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Reportaje:

La larga marcha del PNV

El panorama es muy emocionante. Ya no hablamos de gestión, sino de cosas serias. Estoy francamente ilusionado y no, no me da miedo el futuro, porque por mucha escalada de tensión que haya, no estamos en el 36". La opinión de Xabier Ormaza, nacido en Getxo hace 31 años, licenciado en empresariales y militante del PNV, resume bien las impresiones de otros muchos nacionalistas vascos en el momento presente. Fiel a lo que considera una nueva cita con la historia, el partido-comunidad vuelve a estar en marcha. "Un pueblo en marcha", "un país en marcha", rezan los lemas oficiales del Gobierno vasco. ¿En marcha, hacia dónde?, cabría preguntar, teniendo en cuenta que el nacionalismo niega que el plan Ibarretxe sea un plan independentista.

El Gobierno vasco se ha apoderado del programa del PNV no para aligerarlo o relativizarlo en aras de la convivencia, sino para recrearlo, potenciarlo y aplicarlo en clave exclusivamente nacionalista
Xabier Arzalluz ya ha dicho que no le quedan lágrimas y que sólo cabe optar entre el plan del 'lehendakari' Ibarretxe y la independencia pura y dura
Creen que el proceso de "cada vez menos España" les perpetúa en el poder, prefigura el reencuentro de los auténticos vascos hacia la ansiada cota soberanista
Ibarretxe, tras asistir al homenaje a la Constitución: "Personalmente fue muy duro. Tenemos que mover sus posiciones muy rápido; si no, es imposible"
José Luis Bilbao: "No habrá Código Penal que pueda parar a la sociedad vasca, que tiene la mayor renta y el mejor palacio de congresos del mundo"
El caso es que nadie en el PNV parece creer que este proceso conduzca al desastre. Cuentan con que la piedra caerá, como siempre, en cabeza ajena
Lo que parece evidente es que el nacionalismo va a aplicarse con ahínco a la tarea de derruir la credibilidad de la justicia, el gran obstáculo del soberanismo

Si hay una imagen-referencia del soberanismo actual, ésta podría muy bien ser la escalada a una de las míticas montañas de más de 8.000 metros de la cordillera del Himalaya, tan hollada por otra parte por los montañeros vascos. Y es que con el plan Ibarretxe es como si el PNV se propusiera instalar el campamento-base del nacionalismo a 7.500 metros de altura, una cota sumamente interesante, no sólo porque sitúa a la expedición nacionalista fuera del alcance del Estado español y sin riesgo, aparente, de ser excluida de la Unión Europea -ya dice el lehendakari que fuera de Europa hace mucho frío-, sino también porque dejaría expedita la vía de la cumbre a las generaciones venideras. Así, cuando los vientos de la Unión soplen favorablemente y el cielo aparezca despejado de nubarrones, nada impedirá entonces enviar una nueva cordada que haga cima y plante la ikurriña entre las demás banderas de la comunidad internacional. Curiosamente, esta metáfora montañera, infantil en lo que tiene de gesta soñada, suscita el asentimiento y la aprobación, incluso entusiasta, en militantes bastante serios que miden cautelosamente sus palabras a la hora de hablar para un medio no nacionalista.

El partido de la doble faz autonomista e independentista, el de la retórica radical y la práctica moderada, el del esencialismo doctrinario y el pragmatismo político, abandona la calculada ambigüedad que lo ha caracterizado en su trayectoria histórica, precisamente en el momento en el que las generaciones que no conocieron el franquismo toman posesión de las instituciones y de los órganos de poder interno. Lo hace resueltamente y sin romperse por dentro, como si los sectores pactistas y fundamentalistas, los veteranos y los jóvenes, hubieran llegado a un pacto implícito que les compromete a marchar juntos hasta alcanzar, al menos, esa cota 7.500 del plan Ibarretxe. Unos y otros creen que el proceso de "cada vez menos España" les asegura su perpetuación en el poder, prefigura el reencuentro de los "auténticos vascos" en el camino hacia la ansiada cota soberanista y, quizá, quizá, termine convenciendo también a ETA de que ya no tiene sentido seguir matando.

