Con la música a otra parte
Las discográficas no avanzan en su lucha contra el pirateo, pero corren el peligro de enemistarse con sus clientes
Las compañías discográficas están inmersas en una profunda crisis que afecta, por extensión, a casi toda la industria de la música. En los últimos años han empleado una gran cantidad de recursos en su lucha contra el pirateo pero, lejos de salvar su negocio, están consiguiendo enemistarse con su cliente natural, el consumidor, una pelea cuyo punto culminante es la reciente decisión de las discográficas norteamericanas de demandar a 261 internautas por copiar y distribuir música ilegalmente por Internet.
Pocos analistas creen que la decisión de la RIAA de demandar a 261 internautas por copiar música ilegalmente llegue a buen puerto
Una guerra de precios no tiene mucho sentido con el CD porque la competencia pirata vende a una décima parte del precio de mercado
Tras el lanzamiento de iTunes, la tienda musical de Apple, Amazon, Yahoo y Microsoft preparan ofertas parecidas. Warner ya lo ha anunciado
Resulta que en el caso de la música el pirateo es muy sencillo, tanto a nivel doméstico como a nivel industrial, gracias a una tecnología que está disponible legalmente y a un precio barato para quien la requiera. Es una paradoja para la industria discográfica que su producto comercial, el CD que ponen a la venta, es un master de audio del que se pueden hacer infinitas copias idénticas y además circula por la red como pez en el agua por su óptima relación calidad-peso. Ante estas condiciones adversas, las discográficas mantuvieron el precio de su producto y lucharon sin tregua contra la piratería.
Unos años después, no terminan de estabilizarse ni parece que vayan a hacerlo. Un estudio de la IFPI (organismo que asocia las empresas discográficas a nivel mundial) acerca del pirateo en el año 2002 arroja datos significativos: por primera vez el volumen de negocio del CD pirata fue mayor que el del CD legal en todos los mercados salvo los de EE UU y Japón. Calculan que las pérdidas de la industria discográfica por este concepto rondan los 4.000 millones de euros.
Ventajas e inconvenientes
La llegada del formato CD al mercado, en los años ochenta, supuso una revitalización del mercado discográfico cuando el consumidor pasó a actualizar su discoteca de vinilos. También ayudó a mejorar la cuenta de explotación. Pero el cambio de formato conllevaba el paso de tecnología analógica a digital. Los surcos del vinilo pasaban a ser ceros y unos, información digital, en definitiva. En paralelo, el instituto Fraunhofer desarrollaba en esa misma década un método de compresión de audio que denominaron MP3 y que conseguía reducir el archivo de audio a una onceava parte de su tamaño original. Internet era, por aquel entonces, un fenómeno de minorías. Tampoco existían duplicadores de CD; una tecnología que pronto se puso a disposición del consumidor por un precio cada vez más asequible.
Una década después, a finales de los noventa, se dispararon las alarmas en las discográficas norteamericanas. Aún no se apreciaba una tendencia a la baja en el nivel de su facturación, pero sí declararon que existía un eje del mal en su negocio y lo identificaron claramente como el pirateo de su producto. Internet estaba permitiendo el intercambio gratuito de canciones gracias al MP3. Al igual que las marcas de moda textil o de relojes, por ejemplo, que vieron cómo la réplica de sus modelos dañaba sus negocios a nivel mundial, ahora las discográficas se vieron similarmente amenazadas.
Desde sus sedes centrales en EE UU -y a través de su brazo armado: la RIAA o asociación estadounidense de discográficas- llevaron a juicio a Napster. Fue un caso sonado en todo el mundo. Resulta que con el boom comercial de Internet en la década de los noventa hubo una serie de compañías que consolidaron sus marcas muy rapidamente. Una de ellas fue Napster, un servicio que ofrecía un modo gratuito de intercambio de archivos musicales entre usuarios a través de una red centralizada. Para cuando el juez dictó el cierre de Napster, en julio de 2001, el servicio había llegado a tener 60 millones de usuarios en todo el mundo. Y es que Napster, a pesar de su corta vida, era joven, desafiante y tenía imagen. Su cierre magnificó la leyenda.
