La venganza póstuma del doctor Kelly
La investigación sobre el suicidio del científico ha puesto al descubierto las manipulaciones del Gobierno británico sobre Irak y ha erosionado gravemente la popularidad de Blair
Distraído, abatido, como un hombre con el corazón destrozado -según diría más tarde su mujer-, David Kelly salió de su casa a las tres de la tarde del 17 de julio y fue a dar un paseo bajo la lluvia. Se cruzó con una vecina, charló brevemente con ella, dijo "adiós, nos veremos" y siguió andando, adentrándose en los bosques que rodeaban su casa en el condado de Oxfordshire. En un lugar apartado debajo de un árbol, uno de esos sitios en los que quedan los enamorados, abrió una botella de Evian y se tragó nueve analgésicos. Se sentó al pie del árbol, se quitó el reloj y se hizo un pequeño corte en la muñeca izquierda con un cuchillo de jardinero. Pero no brotó sangre. Lo intentó una segunda vez, con el mismo efecto; como si temiera al dolor, o quizás no estuviera todavía totalmente convencido de la medida que había decidido tomar. En el quinto intento no titubeó y se seccionó del todo una arteria. Bebió uno o dos tragos más de agua mineral mientras se desangraba suavemente hasta morir.
La comisión Hutton ha sometido a las personas más poderosas del país a duros interrogatorios
Es como una novela de Agatha Christie en la que todos los sospechosos matan a la víctima
Blair se ahorcó con su propia cuerda; nunca ha estado tan mal valorado como ahora
Éste, u otro muy parecido, es el relato que ofrecerá lord Hutton -basándose en el testimonio de familiares, amigos, policías y patólogos- de los últimos momentos en la vida de un hombre cuyo destino ha sido, una vez muerto, aplastar la credibilidad del primer ministro británico, Tony Blair; un hombre que, en un acto de venganza póstuma que nunca habría podido imaginar, ha revelado lo engañosos que fueron los intentos del Gobierno británico de convencer al mundo de que la guerra contra Irak era necesaria, cuando -como han indicado las pruebas presentadas ante la comisión Hutton- fue una guerra de elección.
La comisión investigadora de lord Hutton sobre "las circunstancias que rodearon la muerte del doctor David Kelly" concluyó el jueves, después de reunirse durante 23 días llenos de acontecimientos dramáticos. Cuando se abrió el proceso público, a iniciativa de Blair, el 1 de agosto, la pregunta general era hasta dónde se extendería la definición de la palabra "circunstancias" para el juez. Respuesta: mucho más de lo que se podía pensar. En lo que ha resultado ser una extraordinaria confesión colectiva del Gobierno, la investigación de Hutton ha hecho públicas más de mil páginas de documentos anteriormente confidenciales y ha sometido a las personas más poderosas del país -sin excluir al primer ministro- a duros interrogatorios.
En última instancia, la comisión Hutton trabajó en tres planos, con tres procesos paralelos. Éstos fueron, en orden ascendente de importancia política, la indagación sobre la muerte del principal experto británico en armas de destrucción masiva, el feroz antagonismo del Gobierno británico respecto a la BBC y la historia oculta detrás de los argumentos del Gobierno británico para ir a la guerra en Irak.
El escenario del drama más cautivador en su género desde las sesiones del escándalo Watergate en EE UU era una habitación austeramente amueblada, con el ronroneo de los ordenadores portátiles y las pantallas planas LCD, en las entrañas del vasto edificio victoriano de ladrillo que son los Reales Tribunales de Justicia, en el centro de Londres. Hutton -con la imagen hollywoodiana de un juez lord británico, de aire alto y encorvado y maneras bruscas pero corteses- estaba sentado en un estrado elevado e intervenía periódicamente con sus preguntas, mientras un abogado de la comisión y los abogados del Gobierno, la BBC y la familia Kelly interrogaban a los testigos.
Cuando el juez presente su informe definitivo, tal como se prevé, el próximo mes, el público británico no se asombrará si resulta ampliamente repartida la culpa por las presiones acumuladas que indujeron a Kelly -un veterano que había hecho 36 inspecciones de armas en Irak- a quitarse la vida. Será como la novela de Agatha Christie en la que, al final, el detective Hercules Poirot reúne a todos los sospechosos en una habitación y demuestra que todos habían matado a la víctima, que cada uno de ellos había intruducido un puñal en su cuerpo. El 10 de Downing Street [residencia del primer ministro], el Ministerio de Defensa, el Comité Conjunto de Información, el Comité Selecto de Asuntos Exteriores y la [radiotelevisión estatal] BBC y otros medios unieron sus fuerzas, sin saberlo, para desencadenar una reacción fatal en un hombre demasiado débil para soportar las duras miradas del escrutinio público.