Sólo tablas

Fuera del círculo de militantes marginados, orillados o expulsados, ahora es casi imposible encontrar a un autonomista en el PNV. "Con el Estatuto hay una sensación de agotamiento, un hartazgo enorme como cuando llegas a un punto de bloqueo en el ajedrez y ya sólo puedes hacer tablas. Por eso hay que sacar un nuevo tablero, nuevas piezas, y jugar una nueva partida", comenta Unai Grajales, estudiante de último curso de derecho, que con sólo 25 años es ya concejal de Vitoria y presidente de la junta municipal del PNV de esa capital. Más improbable todavía es hallar a un autonomista dentro del Gobierno y del resto de las instituciones vascas. No deja de tener su lógica, puesto que en un quiebro histórico sin precedentes, el Ejecutivo nacionalista vasco se ha apoderado del programa del PNV, no para aligerarlo, relativizarlo en aras de la convivencia y el interés general, sino para recrearlo, potenciarlo y aplicarlo en clave exclusivamente nacionalista.

Tan evidente resulta esa matriz nacionalista, apenas maquillada con el concurso inerte e inerme de la IU vasca de Madrazo, que casi nadie se toma la molestia de negar que el plan Ibarretxe, programa estratégico del nacionalismo vasco para los tiempos venideros, es exclusivamente un programa de los nacionalistas para los nacionalistas. Hace mucho que el tiempo de los consensos quedó periclitado en Euskadi y empezó a ser sustituido mentalmente por la búsqueda de la mitad más uno de los votos. "¿Que qué pasa con los vascos no nacionalistas? A nadie se le obliga a ser vasco si es andaluz o gallego", indica Xabier Ormaza. Ya ha dicho Arzalluz que no le quedan lágrimas y que sólo cabe optar entre el plan Ibarretxe y la independencia pura y dura. Y es que este PNV que asiste satisfecho al impacto de su ofensiva soberanista se pinta un panorama sumamente halagüeño. "Con Batasuna ilegalizada, podemos alcanzar perfectamente los 700.000 votos y la mayoría absoluta en las próximas autonómicas".

En contraste con los Gabinetes "de gestión" precedentes, en los que el lehendakari Ardanza predicaba que, a la hora de gobernar, la ideología cabía en la punta de la servilleta, el Ejecutivo actual de Ibarretxe aparece rebosante de doctrina, iluminado por la tarea histórica asumida. "Hoy hay que ser soberanista para poder aspirar a un puesto institucional", indica un responsable guipuzcoano que, como buena parte de los afiliados consultados para este reportaje, nada alejados por lo demás de la ortodoxia oficial, agradece que no se publique su nombre. "En mi partido no gusta que las opiniones personales se aireen públicamente, aunque sean completamente inocuas. Estamos muy imbuidos de la consigna de que los trapos sucios se lavan en casa".

Sin el debate que exigiría una decisión tan trascendental, sin traumas aparentes ante la división política y social que va labrándose día a día, sin inquietud alguna ante un futuro que sus oponentes políticos juzgan, por el contrario, tenebroso, el PNV se ha despojado de su faz autonomista para abrazar en bloque la causa del soberanismo. El mismo vacío dialéctico y argumental acompañó, años atrás, la sorprendente decisión del PNV de renunciar a la ideología cristiano-demócrata, verdadera seña identitaria de este partido que se sitúa hoy en un limbo ideológico de difícil catalogación puesto que todas las etiquetas, incluida la de "social conservadora", resultan más o menos forzadas. Desde la perspectiva que ofrece la agitada trayectoria centenaria de este partido, no deja de ser extravagante que el golpe pendular del nacionalismo -denominado moderado por contraste con el nacionalismo violento- se esté produciendo en la España de las autonomías del siglo XXI, tras cinco lustros de ejercicio continuado del poder autonómico y en una Euskadi más real que nunca en la historia, dotada de unas competencias que envidia cualquier otro nacionalismo sin Estado.

No estamos, en efecto, en los albores del nacionalismo vasco forjado a finales del XIX en el rechazo a la "invasión maqueta" española, ni tampoco en los epígonos de la II Guerra Mundial, cuando el PNV creyó que los aliados derribarían a continuación el régimen franquista y avalarían la creación de un Estado independiente vasco, en correspondencia con los servicios prestados. Pero ahora, como entonces, el "péndulo patriótico" que Sabino Arana puso en marcha en 1896 ha vuelto a detenerse en su extremo soberanista y nadie sabe si volverá a oscilar en un futuro próximo, de la misma manera que nadie conoce tampoco el desenlace real de esta apuesta.

