"A Mussolini le interesaba más la cultura que a Berlusconi"
Un intelectual ambicioso de provincias que traicionó su talento y a su país.
Un tirano "no tan pérfido" cuyo legado, tras su historia de "ruido y furia", queda limitado más que nada a lo superficial. Un personaje que ocupa "un lugar relativamente insignificante en el catálogo de los crímenes de la humanidad que tanto se amplió durante la historia del siglo XX". Éste es el juicio sobre Benito Mussolini del historiador australiano Richard J. B. Bosworth (Sidney, 1943), autor de la nueva y monumental biografía del duce (Península). Bosworth ha querido rescatar la figura de Mussolini de una historiografía que lo había retratado como un "césar de serrín" o un bufón. "Eso tiene que ver con la superioridad británica, que menosprecia la Europa mediterránea, y no se corresponde con la figura de un hombre que, pese a no ser ni Hitler ni Stalin, fue responsable de un régimen que llevó a la tumba a un millón de personas", dice.
"Tenía pretensiones intelectuales, aunque era un hombre limitado"
A juicio del historiador, el aspecto extravagante o incluso cómico que puede ofrecer hoy la figura de Mussolini tiene algo que ver con que el régimen fascista fue de los primeros en usar filmes de propaganda: "Esas imágenes nos pueden parecer algo estúpidas, pero hay que imaginar lo que parecerán las de Schwarzenegger dentro de medio siglo".
Mussolini releía los Diálogos de Platón, pero también orinaba en público como muestra de virilidad fascista. "Sí, parece difícil armonizar ambas cosas, pero Mussolini era un hombre con preocupaciones intelectuales y artísticas. En este sentido, su vida es mucho más instructiva que la de Hitler. Tenía pretensiones intelectuales -se obstinaba en que su esposa, Rachele, le llamase professore-, aunque era un hombre limitado. En todo caso, estaba más interesado en la cultura seria que Berlusconi".
Del mito de Mussolini como latin lóver, Bosworth dice que el duce "tuvo muchas amantes, pero el modelo de macho mediterráneo que cultivó deviene en imagen patética cuando se le ve comportarse como un adolescente con Claretta Petacci, poco atractiva y de cabeza hueca, o conversar de filosofía para acariciarse el ego con una jovencita de 19 años como Elena Curti". Bosworth dice que la icónica calva del dictador, tan usada como propaganda agresiva, obedecía en realidad a que Mussolini se afeitaba el cabello por coquetería, porque se le volvió prematuramente blanco antes de los 50 años.
Bosworth inicia Mussolini con la muerte del duce y el brutal trato dado a su cadáver (y relata, al cerrar la biografía, el sainete del secuestro en 1946 del cuerpo, en carretilla, por el Partido Fascista Democrático, que escondió la maltrecha reliquia en un armario). ¿No se corre peligro de despertar ciertas simpatías hacia el personaje? "Ese peligro existe, es parte del proceso de crítica histórica. Pero me parece que el peligro con Mussolini es compararlo con Hitler, creer que era un monstruo en todos los aspectos de su vida. Eso es muy peligroso, como se ha visto en la comparación de Sadam Husein con Hitler, que ha ayudado a justificar la invasión de Irak".
De la implicación en el holocausto, Bosworth señala que el racista fascismo italiano, "aunque es responsable de la muerte de 7.000 judíos, como el régimen de Vichy, no fue especialmente antisemita". Y recuerda que la pacificación de Libia causó 40.000 muertos en campos de concentración, que en Etiopía hubo matanzas y que el duce habló de "limpieza étnica" con respecto a los eslovenos en Italia. ¿Estaba al corriente Mussolini de la solución final? Bosworth afirma que Himmler le explicó al duce que se estaba asesinando a los judíos, pero no los espantosos detalles. En 1942, Mussolini manifestó cínicamente a un industrial: "Están haciéndoles emigrar al otro mundo".
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