Si Kelly estuviera aún vivo, se estaría preparando para el feliz acontecimiento de la boda de su hija, prevista desde antes de su muerte para octubre. Tal vez la misma fragilidad de su ego que le hizo suicidarse es la que le empujaba a alimentar su vanidad con declaraciones compulsivas a periodistas. Unos periodistas (en sus documentos figuraban 27 nombres) que, en la mayoría de los casos, no eran amigos personales, pero a los que a veces confió informaciones y opiniones que violaban las normas de confidencialidad de su trabajo en el Ministerio de Defensa.
Uno de esos periodistas fue Andrew Gilligan, de la BBC, con quien Kelly se entrevistó en un hotel de Londres el 22 de mayo. Una semana más tarde, Gilligan pronunciaba las palabras que sacudirían al mundo. A las 6.07, en el programa de radio Today, mencionó a una fuente bien situada que le había dicho que a un informe del Gobierno publicado en septiembre de 2002, el que exponía las pruebas para ir a la guerra contra Sadam Husein, lo habían sexed up -hecho "más sexy", según su famosa expresión-. En un artículo de periódico aparecido días después, Gilligan identificó a Alastair Campbell -portavoz y principal confidente de Tony Blair en Downing Street, y notable maestro de la manipulación política- como persona responsable de la maniobra por haber exagerado la supuesta inminencia de la amenaza iraquí y, en concreto, por haber asegurado en el informe de septiembre que Sadam tenía la capacidad de lanzar armas de destrucción masiva en el espacio de 45 minutos.
Campbell, que antiguamente trabajó para la prensa sensacionalista, podría haber dejado pasar la cuestión. Acostumbrado a recibir ataques de los medios, podía haberlo negado todo y, al cabo de unos días, la historia habría quedado olvidada. Pero decidió emprender la guerra contra la BBC. La indignación contra la emisora estatal en el 10 de Downing Street llevaba ya tiempo cociéndose antes y durante la invasión de Irak. No era ningún secreto que Blair y sus colaboradores más cercanos estaban furiosos por lo que -igual que la derecha estadounidense- consideraban informaciones tendenciosas de una cadena financiada por completo con el dinero de los contribuyentes británicos.
También es posible que, detrás de la ira, Campbell estuviera pensando fríamente. Como han sugerido diversos comentaristas, desviar la atención del público hacia la credibilidad de la BBC fue una medida astuta por parte de un Gobierno que sufría presiones crecientes para que justificara la cuestión, bastante más importante, de por qué había arriesgado vidas británicas en Irak. Como muy bien sabía Campbell, se podía contar con que los cuatro periódicos nacionales propiedad de Rupert Murdoch, un hombre para quien la BBC representa un molesto obstáculo a sus ambiciones en el mundo de la televisión, se pondrían de parte del Gobierno contra Gilligan y sus jefes. (Y así ha sido constantemente, antes y después de la muerte de Kelly).
Tony Blair exigió disculpas y una retractación de la BBC. Cuando la cadena se negó, Campbell se propuso descubrir pruebas que refutaran las acusaciones de Gilligan. En primer lugar, identificar a su fuente. La animosidad que inspiró todo el proceso salió a la luz la semana pasada, cuando la comisión Hutton hizo público un extracto del diario en el que Campbell escribía meticulosamente desde su llegada a Downing Street, seis años antes. En el fragmento, Campbell reacciona ante el descubrimiento de que David Kelly era probablemente la fuente de la BBC y dice que Geoff Hoon -ministro de Defensa- y él creen que ésa era la oportunidad de "joder a Gilligan". Salvo que, antes de joder a Gilligan, tenían que joder a Kelly, exponer su nombre y -así lo vio Kelly- someterle a la ignominia pública. Una de las cosas que han sacado a la luz las pruebas presentadas ante la comisión Hutton es un plan en el que participaban funcionarios del Ministerio de Defensa y Downing Street para hacer precisamente eso. Como ha dicho Clare Short, antigua ministra que dejó el gabinete de Blair a propósito de la guerra de Irak: "Utilizar al doctor Kelly de esa forma -para atacar a la BBC- fue un abuso de poder".
Campbell parece haberlo reconocido de forma implícita, quizás incluso el propio Blair. Campbell ha dimitido de su puesto. Gilligan permanece en el suyo. No se sabe si Campbell dimitió porque se lo pidió Blair, menos de 24 horas después de que Blair testificara ante lord Hutton y negara que hubieran obrado mal. Lo que sí sabemos es que, aunque la BBC reprendió públicamente a Gilligan, por sus procedimientos poco refinados y, sobre todo, por su empleo vulgar de la expresión "hacerlo más sexy", la cadena le ha respaldado siempre en cuanto a la esencia de sus informaciones.