Porque lo que se deduce de las opiniones recabadas por este periódico es que la cuidadosa estrategia largamente diseñada por el Gobierno de Ibarretxe a lo largo de los últimos años se interrumpe en el momento del proceso en el que el lehendakari pueda enarbolar el apoyo plebiscitario a su proyecto y alzarse con la mayoría en el Parlamento de Vitoria. Entonces podrá oponer la "legitimidad vasca" a la "legalidad española" y obligarle al Estado a negociar. Es la etapa a cubrir en el año y medio próximo.

Nuevas elecciones

"Lo previsible es que el Gobierno de Madrid y las Cortes rechacen el plan, pero nosotros tenemos que seguir nuestro camino de una manera u otra. Habrá seguramente nuevas elecciones autonómicas que se convertirán en un plebiscito sobre el plan, y el Gobierno vasco que se forme contará entonces con una legitimidad enorme aunque el Estado español no se la reconozca. A partir de ahí, sólo podemos ganar, porque el Estado español deberá dar muchas explicaciones en el terreno internacional por no querer respetar la voluntad del pueblo vasco. Al final tendrá que aceptar un debate de igual a igual", sostiene Xabier Ormaza.

Si el invento funciona y no hay obstáculos mayores, el nacionalismo se deslizará decididamente por el tobogán soberanista, aunque este viejo partido guarda siempre los reflejos posibilistas. "Yo estoy por la independencia, pero, claro, depende de las circunstancias. ¿Qué circunstancias? Hombre, si España y Francia me ponen una alfombra para ir a Bruselas, digo que sí a la independencia mañana mismo, pero si me dicen que la economía se va a ir a pique o que van a llegar los tanques, entonces, claro, yo voto en contra", apunta un representante de la Administración vasca. "No nos hemos vuelto locos. Queremos ser soberanos como Francia o España, pero el plan Ibarretxe es un planteamiento de mínimos, no es un planteamiento secesionista", subraya Unai Grajales.

El futuro es, pues, un terreno ignoto, una incógnita sujeta a múltiples variables en función de la reacción del Estado, de la actitud de ETA, del grado de enfrentamiento y radicalización político, de la capacidad de las fuerzas no nacionalistas para convencer a la ciudadanía vasca. Lo que sí parece evidente, y la actualidad confirma a diario, es que el nacionalismo va a aplicarse con ahínco a la tarea de derruir la credibilidad del Estado y muy particularmente de la justicia, el gran obstáculo de la aventura soberanista. Ciertamente, ésa es una tarea imprescindible si se quiere conseguir que la mayoría de la población vasca termine por aceptar con naturalidad la política de desacato institucional y desobediencia civil, la práctica cotidiana del soberanismo de facto previsto en el programa.

En la catarata de declaraciones que agitan el nacionalismo vasco hay una palabra que se repite últimamente con especial énfasis. Es la palabra irreversible. La pronuncia, por supuesto, Batasuna, pero también EA y algunos dirigentes del PNV. "El proceso soberanista debe ser irreversible", subrayan, como si el lehendakari no hubiera ido ya demasiado lejos, como si a estas alturas tuviera todavía un terreno de fácil retroceso. El término irreversible marca la diferencia entre aquellos militantes del PNV que quieren ir rápidamente hasta el final, sin hacer ascos a la colaboración con Batasuna, y aquellos que, igualmente aferrados al péndulo, no descartan retóricamente, pese a las evidencias, que en caso de necesidad pueda darse un giro para alcanzar algún acuerdo circunstancial con los socialistas.

"Al contrario que Joseba Egibar, que se presenta como factótum de la unidad abertzale, yo no me veo gobernando con Batasuna", dice un cargo institucional. "Sinceramente", añade a renglón seguido, "espero que el proceso se detenga cuando obtengamos la mayoría absoluta y que el Gobierno de Madrid se avenga a negociar". La posición oficial del partido es que no puede haber alianza con Batasuna mientras esta formación no se despegue de ETA, pero aunque el asunto de la pacificación sobrevuele fantasmalmente el proceso, ése sigue sin ser el núcleo del proyecto soberanista. "No sabemos qué es lo que va a hacer ETA. El problema político no es ETA, es el propio nacionalismo vasco que surgió cuando a los vascos se nos introdujo con calzador en España en el siglo XIX", indica Unai Grajales, que, como otros jóvenes peneuvistas, tiene bien aprendida la particular versión de la pérdida foral. Así como ETA se erigió en su día en problema para poder exigir la solución interesada que pusiera término a sus propios desmanes, el nacionalismo institucional vasco crea hoy el conflicto para poder negociar desde una posición de fuerza.