Con la caída de Napster ocurrió aquello de A rey muerto, rey puesto y el sucesor fue Audiogalaxy, que vio cómo su hasta entonces modesto servicio de intercambio de archivos ocupaba el trono de la popularidad mundial. Pero por poco tiempo. También Audiogalaxy se vio aplastado bajo el peso de la RIAA. Un año después del cierre de Napster, en el verano de 2002, Audiogalaxy se veía obligado a cerrar el chiringuito por orden judicial. En el camino también había caído Aimster, otro servicio centralizado.
Se trataba de victorias importantes para la RIAA; una serie de triunfos que, por otra parte, resultarían no ser realmente efectivos en la lucha contra el pirateo. La razón: que cerrar las principales redes centralizadas significó el éxodo masivo de los usuarios a redes descentralizadas, también llamadas P2P (siglas de Peer to Peer, que en inglés significa "entre iguales"). Fue determinante en las derrotas de Napster, Aimster y Audiogalaxy que cada uno tenía unos servidores que centralizaban el trasiego de archivos. Es decir, que el delito dejaba rastro. En el caso de las redes descentralizadas las empresas que distribuyen el software que permite el intercambio de archivos -como Kazaa, Grokster, Morpheus y tantas otras de tecnología similar- no tienen ninguna constancia de los archivos intercambiados.
Tras el cierre de las principales redes centralizadas, la RIAA fue a por las redes descentralizadas y lo hizo de varias maneras. Por un lado, utilizó la vía judicial, que no ha resultado a su favor por el momento. Grokster y Morpheus ganaron sus juicios en abril de este año. Y Kazaa -el servicio más popular en la actualidad, con más de 300 millones de usuarios que intercambiaron 5.000 millones de archivos ¡tan sólo en el mes de junio!- está resultando una presa escurridiza tanto para la RIAA como para la Motion Picture Association of America, que también se ha unido a las discográficas en la batalla legal. Entretanto, las redes P2P crecen exponencialmente.
Le hacía falta a la RIAA, por tanto, seguir avanzando en su lucha contra la piratería y así decidió lanzar una ofensiva, seguramente desacertada, contra el usuario mismo. El antecedente para cometer este acto de bravura (o de locura) fue el caso
Verizon, que ganaron, y que obligó al proveedor de Internet norteamericano a desvelar la identidad de un usuario que había compartido cientos de canciones en redes P2P.
Denuncias individuales
Aunque Verizon ha apelado, la RIAA cogió impulso con esta victoria y se lanzó a denunciar a individuos que compartían en red archivos musicales con copyright. Han dicho públicamente que no hay un umbral mínimo; es decir, que cualquiera puede encontrarse pillado, como se dice, con las manos en la masa. Aunque algunos ven este paso como intimidatorio, un mero intento por parte de la RIAA de disuadir a usuarios activos y potenciales, la primera reacción del usuario ha sido buscar camuflaje para seguir utilizando las redes P2P. Si la identidad de uno en la red es una serie de números, denominada IP, la cuestión principal para el usuario ahora, ante la amenaza de la RIAA, es conseguir programas que le ayuden a uno a esconder la IP verdadera. También existe la dificultad de identificar a un solo individuo culpable en el caso de ordenadores de uso público (universidades, cyber-cafés) y está el incoveniente de inundar los juzgados con denuncias de este tipo. Aunque el mayor problema de esta nueva ofensiva de la RIAA es que va contra su propio cliente: el consumidor. Poco positivo se puede esperar de un enfrentamiento de esta naturaleza.
Por esa razón, pocos analistas consideran que la reciente decisión de la RIAA de demandar a 261 internatutas por copiar y distribuir ilegalmente miles de canciones por Internet llegue a buen puerto. De poco va a servir el anuncio de una amnistía para los usuarios que se comprometan por escrito a no seguir accediendo a los portales de música gratias y a borrar sus archivos.
