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La responsabilidad de Europa

Ni siquiera aquellos que condenaban la intervención armada de Estados Unidos en Irak pensaban que el fracaso del presidente Bush sería tan estrepitoso, que EE UU sería incapaz de hacer frente a las cargas creadas por su propia política y, además, que el fracaso en Irak provocaría el abandono de la Hoja de Ruta, en la que israelíes, palestinos y europeos habían puesto tantas esperanzas como los estadounidenses. El inmenso poder de EE UU impide hablar de su fracaso con la claridad necesaria. En efecto, todo el mundo tiembla al pensar en las catástrofes que pueden producirse en Irak si los estadounidenses pierden el control de la situación: puede llegar a producirse una guerra civil, una generalización de la violencia e incluso un nuevo golpe de Estado militar. El desdichado secretario de Estado, Colin Powell, que no forma parte del clan de los halcones y al que, por este motivo, le encargaron la tarea imposible de justificar ante el Consejo de Seguridad el proyecto de intervención militar de EE UU; ahora debe pedir ayuda a Francia, Alemania y Rusia, cuando todavía prosiguen las campañas antifrancesas en EE UU, donde han alcanzado unos extremos ridículos. ¿Continuará EE UU proclamando, mientras las cosas vayan bien, su unilateralismo y, cuando se tuerzan, descubrirá las virtudes del multilateralismo y del sistema de Naciones Unidas? Ya hoy, la situación se ha deteriorado fuertemente: la hostilidad entre algunos medios suníes y los chiíes ha provocado una grave crisis en Irak, y en Palestina vemos al Ejército israelí tratar de asesinar al jefe de Hamás, al primer ministro palestino forzado a que dimita y toda esperanza de negociación y de paz alejarse por el momento.

¿Deben los europeos acudir en ayuda de EE UU, agotado por su fracaso? Está claro que la respuesta a esta pregunta no es ni técnica ni política; debe ser planteada de la forma siguiente: ustedes, los europeos, ¿desean mantener y reforzar la hegemonía estadounidense en el conjunto del mundo y, sobre todo, en el mundo árabe-musulmán o, por el contrario, quieren que Europa vuelva a ocupar un lugar importante en el sistema de las relaciones internacionales? De todas formas, EE UU es la única superpotencia, lo que naturalmente le da un poder inmenso y hay una gran distancia entre esta posición dominante y la voluntad hegemónica que ha conducido a EE UU al unilateralismo. ¿Tienen o no los europeos el valor y la capacidad de elaborar otra política en relación al mundo árabe, dado que el tema de la otra globalización ya no está sólo reservado a los participantes de los foros de Porto Alegre o de Larzac?

La respuesta de algunos países es clara: los antiguos países comunistas, dominados desde hace tiempo por la experiencia de su dependencia, dan una prioridad clara a la pertenencia al bloque estadounidense. La política británica está igual de nítidamente definida, aunque ya no veamos tan claro cómo Tony Blair puede esperar desempeñar un papel de árbitro o de mediador entre EE UU y Europa, ya que, en realidad, siempre decide apoyar a EE UU. El caso de Italia ha perdido importancia, ya que Silvio Berlusconi, paralizado por una opinión pública muy hostil a la guerra, interviene lo menos posible, lo que no impide al Gobierno italiano mantener tropas italianas en Irak. Queda España, cuyo jefe de Gobierno, por el contrario, reafirma su decisión a favor de EE UU. La diversidad de las reacciones de los países europeos, es decir, la incapacidad de Europa para actuar, da a la situación actual su sentido más real: frente a sus fracasos, los estadounidenses sólo tienen un apoyo importante: la incapacidad de los europeos para actuar. Ni siquiera es seguro que la presidencia italiana en Europa logrará que los países miembros aprueben el proyecto de Constitución europea que prevé la posibilidad de que Europa lleve a cabo una verdadera política internacional. Muchos países aspiran a defender sus intereses particulares oponiéndose al proyecto de Constitución y, por tanto, eligiendo una Europa débil frente a unos Estados Unidos que siguen siendo fuertes. El poder de EE UU se debe menos a su voluntad hegemónica que al deseo de los demás países y regiones del mundo de descargar sobre él la aplastante carga del liderazgo mundial aceptando pagar el precio de esta renuncia; es decir, la sumisión a EE UU y la renuncia, en el caso de los europeos, a convertir a Europa en un actor importante de la geopolítica mundial. Lo que resulta chocante en esta renuncia de los gobiernos europeos es que se contradice con el estado de la opinión pública, aunque en los movimientos pacifistas veamos más bien el rechazo a comprometerse que la propuesta de una nueva política.

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En estas condiciones, la situación actual sólo tiene dos salidas posibles: o bien Europa ofrece a EE UU la importante ayuda que este país solicita y que pasaría antes por Naciones Unidas, o bien la impotencia de EE UU en Irak sería grave y, por tanto, su posibilidad de imponer una solución en Palestina desaparecería casi por completo. La gravedad de la evolución actual es que ninguna de estas dos soluciones resulta satisfactoria y que deberían ser rechazadas conjuntamente, ya que Europa sólo podría ofrecer a EE UU una ayuda limitada, incapaz de resolver los problemas planteados a los estadounidenses. Éstos se encuentran en el mismo atolladero: las encuestas muestran que la población sigue apoyando al presidente que ha hecho la guerra, pero está cada vez más preocupada por haberse metido en un callejón sin salida en Irak.

La única iniciativa que puede recomendar un europeo es urgir a la Unión Europea, pese a su ampliación, a proponer al conjunto árabe-musulmán una nueva Hoja de Ruta que debería mostrar sus efectos primero en Palestina. Las crisis mundiales serán cada vez más graves si los europeos, por cobardía, siguen sin querer asumir responsabilidades a nivel mundial. Y los votantes europeos deberían situar entre sus principales preocupaciones la formación de una verdadera política internacional de la UE. En Europa deberíamos estar tan sorprendidos por nuestra falta de voluntad y de capacidad de actuación como los estadounidenses por haberse metido en un atolladero tan peligroso. De aquí a finales de año, la reunión de los jefes de Estado y de Gobierno europeos nos habrá aportado una respuesta a la pregunta que nos concierne más directamente: ¿estamos decididos de una vez por todas a no hacer nada, a dejar que los estadounidenses lo decidan todo y a contentarnos con manifestar nuestro descontento en la calle, pero cuidándonos mucho de no sacar ninguna consecuencia política de las manifestaciones de la opinión pública?

Alain Touraine es sociólogo y director del Instituto de Estudios Superiores de París. Traducción de News Clips.

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