El caso es que nadie en el PNV parece creer que este proceso conduzca al desastre. Como se sabe, la perspectiva del enfrentamiento más bien estimula a los amigos de las emociones fuertes que cuentan con que la piedra caerá, como siempre, en cabeza ajena, pero tampoco asusta en este caso a los posibilistas de buena conciencia que creen haber encontrado en Ibarretxe al exorcista ideal y al campeón electoral de la temporada.

"No habrá Código Penal que pueda parar a la sociedad vasca, que tiene la renta familiar más alta del Estado y dispone del mejor palacio de congresos del mundo", dijo el otro día, eufórico, el diputado general de Vizcaya, José Luis Bilbao. No todos, sin embargo, se sienten tan cómodos en el agrio enfrentamiento verbal desatado. "El plan hay que verlo como un proyecto negociable; es para ser debatido, no para ser impuesto", destaca, por su parte, la diputada del Congreso Margarita Uría, una persona de talante conciliador que será sustituida en los próximos comicios generales. Todos hacen abstracción de la ruptura unilateral de las reglas del juego, del temor a la marginación política y social que el plan suscita entre los vascos no nacionalistas, de la amenaza latente de ETA, del hecho, poco cuestionable, de que las cosas no habrían llegado hasta aquí y en estos términos si el terrorismo no hubiera marcado a sangre y fuego el proceso político vasco. Nadie habla de las consecuencias que acarrea el embarcar al conjunto del nacionalismo vasco en una travesía que parece condenada a la frustración.

Sindicatos separados

"Eso de la división social está por ver, yo no me lo creo", repiten, como si se tratara de temores gratuitos aventados con aviesas intenciones, como si ignoraran los efectos perversos de todo "choque de patrias", como si no supieran, por ejemplo, que el pasado día 22, en Arrasate (Mondragón), los sindicatos nacionalistas ELA-LAB y los estatales CC OO-UGT se manifestaron por separado para protestar por la muerte en accidente laboral de un trabajador de la construcción de origen marroquí. "¿El hecho de que nosotros no estemos perseguidos nos incapacita para plantear nuestro proyecto?", se pregunta Margarita Uría.

Pero la pregunta sigue siendo cómo es posible que un partido como el PNV se haya lanzado a la aventura sin que chirríen sus cuadernas internas. Una respuesta posible es que la doble faz del nacionalismo convive oportunistamente en gran parte de sus militantes. Otra es que al no haberse desprendido del dudoso legado sabiniano, ese partido ha seguido cultivando el antiespañolismo y mitificando una supuesta soberanía originaria asentada en unos "derechos históricos" inventados con anterioridad a la conquista de la democracia.

Aunque Margarita Uría y otros militantes ven una evolución positiva en el antiespañolismo congénito de su partido, hay detalles, y más que detalles, que permiten cuestionar esa creencia. En la nueva ponencia política que el PNV debe aprobar en enero se indica textualmente lo siguiente: "Pero los godos pasan y los vascos siguen. Así ha sido hasta ahora. Y no vamos a ser nosotros quienes, en una historia tan larga y tenaz de resistencia, vayamos a ceder ante el último godo". Ese párrafo, que fuentes del PNV atribuyen al puño y letra de Xabier Arzalluz, sucede a la expresión "Madrid ladra y rompe lo prometido cuando se siente fuerte". ¿Explica todo esto la incapacidad del PNV para hacer frente a la presión ideológica, política y social de ETA, su tormentosa relación amor-odio con el nacionalismo violento, su negativa a aceptar la condición vasca de cuerpo entero de los no nacionalistas y la significación política de las víctimas, su rechazo a extraer conclusiones políticas ante la depuración terrorista?

