Días de llamas
Juan Iturralde, al comienzo de su maravillosa novela (Días de llamas. Editorial Debate, Barcelona), incluye una cita tomada de los diarios de Víctor Hugo según la cual "las revoluciones, como los volcanes, tienen sus días de llamas y sus años de humo". Una observación muy exacta desde el punto de vista de la geología y muy bien contrastada desde el punto de vista de la historia, a la que en absoluto atendieron George Bush y sus neocons de Washington antes de embarcarse en la guerra de Irak. Asombra que estas gentes, imbuidas de su papel de profesionales del valor y fascinadas por su proyecto de trazar un nuevo mapa para corregir los errores surgidos tras la desaparición del Imperio otomano, se nos hayan quedado en nada.
Pudieron parecer desde el comienzo de la actual presidencia norteamericana unos lúcidos anticipadores del porvenir, liberados de los complejos que paralizaban la puesta en marcha de soluciones innovadoras preñadas de efectos multiplicadores. Pero su inteligencia, si la tuvieron más allá de algunos efectismos fulgurantes, ha quedado eclipsada. Han pasado tres años y ahora cobra evidencia que la insufrible arrogancia de los neocons -denominación que acoge individuos de distinto origen y formación- sólo se ha visto compensada por su absoluta incompetencia. Así que los pronorteamericanos de buena ley tenemos por delante una gran tarea a la que debemos aplicarnos con urgencia: la de evitar la reelección de Bush para un segundo mandato. Lo cual para nada objeta el interés de las elecciones del 26 de octubre para la Comunidad de Madrid, ni el de las catalanas de noviembre, ni el de las generales de marzo. Pero donde cada uno de nosotros se le juega de manera definitiva es en las elecciones presidenciales de EE UU. Washington ha ido del unilaterialismo de la hiperpotencia a la súplica de los inválidos ante la ONU. Un ministro de Exteriores de un país de la vieja Europa de Rumsfeld comentaba el sábado con qué contundencia la consejera de Seguridad, Condoleezza Rice, le decía en los primeros meses de la actual presidencia americana que Rusia había sido tratada no como lo que era sino como lo que se creía que era y que la nueva Administración iba a corregir esa anomalía. Todos escuchamos en aquellos comienzos a Bush declarando de golpe que China sería considerada en adelante un competidor estratégico de los EE UU. Pues bien, desde entonces las consideraciones hacia Rusia sólo se han multiplicado en la dirección contraria a la propuesta de Rice, y de Pekín sólo se quiere conseguir a todo trance que revalúe el yuan para equilibrar el déficit comercial.
Además esta infame turba de neocons aficionados son los responsables de la insostenible política trazada para Irak. Sólo tuvieron ojos para los días de llamas pero ahora les lloran por efecto de un humo asfixiante. Hasta los medios de comunicación norteamericanos que cerraron líneas por exigencias del guión de la guerra, ya no aguantan más para expresar sus críticas y reclamar un cambio de política. Paul Krugman refiere la vil explotación de la atrocidad del 11-S, el desastre del déficit de casi medio billón de dólares, la progresiva pérdida de empleos y las consecuencias de agravamiento de las insostenibles desigualdades sociales derivadas del recorte de impuestos pero insiste, sobre todo, en que sería ingenuo pensar que los miembros de esta Administración Bush aceptarían la pérdida de sus posiciones sin malos modos como si fueran impasibles gentleman, más aún cuando todo sugiere que se van a ver comprometidos en nuevos y más graves escándalos que van a aflorar en el área de la política energética, de la del medio ambiente, de los contratos en Irak y de la manipulación de los servicios de inteligencia.
Otro columnista del Herald Tribune James A. Golston, muchos años dedicado al apostolado cívico de los derechos humanos y las libertades públicas, describe la desolación causada por la Patriot Act y el daño que ha hecho a la consideración que el resto del mundo brindaba a Estados Unidos. Hasta el propio ex presidente Clinton ha transgredido la norma de abstención en la crítica al sucesor y la ha emprendido contra Bush acusándole de enajenarse al mundo y de dividir a América. El premier británico, Toñín Blair, ha entrado en pérdida y de las Azores sólo queda ileso Aznar. Así y todo, ¿no será excesivo su compromiso con George de aportarle los votos de los hispanos en el 2004?
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