Si ya tienen la reputación por los suelos entre la opinión pública -por aquello de "llevan muchos años derrochando" o "mira lo que cuesta un CD y lo que luego cobran ellos"- las discográficas se verán ahora más odiadas aún al emprender contra esa opinión pública que en definitiva es la voz común de sus consumidores.
Cabe preguntarse ahora qué hubiera pasado si la RIAA no hubiese forzado el cierre de Napster. Una aproximación a distintos casos de pirateo comunes y de continua actualidad, como el de la señal de TV de pago o el de programas informáticos, demuestra que una parte integral en la estrategia de dominación de mercado por parte de la empresa proveedora consiste precisamente en hacer la vista gorda al pirateo masivo en una primera fase. Si Napster hubiese seguido creciendo es razonable suponer que no hubiera ocurrido el éxodo masivo de usuarios a redes descentralizadas, que han resultado ser una jungla para la industria discográfica, donde no es capaz de imponer su orden.
Cuesta creer que entre la legión de abogados y ejecutivos americanos involucrados en la lucha contra el pirateo no haya quien conozca al detalle éste y tantos otros casos de negocios afectados por el pirateo; lo cual invita a pensar que las discográficas y la RIAA son perfectamente conscientes de los objetivos de su pelea: prolongar el reinado del formato CD lo más posible. ¿Y porqué? Porque saben que al otro lado del espejo, donde se está desarrollando el nuevo modelo de distribución de contenido digital, no habrá sitio para una empresa construida sobre las economías de escala del formato CD. Es una posición absurda a medio y largo plazo, pero les ayudará a seguir haciendo caja a corto plazo.
Modelo futuro
¿Qué sabemos del futuro modelo de negocio para la música? Dentro de un marco de incertidumbres, ahora vemos que la gramola virtual tiene muchas posibilidades. Desde hace unos años se están desarrollando en el mercado varios servicios musicales basados en esta gramola virtual. Se trata de ofrecerle al consumidor el acceso, a través de Internet, a toda la música que conozca o pueda desear, en cualquier momento y lugar. Es un modelo distinto al de la descarga de la canción porque el consumidor no posee la música que compra: se parece a la TV de pago porque cuando se deja de pagar la suscripción uno se encuentra con las manos vacías.
En cuanto a que las discográficas cedan sus catálogos a gramolas virtuales, también será una cuestión de tiempo. Por ahora han hecho pruebas parciales, experimentales y desconfiadas, como para tantear el terreno. Incluso llegaron a lanzar servicios propios, constituyendo dos grandes alianzas: Musicnet y Pressplay. La tecnología de ambos era adecuada, los servicios similares, pero la oferta se limitaba a los catálogos de los socios respectivos: así, Pressplay no ofrecía a Lou Reed por ser artista de Warner Music, que era socio en Musicnet, que a su vez no podía ofrecer a The Velvet Underground por tratarse de un artista del catálogo de Universal Music, que era socio de Pressplay. El resultado provisional es que Musicnet no tiene notoriedad en el mercado y que Pressplay ha cambiado de manos. La principal lección es que las discográficas no serán los proveedores de gramolas virtuales. Se rompe, por tanto, un eslabón clave de la cadena entre la empresa y el consumidor.
Pressplay fue vendido a Roxio, la misma compañía que había comprado los restos del naufragio de Napster por cinco millones de dólares. Roxio ha anunciado que lanzará la nueva versión de Napster antes de finales de este año, en lo que es un claro intento por llegar a ser proveedor musical. Eso sí, Napster 2.0 tendrá que contar esta vez con la bendición de las principales discográficas y será, según ha desvelado Roxio, un servicio que combinará descargas de pago y una gramola de más de medio millón de canciones.
Entretanto, quien se está posicionando con firmeza en servicios de gramola es la conocida Real Networks (que trajo el Real Player y el Real Jukebox), tras comprar la gramola Rhapsody, que fue desarrollada y lanzada por una empresa punto.com norteamericana llamada Listen.com. El nuevo servicio, relanzado en mayo con el nuevo nombre de RealOne Rhapsody, está experimentando un auge desde que ofreció su catálogo de descargas a 79 centavos cada una y una oferta de suscripción mensual por 10 dólares que permite acceder a una gramola de 350.000 canciones.