Se van de Euskadi

Porque el silencioso goteo de bajas prosigue invariable en la Euskadi presoberanista. Por prescripción policial, sin anuncios, ni despedidas, casi clandestinamente, una familia de cinco miembros acaba de abandonar su tierra. Haber combatido al franquismo y haber pagado con la cárcel, defender el euskera y la cultura vasca no contabilizan en el haber de ETA cuando el terrorismo se marca un objetivo. Así se obtiene el desistimiento que se persigue, así avanza la causa, así se labra el futuro vasco, cinco votos menos para cuando llegue el gran día. Se diría que el nacionalismo ha acabado por convertirse en rehén de sus propias contradicciones y que no ha encontrado más salida que la huida política hacia delante que ETA-Batasuna lleva proponiéndole desde hace cinco lustros.

Hay otras explicaciones, más pedestres, para esa unanimidad general que muestra el nacionalismo. "El poder es una argamasa muy potente y mi partido lleva 23 años ejerciéndolo ininterrumpidamente", apunta un militante crítico que reconoce

"la presión soberanista" desplegada por el tándem sindical ELA-LAB en los últimos tiempos. "Además", añade, "a estas alturas somos ya maestros del victimismo, aprovechamos muy bien los errores y la sobreactuación del PP para justificar decisiones adoptadas con anterioridad". A su juicio, la unanimidad que se exhibe es más aparente que real. "Hay mucha gente que no cree verdaderamente en el plan Ibarretxe, pero como tampoco cree en nada, no quiere aparecer como tibio y arriesgarse a que lo lapiden y le dejen sin trabajo. Todo el mundo maneja varias máscaras y múltiples tarjetas de visita, a utilizar según el interlocutor. Si perdemos el poder", dice, "nos quedaremos en chasis".

Por mucho juego que dé la invocación al bloqueo estatutario, argumento principal de la "reforma estatutaria" en curso; por grandes que sean los reproches al poder central en esta materia, tan legítimos como discutibles seguramente, lo que subyace en el plan de Ibarretxe es una cuestión de oportunidad y de temor a perder el poder acumulado en estas décadas. Tener que entregar ese poder a los españolistas actúa como coartada añadida que gana cuerpo en la medida en que se presenta a los partidos no nacionalistas, e implícitamente a sus votantes, desnaturalizados, despojados de su condición real de vascos.

Militantes del PNV, como Andoni Unzalu, críticos con la actual deriva de su partido, explican que la ruptura del marco estatutario empezó ya a fraguarse en los años noventa cuando el PNV comprobó con sorpresa que el conjunto del voto nacionalista decrecía progresivamente. "Hasta entonces estábamos convencidos de que la paulatina implantación del euskera y una buena gestión de la autonomía con Ardanza harían que la gran mayoría de la población se adhiriera natural y progresivamente al nacionalismo, pero entonces descubrimos que lo que nos habían dado los no nacionalistas con el estreno del estatuto no era exactamente un voto de confianza de por vida, sino un cheque de diez años que empezaba a caducar. Ahí empezaron los temores y los primeros movimientos, la búsqueda de acuerdos con Batasuna y ETA, el diseño de una estrategia de pacificación, la ruptura del pacto de Ajuria Enea y de la alianza gubernamental con los socialistas", señala Andoni Unzalu. Después de haber establecido en el pacto de Ajuria Enea que la violencia de ETA era "la manifestación más dramática de la intolerancia antidemocrática", el PNV regresó entonces a sus cuarteles de invierno para diagnosticar que el terrorismo vasco era "la expresión de un conflicto político irresuelto".

Como conclusión de ese debate interno, en el que el PNV proclamó que su propósito era "el logro de la soberanía del pueblo vasco, el ejercicio paulatino de su autodeterminación y la consecución de la unidad territorial", la dirección de ese partido anunció en enero de 1997 que estaba "dispuesta a arriesgar y moverse por la paz" y que trataría de conseguir este objetivo "por el camino más corto posible". Según Andoni Unzalu y otras fuentes nacionalistas, las gigantescas movilizaciones ciudadanas por Miguel Ángel Blanco (concejal del PP de Ermua secuestrado y asesinado por ETA en julio de ese mismo año) acrecentaron extraordinariamente esos temores y precipitaron los planes del PNV. De ahí vendría el acuerdo con ETA y el Pacto de Lizarra.

