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Entrevista:Cecilia Bartoli | 'Mezzosoprano'

"El divismo debe ser riesgo y experimentación"

Jesús Ruiz Mantilla

Que llegaría a ser un terremoto lo dejó claro a base de taconeo en su adolescencia. Iba para bailaora de flamenco en Roma, pero a Cecilia Bartoli se le cruzaron otras músicas por medio y se convirtió en cantante de ópera. Hoy, con 37 años, ve aquello como un sueño algo loco de adolescencia y lo reconoce un poco ruborizada, pero con unos ojos que delatan la duda de lo que hubiera sido su vida si se hubiese decidido a seguir ese camino. "Yo adoraba bailar flamenco, tenía talento para ello, lo hice durante varios años en un grupo semiprofesional, pero lo dejé", afirma.

Menos mal, porque de haberse empeñado hoy no contaríamos con la carrera de una intérprete que ha dado bríos casi salvajes e indómitos a compositores como Mozart y Rossini. Pasa por ser la mejor mezzosoprano en esas lides, pero además es una superventas que inventa productos exquisitos como aquella recuperación que hizo del Vivaldi operístico con un disco que ganó un Grammy y vendió 600.000 copias. Son las que, por lo menos, espera conseguir también ahora con otra resurrección en la que ha puesto mucho empeño: la de Antonio Salieri, el compositor que ha pasado a la historia por ser el delirante envidioso del talento de Mozart y a quien Bartoli defiende a capa y espada, primero, cantando en este nuevo disco, The Salieri album, y, después, respondiendo a lo que se le pregunta sobre uno de los músicos más ninguneados y despreciados del planeta.

"Fue el filme 'Amadeus' el que consiguió que todo el mundo despreciara a Salieri"

"¿Cómo alguien que fue alumno de Gluck -otro compositor del que Bartoli grabó otro disco que también se llevó un Grammy-, que llegó a Viena con 13 años, se convirtió en músico de cámara del rey y fue maestro de Beethoven, Schubert y Liszt puede ser malo?", se pregunta la cantante en un salón del National Concert Hall de Dublín, donde actuó la pasada semana y aprovechó, de paso, para promocionar su disco.

Ella misma se responde: "Fue esta película de Milos Forman, Amadeus, que tuvo tanto éxito, la que ha conseguido que todo el mundo le desprecie. Nadie le ha escuchado desde entonces. ¿Cómo lo podemos juzgar así?". Por lo que dice, podría parecer medio indignada, exaltada, dolida. Pero no, Bartoli lo suelta con sonrisa ancha, apoyando las manos en las rodillas, subiendo las cejas y abriendo esos ojos negros de chica lista y avispada que quiere huir de los tópicos del divismo con una frescura más propia de una camarera de trattoria del Trastévere, que de una megaestrella de la ópera, que lo es en realidad.

Diva es una palabra que ella acepta con resignación. Porque lo es, en el buen sentido, en el sentido moderno, el de aquellas artistas que tienen el don pero buscan nuevos caminos, nuevas formas de salida al mundo clásico; que prefieren futuro renovado frente a caprichos; esfuerzo y ejemplo contra exigencias. "Diva es una palabra que no me sienta bien. Yo creo en el trabajo en equipo", dice. "Cuando pienso en su significado, veo un doble sentido, el malo o el del ejemplo de Maria Callas, que también fue pionera en la recuperación de todo el belcantismo, de Bellini y Donizetti, sobre todo. Eso es lo que me gusta, así entiendo yo el divismo. Así, con un sentido de la experimentación y del riesgo", dice. Luego escucha callada el relato de cómo su colega Angela Gheorghiu salió de mala manera del Teatro Real, donde iba a cantar La traviata y no lo hizo porque no se le aceptaron sus demandas, y ríe sin querer contestar.

