El Papa revolucionario conservador
Hace veinticinco años, el pueblo polaco se sorprendió por la elección como Papa de su compatriota, el cardenal Karol Wojtyla de Cracovia. Algunos se asustaron, otros lloraron de alegría. Éste, dijo un escritor prominente, era "el segundo bautismo de Polonia". Pero incluso en nuestra euforia, nunca nos imaginamos cuánto habría de cambiar el Papa no sólo a Polonia, sino al mundo.
En su primera visita a su país de origen poco después, el mundo pudo ver el poder del nuevo Papa. La policía comunista desapareció de las calles principales de Varsovia, que sin embargo se convirtieron en modelos de orden. Después de décadas de impotencia, los polacos recuperaron de golpe su capacidad de autodeterminación. Al decir en voz alta que "no puede haber una Europa justa sin una Polonia independiente en su mapa", el Papa de hecho barrió con el injusto acuerdo de posguerra que había sometido a Polonia al poder soviético.
Después, en Auschwitz, el Papa dijo: "Hablo en nombre de todos aquellos cuyos derechos no se reconocen y se violan en cualquier lugar del mundo; hablo porque la verdad me obliga, nos obliga a todos". En ese lugar, ese Gólgota de los tiempos modernos, hizo un llamamiento a los polacos, quienes recordaban a sus seres queridos muertos en las cámaras de gas de Auschwitz, así como a los que se congelaron en los campos de concentración de Siberia, a formar una hermandad dedicada a la lucha contra el odio y la venganza, incluso cuando éstos se justificaran.
Algunos ven en el Papa a la persona responsable de un renacimiento religioso; otros ven a un hombre de paz. Algunos ven a un defensor de los pobres; otros, a un crítico de la teología de la liberación. Para el pueblo de Polonia, Juan Pablo II, al hacer de los derechos humanos el tema central de sus enseñanzas, será siempre el hombre que nos dio valor y esperanza, y que restableció nuestra identidad histórica.
En efecto, la característica central de la primera década del papado de Karol Wojtyla fue su lucha contra de la dictadura (de la dictadura comunista en particular). La estrategia formulada por el Papa para la Iglesia católica y su capacidad para movilizar a millones de creyentes tras su causa, significó que nadie podrá repetir jamás la pregunta de Stalin: "¿Cuántas divisiones tiene el Papa?". Juan Pablo II demostró que la fuerza moral era un arma lo suficientemente poderosa para deshacer la división del mundo que se hizo en Yalta.
Tal vez debido en parte a su firme postura anticomunista, se tacha a la Iglesia polaca y a Juan Pablo II de "conservadores". La acusación busca sugerir que la Iglesia no puede vivir cómodamente con una democracia pluralista. Ciertamente, en su lucha contra el comunismo la Iglesia polaca fue, en efecto, conservadora (¡Gracias a Dios!) Fue conservadora en su fidelidad absoluta a los valores evangélicos, a la verdad de la fe, a su identidad histórica. La Iglesia fue un reproche viviente para el sistema del ateísmo oficial y de la falsedad legalizada.
Sin embargo, después del comunismo, el problema a que se enfrentan actualmente Juan Pablo II y su Iglesia es éste: ¿en qué idioma se pueden articular los valores evangélicos en un mundo donde el mal no está encarnado en un sistema político, sino difuso en las almas individuales? ¿Cuál es el mensaje del Papa para el mundo poscomunista que él ayudó a crear?
Sin duda, Juan Pablo II mantiene su distancia de las ideas económicas liberales y del Estado liberal, al que frecuentemente acusa de permisividad y relativismo moral. En los pronunciamientos del Papa, a menudo hay una crítica al individualismo en nombre de los valores colectivos. Él considera las fallas del liberalismo como particularmente perniciosas en los países poscomunistas. Le parece que la economía de mercado, a pesar de sus logros prácticos, con frecuencia carece de corazón y de un rostro humano. Ve al mercado como favorecedor del espíritu empresarial por encima de la solidaridad humana.
Así, Juan Pablo II no es entusiasta de la civilización occidental moderna, divorciada del mundo de los valores, y opone a ella la sensibilidad moral de sociedades con recuerdos recientes de décadas de dictadura. Al igual que Alexandr Solzhenitsin, el Papa tiende a creer que fue sobre todo en la resistencia al totalitarismo cuando el hombre se hizo verdaderamente libre y preservó los valores fundamentales de la civilización.
Yo confieso que veo la herencia del comunismo de manera más escéptica. La presión del totalitarismo, en efecto, formó a gente excepcional como Juan Pablo II y Alexandr Solzhenitsin, gente para la que la fe religiosa convirtió en libertad la falsedad y la soledad. Pero hizo lo mismo con Andréi Sájarov y Vaclav Havel, quienes defendieron sus valores supremos en referencia al humanismo laico y con su lenguaje.
Sin embargo, para la mayoría de la gente, la vida bajo una dictadura totalitaria no fue ennoblecedora; más bien, fue una inmersión diaria en mentiras, depravación espiritual y corrupción material. Por ello, las sociedades poscomunistas no muestran ninguna nobleza o desinterés que contrasten seriamente con Occidente. La derrota del comunismo dejó un enorme agujero negro en las almas de las comunidades, que ahora se está llenando con nacionalismo, prejuicios y el consumismo occidental.
Pero la intuición básica de Juan Pablo II es correcta: el mundo poscomunista (Oriente y Occidente) está en una crisis espiritual, y el Papa quiere sacudirlo para que tome conciencia de la importancia de valores más elevados. En efecto, con sus palabras y su ejemplo, el Papa perturba al mundo, que quiere vivir con riquezas y comodidades; él nos recuerda que también debemos vivir con dignidad.
Al fin de cuentas, Juan Pablo II no encaja en ninguna categoría y a menudo representa un encuentro entre opuestos: rechazo a pactar y ecumenismo; dureza y calor; apertura intelectual e insistencia en la ortodoxia teológica. Es un conservador que ama la libertad y un "pacifista" que condena la injusticia, pero que nos recuerda que la piedad es más importante que la justicia. En esto personifica la paradoja que es el cristianismo: principios inquebrantables y duraderos unidos por el entendimiento y la tolerancia.
Veinticinco años después de que Juan Pablo II saliera de Polonia hacia Roma, nosotros los polacos seguimos agradecidos a él por habernos ayudado a recobrar nuestra libertad. Es bueno que Juan Pablo II esté entre nosotros. Un mundo en el que todo cambia necesita un guardián de lo que permanece igual.
© Project Syndicate, 2003.
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