Con un constitucionalismo a la ofensiva, esos mismos temores impidieron que el nacionalismo extrajera las lecciones de la ruptura de la tregua de ETA. Y las dudas y los titubeos se esfumaron completamente en las autonómicas de 2001, en las que Ibarretxe mostró que la vía soberanista estaba jalonada por el éxito electoral. Permisiva y condescendiente con un nacionalismo que ha obtenido su centralidad gracias al ejercicio permanente del victimismo y a la existencia del mundo nucleado por ETA, buena parte de la sociedad vasca parece como sofronizada y permeable al discurso de Ibarretxe, que envuelve hábilmente su proyecto de ruptura en el celofán de las bellas palabras: "proyecto de convivencia", "diálogo", "reforma estatutaria", "relación amable con España".

Consumado intérprete de su propio personaje, el lehendakari llega al extremo de afirmar que el objetivo de su plan no es otro que el de "incrementar la felicidad de los vascos y vascas". Con todo, al día siguiente de participar en el acto de presentación del XXV aniversario de la Constitución, asistencia que fue presentada como un gesto de buena voluntad y una prueba de que no alberga intenciones rupturistas, tuvo el desliz de sincerarse ante testigos inoportunos en los siguientes términos: "Personalmente fue muy duro, pero fue una decisión política. Tenemos que mover sus posiciones y muy rápido; si no, es imposible. Tenemos que hacer así las cosas, si no lo tenemos difícil".

Provocaciones de Arzalluz

Durante muchos años, particularmente por boca de Arzalluz, el nacionalismo vasco ha seguido la táctica de provocar verbalmente al conjunto de España desde la impunidad política del que sabe que esos excesos le serán siempre perdonados en casa -"son cosas de Xabier", comentaban en el PNV ladeando la cabeza- y servirán para atraer a las fuerzas nacionalistas más radicales. Practicado también por otros nacionalismos, éste es un juego doblemente perverso en la medida en que, a la larga, consigue suscitar entre el resto de los habitantes del Estado una reacción de rechazo genérico hacia lo vasco que tiene, a su vez, el efecto de arropar y fortalecer el nacionalismo y de reducir el terreno de la oposición vasca al nacionalismo.

Algo de eso está pasando desde hace años y con eso cuentan no pocos dirigentes del PNV que se encuentran muy cómodos en esta pelea descarnada destinada a convencer a los vascos de que "como los españoles nos odian, no tenemos más alternativa que la separación". Si ésa es la táctica, la política nacionalista parece inspirada en un juego, como el del mus, basado en el engaño y el solapamiento, que permite el intercambio de señas cómplices con la pareja y que trata de inducir al contrario al error, simulando tener poco juego o unas cartas fantásticas. Pero esta vez, lo que hay sobre la mesa es un órdago a la grande.

Ibarretxe entrega los papeles del plan a Atutxa, presidente del Parlamento autonómico.
Ibarretxe entrega los papeles del plan a Atutxa, presidente del Parlamento autonómico.SANTOS CIRILO

Arzalluz pierde, a favor de Ibarretxe, los atributos del líder carismático

GANE O PIERDA en su apuesta sucesoria que le lleva a proponer a Joseba Egibar como sustituto o a prolongar su mandato, el presidente del PNV, Xabier Arzalluz, ha dejado ya de ser la omnipotente referencia del nacionalismo, aunque sus fieles y el conjunto del partido sigan profesándole cariño y agradecimiento por los servicios prestados. Consciente o inconscientemente, la militancia nacionalista y, particularmente, las nuevas generaciones emergentes en la esfera pública están despojándole de los atributos propios del líder carismático: la fortaleza, la convicción, la seducción, la intuición..., para transferírselos paulatinamente a Juan José Ibarretxe. La dialéctica provocadora, hosca, soberbia, inevitablemente tronante, del todavía presidente del PNV ha dejado de encandilar en un nacionalismo que, tras las elecciones autonómicas de 2001, sabe que guarda el poder gracias al estilo Ibarretxe. Al fin y al cabo, el lehendakari ya ha demostrado que su audacia es ilimitada y que puede ir tan lejos como el que más, gracias, precisamente, a sus formas conciliadoras, a su actitud bondadosa, beatífica incluso, que disipa muchas dudas, actúa de bálsamo eficaz en las malas conciencias y retiene a los satisfechos y bienpensantes. El estilo mirlo blanco, real o aparente, se impone decididamente en las altas esferas de representación. A ese modelo responde Josu Jon Imaz, actual portavoz del Gobierno vasco y candidato del aparato para sustituir a Xabier Arzalluz, y también su máximo aliado, el presidente de la poderosa ejecutiva del PNV de Vizcaya, Íñigo Urkullu.

