo que la revolución en Rusia no ha acabado. La mayoría está en la miseria y no tiene ni para comer", añade. Según el último censo, casi 39 millones de personas, un 27% de la población, vive en el campo.

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Sobre la firma

Pilar Bonet
Es periodista y analista. Durante 34 años fue corresponsal de EL PAÍS en la URSS, Rusia y espacio postsoviético.

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