Demuestra lo que busca a su manera en este trabajo constante que hace de recuperación del barroco. No lo lleva a cabo sola, se mete a investigar en archivos reales y en bibliotecas junto a musicólogos para recuperar joyas como estas piezas de Salieri, que ha grabado con la orquesta Age of Enlightment, igual que los anteriores trabajos de Gluck y Vivaldi los grabó con otras formaciones barrocas de referencia como la Akademie fur Alte Musik o Il Giardino Armonico. "¿Sabe que Salieri compuso más de cuarenta óperas y que hoy prácticamente no se representa ninguna? ¿Sabe que colaboró con los mejores libretistas de su época, incluido Lorenzo da Ponte?", sigue aleccionando para que al interlocutor se le abra el apetito justo con el que degustar a un artista contra el que la historia ha sacado su artillería.

"No lo entiendo, de verdad que no. Si se escucha hoy con atención lo que hizo, se comprueba que Salieri fue un músico importantísimo, que tendió un puente entre el barroco y el clasicismo. De hecho, pudo ser testigo de ese cambio, porque él, que había nacido en Italia en 1750, murió en 1825, cuando ya se entraba en el primer romanticismo", dice Bartoli.

No cabe duda de que ella es entusiasta de lo que hace. Lógico. Su trabajo le cuesta, y no se lo ponen en bandeja. Prepara sus discos barrocos con mimo. Tras la investigación, prueba, elige con cuidado las arias que mejor casan con su estilo. Cuando las tiene escogidas las suelta con toda la fuerza de sus cualidades, les echa los colores más atrevidos de su voz, les arranca todas sus posibilidades, se exhibe con descaro, se atreve, se arriesga, prueba y se luce. "Disfruto cantando estas obras del barroco por el cuidado que ponían en la palabra. Los textos son auténtica poesía frente a las cosas que vienen después, cuando no se ponía tanto cuidado en los mensajes. Además, elijo mi repertorio con cuidado. Todo no se puede cantar, pero lo que puedo hacer bien lo hago con todas sus consecuencias".

Así, apostando con mucho cuidado, nadie le hace sombra por donde pisa. Graba un disco cada dos o tres años. Y sólo prepara una ópera por temporada y generalmente con títulos poco trillados. Además de haber hecho como nadie a Mozart y Rossini, le interesan Händel, a quien va a explorar más, junto con Monteverdi, o las óperas de Haydn, que se prodigan tan poco. Además presume de escuchar a sus maestros, como Nikolaus Harnoncourt, que le metió el gusto barroco en el cuerpo, y, sobre todo, Daniel Barenboim: "Ha sido muy importante en mi vida. Le conocí con 20 años y me enseñó lo importante que es cuidar el instrumento de la voz, cómo tener cuidado con él y aprender a que no debe ir por libre, sino en un diálogo continuo con la música que lo acompaña".

No quiere ser esclava de una profesión agotadora. Le gusta vivir y viajar despacio. "No hago más de 50 actuaciones al año, entre óperas, conciertos, recitales de lieder", dice. "Me tomo mi tiempo para llegar a los sitios. Aquí, a Dublín, he venido en barco, lo mismo que a Estados Unidos voy en barco. Sólo así soy consciente de la distancia que separa Europa de América. Yo la conozco. Quien va en avión, no. ¿En ocho horas se puede saber la distancia que nos separa? ¡Es imposible!".

Además sueña con una carrera larga y cree que ésa es la clave. "¿Por qué los cantantes antes tenían carreras de 30, 40 años? Porque vivían con la medida justa del tiempo. En equilibrio con el espacio y el tiempo. Ahora con prisas no se puede lograr ese objetivo. Además, ¿por qué cantamos? Por placer, ¿no? La música es el bálsamo de nuestras vidas, no el sufrimiento". Si no lo hace en barco, prefiere el tren, y por Europa lo utiliza cuando se desplaza desde sus casas en Italia y Zúrich a los lugares donde actúa. "Tengo que ir a España. Hace mucho que no voy. Puedo ir en barco desde Génova, ¿no?", pregunta.

Cecilia Bartoli.
Cecilia Bartoli.ASSOCIATED PRESS
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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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