De la trastienda del PNV, del aparato del partido, han surgido en los últimos tiempos decenas de burukides (dirigentes), perfectos desconocidos de la opinión pública, que están copando los cargos orgánicos y los puestos de máxima responsabilidad en el Gobierno y en el resto de las instituciones vascas. Los presidentes de las ejecutivas de Vizcaya, Guipúzcoa y Álava: Íñigo Urkullu, Juan Mari Juaristi, Iñaki Geranabarrena, y los diputados generales de Guipúzcoa, Joxe Joan González de Txábarri, y de Vizcaya, José Luis Bilbao, constituyen los elementos más destacados de ese nutrido grupo de consejeros, parlamentarios, alcaldes y concejales que, no sin resistencia, está desplazando a la vieja guardia del partido. Es la generación Ibarretxe, pero también la generación posterior a la del lehendakari, jóvenes y ya no tan jóvenes encuadrados desde la adolescencia en las juventudes del partido (EGI) que nacieron políticamente con el Estatuto en marcha y que no han mamado más doctrina que la destilada orgánicamente dentro de un PNV hegemónico, dominador, dueño y señor de Euskadi.

La profesión de un independentismo sin complejos, el desprecio hacia la autonomía, el ansia de poder y, generalmente, la nula experiencia profesional en la empresa privada -llevan casi toda su vida laboral rotando en puestos de la Administración vasca- constituyen algunos de los rasgos característicos de este relevo generacional que debe culminar a finales de enero con la renovación del EBB, el órgano de la dirección del partido. En estos momentos de refriega interna no faltan quienes les presentan como auténticos aparatchick, gentes temibles, sin verdadera formación, pero atribuirles la ruptura con la tradición pactista del PNV y un marcado complejo respecto al mundo de Batasuna puede resultar excesivo si se tiene en cuenta que este colectivo no deja de ser heterogéneo y que el golpe pendular del nacionalismo ha sido dirigido por los anteriores dirigentes del partido. Aunque procede igualmente de EGI y su edad, 44 años, le equipara con las nuevas generaciones, el portavoz del PNV y delfín de Arzalluz, Joseba Egibar, es un caso diferente porque tomó las riendas de su partido en Guipúzcoa ya en 1987, cuando la escisión de EA dejó a la organización peneuvista en esta provincia reducida a la mínima expresión.

El decálogo ideológico de estas nuevas generaciones está hecho de la convicción de que el soberanismo originario del pueblo vasco es incuestionable y que español y vasco son condiciones completamente antitéticas. Así, los dirigentes del PSE-EE y del PP vasco son tachados con gran soltura de "nacionalistas españoles", desde la idea de que "todo el mundo es, en realidad, nacionalista". España no les ofrece nada interesante, pese a que más de uno niega ser antiespañol y, como ejemplo, cita sus excursiones turísticas por el resto de España. Aunque la pregunta de si se sienten explotados económicamente por España no recoge forzosamente una respuesta rotundamente afirmativa, están convencidos de que tampoco en ese terreno seguir perteneciendo al Estado español les aporta algo positivo. El desafecto hacia la autonomía se agiganta cuando hablan de la democracia española. En línea con las manifestaciones de sus líderes, Xabier Arzalluz particularmente, dudan seriamente de que exista incluso una verdadera democracia en España. A su juicio, la sociedad vasca es, naturalmente, más tolerante que la española, y, por supuesto, la Euskadi independiente con la que sueñan será un ejemplo para el mundo, también en lo que se refiere a los derechos humanos. Dicen compartir con Batasuna la idea de país, pero que les separa radicalmente la violencia, aunque, claro, con las agresiones históricas y presentes del Estado español, ellos, los nacionalistas no violentos, se encuentran atrapados. Descalifican rotundamente a movimientos como Basta Ya o el Foro Ermua -"son instrumentos del PP", dicen, dando pábulo a la propaganda oficial-, pero admiten a Gesto por la Paz como aglutinante del testimonio humanitario de solidaridad con las víctimas. Creen a pie juntillas en la existencia de torturas y muchos de ellos no excluyen tampoco de esas prácticas a la Ertzaintza. "No me gustan las policías", dice más de uno. Seguir, seguir adelante, sin perder el poder. Ése es también su lema.

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