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Viene criatura

Fernando Savater

No: rotundamente, no creo que La pelota vasca de Julio Medem tenga como objetivo oculto ni siquiera como efecto involuntario la justificación del terrorismo etarra en el día de hoy. Por el contrario, la obcecación de los que siguen insistiendo en la lucha armada queda puesta en evidencia en el documental. Se han pasado de rosca, son reos del pasado. Los otros males insistentemente denunciados son las torturas y excesos de las fuerzas de seguridad del Estado y la línea política del PP. Coincide así el planteamiento ideológico del director (que lo tiene y bastante obvio: lo de la "mirada limpia" queda para la publicidad) con el pensamiento dominante en el País Vasco gobernado por los nacionalistas con ayuda de IU. Algunas realidades que, desde esta óptica, resultan incómodas para el PNV son evitadas: por ejemplo, la nómina de guardias civiles y policías nacionales asesinados (las torturas son probables, los sacrificios humanos irrefutables), el espectacular ascenso en votos del PP en Euskadi (en los últimos veinte años, de fuerza casi marginal a segunda del país), el punto de inflexión que representó el asesinato de Miguel Ángel Blanco en cuanto a reacción popular, las manifestaciones multitudinarias organizadas por ¡Basta Ya! a favor del Estatuto y la Constitución o contra el nacionalismo obligatorio, etcétera. En el documental aparece como única ilustración sobre la enseñanza en el País Vasco una escena franquista de maestro castigando a los niños que hablan en euskera pero ningún testimonio de otros atropellos educativos más cercanos del "florido pensil" euskaldún actual. Tampoco se recaba la opinión ni se levanta acta de los múltiples exilados por razones de fuerza mayor en los últimos años. Y no deja de ser curioso que, salvo Mariano Ferrer, los periodistas que aparecen en pantalla viven todos fuera del País Vasco (el testimonio de Arantxa Urretavizcaya, entrevistada para la filmación, no fue conservado en el montaje final).

En cualquier caso, se trata de una opción del director y que como tal debe ser tomada. A uno pueden gustarle poco las abundantes ilustraciones rurales y etnicistas, que reeditan la línea de la clásica Ama Lur y más atrás la estética de las demostraciones sindicales franquistas del Primero de Mayo (la mayoría de nuestros nacionalismos parecen ser la "rebelión en la granja" de aquellos coros y danzas), pero no se le puede negar a Medem su derecho a tal enfoque y su habilidad para llevarlo plásticamente a buen término. En cuanto a las entrevistas propiamente dichas, hay alguna revelación sublime como la de Arnaldo Otegi, según el cual la vida se hará insoportablemente aburrida el día que los niños de Beasain coman hamburguesas, hablen inglés y estén conectados a Internet en lugar de contemplar las montañas. ¡Vaya por Dios! Creíamos que luchaban contra España por su opresión imperialista y ahora resulta que la toman por la culpable de la modernidad. Hace poco me contaba Amando de Miguel que uno de los gritos de los primeros carlistas era "¡Abajo las patatas!". Por lo visto consideraban a este tubérculo ultramarino una amenaza foránea para la dieta autóctona y racial. Hemos pasado de las patatas a Internet, pero el espíritu abierto e ilustrado del etnicismo vasco sigue siendo el mismo...

Y ello nos lleva al viejo problema del "diálogo", que tanto continúa preocupando a Medem y a muchos de sus entrevistados. Que el diálogo es cosa muy buena resulta ya algo comúnmente aceptado, en lo que se basan por ejemplo los parlamentos democráticos. Y en el País Vasco se ha practicado mucho desde la época de la transición a todos los niveles, hasta que se empezó a asesinar o amenazar de muerte a los dialogantes que no daban la razón a los nacionalistas. Eso enfrió un tanto los entusiasmos de primera hora, hay que reconocerlo. De tales ex dialogantes se ocupó, por ejemplo, José Antonio Zorrilla en su documental Los justos, que entrevista a numerosos amenazados, víctimas del terrorismo, empresarios, periodistas, exilados, profesores que ya no profesan, etcétera. Alguno de sus entrevistados, como Joseba Pagaza, hablaron por última vez ante su cámara antes de ser asesinados. La ETB y las demás televisiones nacionales (a excepción de Vía Digital, que pasó el documental en su canal de pago a una hora algo remota) mostraron nulo interés por este documento, mucho menos desde luego que por el de Medem. Tampoco alcanzó mayor notoriedad Sin libertad, de Iñaki Arteta, cortometraje premiado en Nueva York y en Hollywood pero que sólo aportó a su realizador pasar de trabajar en la Diputación de Vizcaya a cobrar el paro. Y ni siquiera ha tenido la suerte de que se solidarizasen con él los habituales "abajo firmantes" que tanto se preocupan por el indoloro linchamiento de Julio Medem.