También Apple Computers ha cosechado un importante logro como proveedor musical. Se trata de su tienda musical iTunes, que, ofreciendo descargas a 99 centavos de dólar para usuarios de ordenadores Mac, consiguió vender cinco millones de canciones sorprendiendo a todos. Ahora, al poco del lanzamiento de iTunes, se especula con que Amazon, Yahoo! y Microsoft están al acecho preparando ofertas parecidas. Time Warner ya lo ha anunciado públicamente.
'Top manta'
Si las sedes norteamericanas de las discográficas trabajan incansablemente para poner orden en el caótico panorama mundial de la distribución de sus productos en la Red, a nivel local el principal punto de mira de las discográficas ha sido -y sigue siendo- el pirateo del CD. Concretamente, en el caso de España se ha perseguido a organizaciones que duplican cantidades masivas de CD para ponerlas en el mercado a través de vendedores ambulantes. Es el fenómeno del top manta.
También están preocupadas por el pirateo doméstico, pero poco pueden hacer las discográficas contra la duplicadora, ya que son equipos fabricados legalmente por empresas como Sony, Philips o Pioneer. Es curiosa la esquizofrenia que vive Sony, donde la misma empresa tiene una división discográfica luchando por poner barreras al pirateo y otra peleando la cuota de mercado por la venta de duplicadoras.
Un informe de la Universidad de Wharton (EE UU) se apoya en el éxito de Apple con iTunes para vaticinar una feroz competencia en el precio de la descarga musical, que, finalmente, podría dar lugar a un precio realmente competitivo con las redes P2P, que son gratuitas, pero también incómodas de utilizar y potencialmente dañinas para el ordenador. El precio parece ser la clave. Un manifiesto de un pionero de Internet llamado Tim O'Reilly enumera, entre sus mandamientos acerca de la evolución de la distribución en la Red, uno que dice: el consumidor optará por hacer lo correcto si el precio es justo.
Las potenciales guerras de precios
Una guerra de precios no tiene mucho sentido con el CD porque la competencia pirata de las discográficas vende a una décima parte del precio de mercado y no incurre en costes de producción musical ni de marketing. De ahí que se mantengan. Pero sí sería posible una guerra de precios de la descarga musical, que originará, tarde o temprano, una migración masiva del consumidor a servicios proveedores de música legales. No será fácil cobrar al consumidor por lo que puede conseguir ahora gratis y por eso los proveedores deberán dar un valor añadido que empieza por ofrecer un servicio cómodo y de calidad y que puede extenderse, por ejemplo, a facilitar el contacto entre fans de una misma música; a dar acceso a promociones y concursos especiales para socios o a un vasto archivo multimedia que hiciera las veces del actual libreto que viene con cada CD.
Además, las redes P2P suponen una amenaza para los intermediarios actuales, no para la música. Las discográficas, pues, saben que su negocio es de distribución (mover cajas de plástico), si bien es cierto que también tienen los derechos sobre unos enormes catálogos. Pero deberán tener un control de su negocio para que les compense seguir explotándolos comercialmente y para seguir invirtiendo en producciones nuevas. Por ahora tienen unas consignas muy claras: mantener el precio del CD, luchar ferozmente contra la piratería y hacer de llave en cualquier modelo de distribución digital de música. En este último punto se juegan su baza definitiva. Pero surge una pregunta: ¿quién la jugará?
Las empresas matrices propietarias de una discográfica conocen el potencial de un buen catálogo en un escenario de distribución digital. Reducido el pirateo a un factor marginal, tras una guerra de precios, estas empresas matrices negociarán sus catálogos con aquellos intermediarios que se consoliden en el futuro como proveedores de música, y éstos, a su vez, negociarán condiciones con las operadoras que ofrezcan conectividad al consumidor. Queda por ver quién se encargará de producciones musicales nuevas y si ese trabajo será el relevo que recogerán las actuales discográficas.
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