John Humphrys, veterano presentador del programa de radio Today, respetado en el Reino Unido como lo es Iñaki Gabilondo en España, ha defendido sin reparos a su colega y ha afirmado que había contado "una noticia legítima, basada en una fuente fiable, de buena fe, y en eso consiste el periodismo". Rod Liddle, ex director de Today, se burló de la idea de que Campbell, en otro tiempo feroz columnista político de The Daily Mirror, osara dar a la BBC lecciones de periodismo. Como señaló Liddle, si una fuente tan bien situada como Kelly le dice al periodista algo que contradice la posición oficial del Gobierno sobre un asunto tan crucial como las razones para la guerra, lo escandaloso habría sido hacer lo que decían Blair y Campbell; lo escandaloso habría sido no informar de ello.
La gran ironía, como ha ayudado a revelar la comisión Hutton, es que los métodos chapuceros que Campbell acusa de emplear a Gilligan son los mismos instrumentos que ha utilizado él, con grandes resultados, para vender el Gobierno de Blair al público a través de los medios de comunicación. Stephen Glover, fundador del periódico The Independent, que está en contra de la guerra pero escribe una columna semanal en la revista de derechas The Spectator, escribió a principios de este mes: "Lo que resulta extraordinario y destructivo del señor Campbell es que importó unos valores que había adquirido en los terrenos más duros de la profesión periodística al 10 de Downing Street, el centro del Gobierno. Se comportaba como el jefe de una redacción en activo las 24 horas, saltando de una crisis a otra, a veces creadas por él, como si fuera un redactor movido por la adrenalina e interesado exclusivamente en la próxima historia... Y, por supuesto, como otros de su misma procedencia, no tuvo reparos en contar mentiras o manipular la verdad. Sus valores, o la falta de ellos, han contaminado nuestra política".
Y han contaminado a Tony Blair, como reconocen incluso los más leales, hasta acabar con la confianza que habían depositado en él tantas personas en el Reino Unido y fuera de él, y mancillar lo que podía pensar que sería su lugar heroico en la historia.
La política está tan sujeta como cualquier otra esfera de la vida a la ley de las consecuencias imprevistas. El Gobierno de Blair se ahorcó con su propia cuerda. Cuando Blair le dio a Campbell la luz verde para atacar a la BBC, puso en marcha una reacción en cadena que desembocó en la muerte de Kelly y la comisión investigadora presidida por Hutton, con la consecuencia fundamental de que en la mente de la mayoría de los votantes británicos ha quedado claro que el Gobierno manipuló la verdad y lo hizo en las circunstancias más graves posibles: al exagerar los argumentos para emprender una guerra.
La debilidad crónica de la oposición, el Partido Conservador, y en especial su mediocre jefe, Iain Duncan Smith, son lo que permite que las encuestas den aún como ganador a Blair si las elecciones se celebrasen hoy. Pero nunca ha estado tan poco valorado por la población. Una encuesta publicada la semana pasada por The Guardian revelaba que sólo el 38% de los británicos creían que estaba bien haber invadido Irak. Comparado con el 51% en julio, antes de la muerte de Kelly, y el 63% en abril, inmediatamente después de la guerra, es evidente que el efecto Hutton ha sido devastador para Tony Blair. Y los motivos no sólo están contenidos en los argumentos contra Campbell, sino en el testimonio de miembros muy importantes del aparato del Estado. Como sir Richard Dearlove, el jefe del misterioso y romántico servicio de espionaje exterior, el lugar de trabajo de James Bond, comúnmente conocido como MI6.
Dearlove, un hombre cuya única fotografía publicada data de hace 40 años, cuando estudiaba en la Universidad de Cambridge, no compareció personalmente ante lord Hutton. Sólo estuvo presente su voz, para responder a las preguntas a través de un micrófono, desde un paradero secreto que no era -según se dijo- el enorme edificio de color verde menta del MI6, en la orilla sur del río Támesis. Como fiel agente del Gobierno de Su Majestad, intentó ser leal a Tony Blair. Sin embargo, dudó al preguntársele qué pensaba de la sugerencia, hecha por un comité parlamentario, de que el Gobierno había dado una "importancia indebida" a la afirmación de que Sadam podía lanzar armas de destrucción masiva con una advertencia de sólo 45 minutos. Después de una larga pausa, Dearlove dijo que, dada la "mala interpretación" que había tenido y con el beneficio de la experiencia, ésa era una "crítica válida".
Mañana se publicará la segunda y última parte de este reportaje.
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