De modo que el diálogo en Euskadi es cosa difícil y no sólo por culpa del intratable Aznar. Realmente, La pelota vasca constituye un alegato más bien en contra del diálogo que a favor, por lo inútil que evidentemente resulta yuxtaponer opiniones contradictorias mientras se mantiene como telón de fondo una realidad que por lo visto es inmune a cualquier transformación política o social. Porque las opiniones sencillamente no bastan. Por ejemplo, cuando salen a escena en el documental cuatro o cinco historiadores hablando de si hubo alguna vez tal cosa como un Estado vasco, para uno nunca existió, el siguiente cree que duró treinta años, otro dice que cuatro siglos y así. Si sobre cuestiones de hecho y del pasado reina esta concordancia, imaginemos lo que sucederá cuando se intenta interpretar políticamente la situación presente... Las palabras mismas no parecen significar lo mismo para todos: Sádaba considera "ultranacionalismo" que en la Constitución Española se parta de la unidad de España, como si hubiera constituciones que preconizasen la disgregación de lo que van a constituir. Y, ya fuera del documental, el lehendakari Ibarretxe asegura que no es un "trágala" ese plan que propone y está dispuesto a sacar adelante digan lo que digan las Cortes, los tribunales, la Constitución y quien se le oponga. Los que se hacen los mártires por la que les cae encima cuando hablan de "diálogo" deberían aclarar si es también diálogo llevar la contraria al nacionalismo y no sólo darles la razón: porque hasta el momento en Euskadi sólo es "dialogante" quien acepta el esquema básico peneuvista y proclama que hasta de los abusos del Gobierno autonómico tiene la culpa el autoritarismo centralista. "Dialogar" no creo que sea repetir por enésima vez lo del choque de trenes entre el nacionalismo vasco y lo que Sádaba considera "ultranacionalismo" constitucional: pero si ésa es la disposición dialogante, entonces tienen razón quienes aseguran que algunos no queremos dialogar.Ahora, según nos anuncia Arzalluz metido a comadrona, se nos viene encima una criatura, engendrada por los dogmas sabinianos y la violencia etarra. Una criatura que lleva mucho tiempo gestándose (aunque los que avisamos del embarazo fuimos acusados en su día de crispar) y que se nutre de la invulnerabilidad y prepotencia con que se han movido siempre los nacionalistas: en el fondo, el plan Ibarretxe no pretende más que convertir en derecho lo que de hecho se lleva practicando ya más o menos en el País Vasco desde hace mucho, ante la indiferencia, la ceguera o la complicidad de quienes podrían haberlo evitado a tiempo. Ahora ya se habla de "frente nacionalista" con toda tranquilidad, mientras que aun ayer los "frentistas" éramos quienes pretendíamos que al menos hubiese acuerdo entre los no nacionalistas para defender la Constitución y las instituciones estatales, no sólo para condenar la violencia. En fin, de nada vale llorar sobre el pasado y la leche que empezó a derramarse hace tanto, en los tiempos complacientes que hoy algunos echan de menos, cuando los nacionalistas se limitaban a hacer lo que les daba la gana pero sin pretender convertir todavía su real gana en ley explícita para todos. La pregunta es ¿qué vamos a hacer ahora ante la criatura? Porque no sabemos si será niño o niña, ni si querrá más a su aita o a su ama, pero lo único seguro es que sus primeras palabras volverán a ser las de siempre: "¡Abajo las patatas!".

Fernando Savater es catedrático de Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid.

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