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Columna
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El móvil sexual

La sexualidad es motivo de asesinato cuando se trata de un asesino pero, muy significativamente, no es en absoluto lo mismo para la mujer. ¿Móvil sexual? El móvil sexual vale enseguida como probable causa para explicar que Tony Alexander King mató a Sonia Carabantes y a Rocío Wanninkhof. Y no sólo esto: el móvil sexual parece bastante para hacer efectivo el estrangulamiento con un cable eléctrico de media docena de mujeres inglesas. El sexo enloquece a los hombres, los deprava, los convierte en seres peligrosos. Nada parecido en la mujer. ¿Se conoce algún asesinato femenino en que su impulso homicida fuera de orden sexual? En términos comparativos, a las mujeres apenas se les nubla la cabeza por cuestiones de sexo. Mucho menos arriesgan su integridad y su albedrío. El sexo parece hallarse en las mujeres convenientemente domado y dispuesto para su cabal utilización, frente a los hombres donde un componente cimarrón se halla listo para desencadenar cualquier clase de conflicto. ¿Cómo puede aceptarse bien este importante desequilibrio cuando se proclama la igualdad entre hombre y mujer?

En la especie animal, dentro de los insectos, es famoso el ejemplo de la mantis religiosa cuyo macho muere en brazos de la hembra y devorado por ella una vez que ha cumplido con la copulación. La fiesta de la fornicación la festeja ella merendándose al macho. El festín que para lo masculino resulta en sí el sexo, sus sensaciones, sus cortejos, sus conquistas, se convierte para lo femenino en un pasadizo hacia otro fin de gloria mayor: el banquete nupcial, la fiesta de la boda, la maternidad.

La muerte del macho en la mantis religiosa ha sido convertido en paradigma de difícil comprensión científica y de repetida admiración entre los literatos. Ahora, sin embargo, hay algo más de acuerdo a unas recientes investigaciones de las universidades de Montreal y California. Una araña, la tejedora orb, no es que muera mordida por su pareja hembra sino que ella misma, por el hecho de copular, muere; se suicida. El macho de la tejedora orb se abraza estrechamente a su amante para insertarle dos apéndices que transportan el esperma. Con la instalación del primero no sucede nada fatal pero apenas introduce el segundo muere. ¿Por qué?

La reciente respuesta de los zoólogos es que el macho se inmola acoplado al cuerpo de la hembra por dos razones. La primera es que de ese modo ofrece a su querida asesina el alimento de su propio cuerpo, suficiente para llevarla a concebir y dar a luz en las mejores condiciones nutricionales. La segunda es que ese macho al adjuntarse firmemente a su araña favorita impide que otros machos lleguen a copular con ella. De esa manera la hembra es suya y sólo suya. No la mata porque es suya pero se mata porque es suya. El hecho consiste, por tanto, para el macho en la juntura del sexo y la muerte. La unión entre el sexo y su desaparición a la manera en que muchos asesinos de mujeres culminan su fechoría dándose muerte, suicidándose como una derivación consecuente de querer locamente o de llevar el acto del amor a su extremo.

Esto, sin embargo, no le sucede, por lo que se ve, a la mujer. Mientras en los hombres el sexo y la muerte van muy juntos, en la mujer el sexo conduce a la vida: a dar vida y cuestiones por el estilo. Ahora las mujeres, gracias a los nuevos métodos de inseminación y fertilización, pueden dar vida sin mediar el hombre. ¿Cuándo los hombres podrán hacer lo mismo con su cuerpo? Hasta que esta posibilidad no llegue el sexo del hombre desembocará con una u otra probabilidad en el delirio. Mientras la mujer puede relativizar el valor del sexo gracias a la recompensa gloriosa de ser madre, el hombre debe conformarse con su trámite de instrumento ocasional. ¿Cómo no esperar una exasperación? ¿Cómo no reconocer en este desequilibrio un insoportable poder femenino en las distancias cortas? ¿Cómo ver extraño, una vez sopesado el asunto, que los insectos fenezcan en sus ciegos afanes de posesión? Tony Alexander King se creía el rey pero ¿qué imagen más cierta de la servidumbre sexual del macho que su ocaso criminal?

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