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PREMIO NOBEL DE LITERATURA 2003
Columna
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Decencia

El Premio Nobel, tantas veces cuestionado por su pomposidad, por su obcecación o por su arbitrariedad, no deja de dar -y en ello funda y afianza su crédito- oportunas lecciones de autoridad y de perspicacia. El hecho de que haya distinguido, casi consecutivamente, a dos narradores como V. S. Naipaul y J. M. Coetzee, escritores los dos en lengua inglesa, supone el tácito reconocimiento de un hecho evidente: la hegemonía indiscutible de la que goza en el mundo entero la literatura escrita en esta lengua. Pero supone además el reconocimiento de un hecho más significativo, que apunta a las fronteras de lo anterior: el hecho de que entre las más originales y vigorosas aportaciones de esa literatura se cuentan las que proceden de las ruinas del viejo Imperio colonial Británico, donde en la actualidad se perciben con su máxima agudeza las tensiones y los conflictos que la cultura metropolitana exportó a todo el planeta, tensiones y conflictos que -conviene aquí subrayarlos- determinaron el florecimiento de la novela en cuanto género.

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El Nobel premia la implacable honradez de Coetzee

No es casualidad que de nuevo sea una ex colonia británica el lugar de origen de un premio Nobel. Como no es casualidad que ese lugar de origen sea, una vez más, Suráfrica. Tampoco es casualidad que Suráfrica y su realidad violentísima sean el escenario principal de buena parte de las novelas de Coetzee. Todo redunda en el hecho incuestionable de que esa compleja y delicada herramienta de análisis y de conocimiento que es la novela actúa más eficazmente allí donde una inteligencia de rango superior se aplica a observar los rasgos de una realidad convulsa. Tal es el caso de Coetzee, que ha conseguido convertir Suráfrica en escenario ejemplar -atrozmente ejemplar- en el que la dignidad humana juega en desventaja su partida contra esta época.

"Siempre luché por el honor, por un honor íntimo", oímos decir a la narradora de La edad de hierro, "y usé la vergüenza como guía. Mientras me sintiera avergonzada sabía que no me había perdido en el deshonor. Para eso servía la vergüenza: era una piedra de toque, era algo que nunca te fallaba... Por lo demás, yo me mantenía a una distancia decente de mi vergüenza. No me revolcaba en ella. La vergüenza nunca se convirtió en un placer vergonzoso. Nunca dejaba de roerme. No me enorgullecía de ella, me avergonzaba de ella...".

Palabras éstas que sirven muy bien para destacar el acorde fundamental que el lector obtiene de la poderosa vibración moral que emite cualquiera de las novelas de Coetzee y que ha sido determinante, sin duda, de la distinción que acaba de recibir.

Característico de todas las novelas de Coetzee es precisamente esa dignidad que a sus personajes les proporciona su propio sentimiento de vergüenza. Característico del arte novelístico de Coetzee, por otra parte, es la forma en que él mismo, en cuanto narrador, se mantiene a una "distancia decente" de esa vergüenza, su resistencia -tan impropia de estos tiempos- a revolcarse en ella.

"Decencia" es una palabra clave -por rigurosa, por extemporánea- para describir la literatura de

Coetzee. Otra palabra clave, igualmente antipática, sería "frugalidad". En un pasaje del ejemplar relato autobiográfico que constituyen, hasta el momento Infancia y Juventud, Coetzee confiesa su instintivo horror a todo derramamiento de emoción y dice admirar esa "actitud de lacónica decencia elemental" que entretanto ha terminado por constituir el rasgo sobresaliente de la escritura de Coetzee, cada vez más reacia a toda palabrería.

Importa destacar, con todo, que es éste un rasgo trabajosamente logrado, por cuanto se destaca progresivamente -y no es el menor espectáculo que brinda su recorrido- de una a otra de las novelas de Coetzee. En este sentido se señaló en su momento cómo entre las primeras y las últimas novelas de Coetzee se va tensando lo que vale considerar tanto una épica como una ética del despojamiento. Épica y ética del despojamiento que se va abriendo paso a través de un estilo cada vez más desnudo, más tajante, más -dicho sea en el mejor y más piadoso de los sentidos- "franciscano".

Portadas de varios libros de J.M. Coetzee.
Portadas de varios libros de J.M. Coetzee.REUTERS

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